Mar de fuego: El costo oculto para el pueblo chango y la pesca durante la Guerra del Pacífico
Contexto histórico
El pueblo chango habitaba las costas del norte de Chile, Bolivia y el sur de Perú, extendiéndose hacia el sur hasta Valparaíso, en Chile, y hacia el norte, al menos hasta Chacayuta, al norte de Arica, que en ese entonces pertenecía a Perú. La creación de las tres nuevas repúblicas, con aproximadamente 60 años de vida independiente, dividió al milenario Pueblo Chango entre tres países.
Su cultura se centraba en la pesca y la navegación, utilizando embarcaciones elaboradas con cuero de lobo marino para satisfacer las demandas comerciales de la región. Estas comunidades no solo proveían alimentos a los asentamientos costeros, sino que también desempeñaban un papel clave en el transporte de minerales como salitre, guano y carbón de piedra, que abastecían las máquinas de vapor de los grandes barcos comerciales y de guerra.
Una historia familiar
Mi bisabuelo vivía en Pisagua durante la Guerra del Pacífico. Era pescador y poseía varios botes que usaba para su trabajo diario. Una mañana, mientras estaba en la orilla, divisó que se acercaban buques de la Armada Chilena.
Intuyendo que destruirían las embarcaciones corrió hacia el agua para intentar salvarlas. Sin embargo, su esfuerzo fue en vano. Los soldados comenzaron a quemar sus tres botes y, poco después, todos los botes del poblado. No se detuvieron ahí; incendiaron también el pueblo entero.
Este trágico evento ocurrió tres veces durante la guerra. La primera vez, los habitantes no tenían idea de que se libraba un conflicto armado. Mi padre me contó esta historia muchas veces a lo largo de su vida, y aunque al principio me costaba entenderla, todo cambió cuando leí la novela Adiós al Séptimo de Línea.
En el libro se describe el momento del desembarco chileno en Pisagua, y cómo, antes de comenzar el bombardeo al pueblo, los soldados incendiaron los botes de los pescadores. Fue entonces cuando me di cuenta de que el relato transmitido por mi familia era un hecho histórico documentado.
Ser del mar fue un crimen
Con el tiempo, investigué más y descubrí que esta práctica no era exclusiva de la Armada Chilena. También se menciona que la Armada del Perú quemaba los botes en caletas chilenas como Taltal y Chañaral. Al comparar diferentes relatos, entendí que los botes eran considerados un recurso estratégico.
Ambos bandos los destruían porque asumían que podían ser utilizados por el enemigo para transportar carbón, un combustible esencial para las máquinas de vapor de la época. Así, la historia de mi bisabuelo dejó de ser solo un recuerdo familiar y pasó a formar parte de un contexto más amplio, uno en el que el trabajo humilde de los pescadores se vio atrapado en la devastación de la guerra.
La Guerra del Pacífico arrasó con las vidas de quienes habitaban las costas. Los changos, pescadores y navegantes, vivían en equilibrio con el mar. Pero en la guerra, ser del mar fue un crimen. Los mismos botes que les daban vida fueron vistos como amenazas y terminaron como cenizas.
Las tres repúblicas en guerra -Chile, Perú y Bolivia- no tenían ni cien años de existencia. Sus fronteras y soberanías aún estaban en construcción. En cambio, el pueblo chango es un pueblo milenario, cuya historia y conexión con el mar se remontan a siglos antes de que estos Estados se formaran.
En su avance, la Armada Chilena buscó neutralizar cualquier posible ayuda al enemigo. Los botes en Pisagua eran el blanco perfecto; quemarlos significaba cortar rutas de suministro y sembrar miedo en la costa. Del mismo modo, la Armada Peruana hizo lo propio en caletas chilenas como Taltal y Chañaral.
Liderados por Miguel Grau, capitán del Huáscar, atacaron estas caletas como parte de una estrategia para debilitar las líneas de abastecimiento chilenas, dejando a las comunidades costeras desprotegidas y despojadas de sus medios de subsistencia. Las llamas se convirtieron en el lenguaje común de una guerra en la que el mar dejó de ser refugio para convertirse en campo de batalla.
Consecuencias para el pueblo chango
El fuego consumió mucho más que madera. Los changos perdieron sus herramientas y durante un tiempo no pudieron sobrevivir en un mar convertido en frontera. Desplazados, marginados y despojados, muchas familias changas abandonaron sus caletas, dejando atrás no sólo sus botes, sino también su identidad.
La guerra es siempre un quiebre radical, y en el caso del pueblo chango, lo fue en el sentido más literal. El fuego separó a las comunidades de su sustento y de su historia. Este relato, nacido en la memoria familiar y confirmado en las páginas de la historia, nos recuerda que las guerras no terminan en las trincheras. Siguen ardiendo en las costas, en los botes quemados y en las vidas desplazadas.
Referencias
• Grez, L. (1897). Adiós al Séptimo de Línea. Santiago: Editorial Zig-Zag.
• Bitácora del Huáscar (1879). Registro de operaciones navales. Archivo Nacional de Chile.