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Fármaco que sana: la necesaria filosofía de nuestra historia

Fármaco que sana: la necesaria filosofía de nuestra historia

Por: Alex Ibarra | 11.01.2025
La memoria perdida es un campo fértil para corregir nuestros recuerdos. Preguntarnos por nuestros relatos no incluye la exigencia de conocer nuestra autenticidad, es más bien una pregunta por nuestras identidades.

Siempre hay historias. Memoria y tiempo son parte vital de la historia. Lo que permanece en la memoria y lo que transcurre en el tiempo. La identidad que somos y lo que sucede o pasa a nuestro alrededor.

Esa tensión en nuestro ser y nuestro tiempo en ese permanente recurso de recordar. Son los recuerdos los que conforman la memoria como parte de nuestra existencia, como bien lo ha expuesto el destacado historiador británico Eric Hobsbawm cuando señala en su Historia del Siglo XX: 

“…esta tarea tiene también, inevitablemente, una dimensión autobiográfica, ya que hablamos y nos explayamos de nuestros recuerdos (y también los corregimos)”.

La primera fuente de la memoria es la experiencia, otras fuentes son secundarias, no como una jerarquía de estructura, sino en cuanto conformación de la complejidad de este proceso.

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Podríamos decir que la experiencia se aparece siempre espontáneamente, es una manifestación prístina, sin embargo es siempre limitada, como lo han expuesto varios filósofos, por distintas razones anti empiristas y empiristas.

La memoria es una capacidad cognitiva que es parte de los procesos llamados centrales en nuestro sistema nervioso colaborando a la elaboración del pensamiento.

¿La historia sólo es recompuesta por nuestra memoria? Evidentemente no.

La historia también la encontramos en los objetos, en las prácticas, en todo producto cultural, entre ellas las manifestaciones del arte y la escritura. En todas estas expresiones podemos buscar historias, por eso han sido objetos de estudios de historiadoras e historiadores.

El historiador jesuita Michel De Certeau es un convencido de las maravillas que oculta el quehacer cotidiano como queda expuesto en su libro “La invención de lo cotidiano: Artes de hacer” (1990).

Lo que no guarda la memoria podemos encontrarlo en el testimonio de las prácticas y también en la escritura, en cuanto son éstas, herramientas que fortalecen los relatos de la historia.

Esta cuestión sobre los dispositivos culturales que contribuyen a la memoria nos parece muy evidente, sin embargo no ha estado exento de polémicas, como ejemplo podemos recordar ese pasaje del Fedro de Platón en donde el Rey Thamus problematiza el valor que aporta la creación de escritura realizada por el dios egipcio Theuth, en este sentido la escritura no es algo que ayuda a la memoria quizá es más bien un suplemento que busca contribuir al arreglo de una falla o incapacidad, severo es el juicio del rey al respecto, sabios son solamente los que hacen, los que viven la experiencia sin dispositivos de reemplazo.

En un pueblo que ha perdido la memoria por la violencia de los dispositivos de control impuestos por el poder en función de su hegemonía es válida la pregunta por la historia, esa que incluye a varias, como una vía de tránsito alternativo sustento de la generación de lecturas a contrapelo, acometer un estudio pensando la historia como parte de una filosofía de la cultura.

Una filosofía de la historia que busca recuperar nuestras prácticas, nuestras metáforas, un sentido de pertenencia en un viaje hacia el relato común. Posibilitar un orden social y político desde los relatos provenientes de las geografías que habitamos en función de auxilio a nuestros andares colectivos.

Superar la ceguera actual que carece de un sentido común, buscando posibilidades creativas propias. Un relato a favor de la creación a partir de lo que somos, viendo las estrategias para ser eso que no nos dejaron ser, abrir un camino para esos “Zaratustras cimarrones y vernáculos” como diría Borges en “Funes el memorioso”.

Buscar esa confluencia virtuosa entre la memoria que porta la verdad de la experiencia y la historia que pretende mostrar la verdad de los hechos. Importante labor de la historia en cuanto relato de los hechos que pueden corregir a la memoria, a pesar de ese riesgo de no poder escapar siempre a los mitos.

Hechos y mitos constituyen el relato de la historia, desde esa perspectiva de Levi-Strauss en donde el mito es una “referencia a acontecimientos pasados”. Esta concepción del mito es una herramienta para la recuperación del pasado que determina el presente y conforma el porvenir.

La memoria, sin la historia, sin el relato, carece de sentido. Es aquí donde la escritura nos sirve como “fármaco”, así lo expresa Humberto Giannini en “El mito de la autenticidad” (1968):

“Se escribe, por cierto, para convencer; para convencer a los otros y acaso a nosotros mismos de algo que nos parece importantísimo para la vida de todos”.

La escritura, la conformación del relato como ese fármaco que sana, salvándonos del olvido o del silencio. La memoria perdida es un campo fértil para corregir nuestros recuerdos. Preguntarnos por nuestros relatos no incluye la exigencia de conocer nuestra autenticidad, es más bien una pregunta por nuestras identidades.

¿Qué somos? ¿Qué fuimos? La pregunta por lo que somos o fuimos es una búsqueda propia de un ser extraviado, carente de memoria. La claridad sobre lo que somos, debería ser un imperativo orientador para la formación de un sentido común.

¿Somos naturaleza? ¿Somos historia? ¿Somos lo que deberíamos haber sido? Más allá de la angustia, pensar la historia nos presenta la necesidad de comprensión de los que somos, para eso buscamos en la memoria, en las manifestaciones artísticas, en las prácticas cotidianas, en las metáforas, en los relatos y en las historias.