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Conversar sobre la muerte, una gran responsabilidad para la educación médica y la sociedad
Agencia Uno

Conversar sobre la muerte, una gran responsabilidad para la educación médica y la sociedad

Por: Pamela Jofré Pavez | 19.12.2024
Hablar del final de la vida se trata también de incluir amplias preocupaciones del orden psicosocial, físico y económico de los pacientes. Conversaciones transparentes, realistas y sensibles sobre el final de la vida pueden ayudar a las personas a mantener su autonomía y la dignidad en el proceso, y aumentar su calidad de vida a medida que se acercan a la muerte.

La certeza de la muerte está tempranamente con nosotros, no obstante, hacemos nuestras vidas como si aquello no fuera así. Quizás una de las consecuencias de la pandemia de Covid-19 es que efectivamente nos hizo pensar masivamente y al mismo tiempo en ello, sin respetar edades. En conversaciones, en foros, en cifras, en experiencias de personas conocidas y en nuestras propias familias, esas ideas estuvieron más presentes que en los años previos.

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Personalmente he podido constatar que alrededor del mundo se habilitaron conversaciones en torno a ello, pero aún parece que desde los espacios sanitarios, desde la educación y las propias familias, no estamos suficientemente preparados, porque sigue siendo un tabú. Lo que no se sabe o está de alguna manera embestido de dificultad, corre el riesgo de quedar oculto.

Cuando a una persona se le hace el diagnóstico de alguna situación compleja, que complica y arriesga la vida, se requieren conversaciones tempranas y honestas con ellos y sus familias. Es necesario anticiparse a ciertas situaciones que ayuden a los pacientes y familiares a tomar decisiones bien informadas de lo que se necesita en sus atenciones de salud en el futuro.

Aliviar el dolor implica en primer lugar reconocerlo, no subestimar y entender que la experiencia de él es subjetiva, personal y multidimensional. También es necesario acercarse y mitigar los miedos que innegablemente van a aparecer propiciando una “muerte pacífica” .

Hablar del final de la vida se trata también de incluir amplias preocupaciones del orden psicosocial, físico y económico de los pacientes. Conversaciones transparentes, realistas y sensibles sobre el final de la vida pueden ayudar a las personas a mantener su autonomía y la dignidad en el proceso, y aumentar su calidad de vida a medida que se acercan a la muerte.

Ser capaces de aproximarse a estas conversaciones podría aliviar el estrés emocional y mejorar síntomas que se exacerban en esas condiciones, evitar tratamientos invasivos, costosos, muchas veces innecesarios y no deseados. También si somos capaces de abordar precozmente estos temas, con la debida tranquilidad que permite la calma y la planificación, se ayudará a las familias a llevar el duelo y aumentará la satisfacción que se podría encontrar en la percepción de los cuidados de calidad brindados a ese ser que tanto queremos, al final de su vida.

En esta era desafiada por el envejecimiento poblacional y la necesidad que será cada vez más recurrente de asistir personas en sus cuidados finales, la educación de profesionales de salud deberá mejorar la atención que se le presta a estos temas, y el cómo se capacitan para ello los futuros profesionales, para así iniciar debates sobre el final de la vida de una manera en que el foco de atención esté centrado en el paciente, en sus valores y en sus prioridades. Los estudiantes nos exigen una capacitación más profunda.

De hecho desde el año 2020, el laboratorio de medicina narrativa de la Universidad de Valparaíso, hace una encuesta a los alumnos de quinto año de de medicina, que busca priorizar temas que ellos deben abordar en un curso de profesionalismo médico. Allí, invariablemente hasta ahora, los estudiantes han señalado como una preocupación importante su preparación para hablar con pacientes y familiares sobre el fin de la vida, la muerte y cómo comunicarse en circunstancias complejas.

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Esto necesita ser reflexionado profundamente, dado que las prácticas clínicas los enfrentan súbitamente con estas necesidades. Al respecto, en un trabajo reflexivo hecho hace varios años, un estudiante de ese nivel escribió:

Nos llamaron a reanimación, llegaría un paciente grave desde un hospital lejano, un hombre mayor con varias enfermedades. Llegó bien, lo atendimos y al poco tiempo se volvió a agravar, entró en paro cardiorespiratorio, todo pasó en segundos. Yo con mi brillante bata blanca fui sólo un espectador. Se llenó de gente a mi alrededor, ruidos de máquinas, ampollas de medicamentos, tubos y cables y un operador encima masajeando enérgicamente. Era la primera vez que presenciaba esto y sólo era mi primer turno.

Retrocedí, sentí que no podría hacer nada, me quedé observando la secuencia conocida por los cursos previamente impartidos y aprobados, por supuesto. El paciente falleció. Era una pena claramente. Salí del reanimador con mi delantal impoluto, no había alcanzado a hacer nada.

En eso me tomó el brazo una señora delgada, de baja estatura, de avanzada edad, humilde, con lágrimas en los ojos y evidente desesperación en su expresión. Doctor ¿cómo está mi esposo?, -me preguntó con la voz quebrada-. ¿Está bien?, me llamaron del hospital, nosotros somos de muy lejos, llegué lo más rápido que pude. Soy sola con él, cuénteme qué le pasó por favor.

Me quedé helado, sin palabras. No tenía ni la más mínima idea de cómo comunicar lo que había pasado. Había visto morir, su único afecto, su vida se desmoronaba en segundos. No sabía qué hacer. Probablemente no me correspondía comunicar la mala noticia, pero me di cuenta que, aunque así fuese, definitivamente no estaba preparado.

No sabía nada, no era más que un niñito jugando a ser doctor, ¿cómo alguien se prepara para algo así?, pensaba dentro de mí. Atiné a tomarla de las manos, decirle que estuviera tranquila, que ya vendría alguien a conversar con ella, y la miré a los ojos, con tantas o más dudas que las que ella tenía”.

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Queda claro que seguir trabajando por una educación con empatía y respeto por los valores de las personas, incluye el cuidar delicadamente el final de la vida, un aspecto que también las familias, y la sociedad, deben abordar como una preocupación necesaria de atender en esta parte de la vida.