¿Adiós a la presunción de inocencia? De Monsalve a Boric
Agencia Uno

¿Adiós a la presunción de inocencia? De Monsalve a Boric

Por: Esteban Celis Vilchez | 29.11.2024
Mejor investigar y reunir evidencias en lugar convertirnos en acólitos de una fe que se opone a la mirada neutra de quien investiga sin prejuicios ni sesgos. No hay que creerle a nadie; no hay que creer nada. Solo hay que investigar y desentrañar la verdad, respetando la presunción de inocencia y los derechos humanos de los imputados, nos guste o no.

Seguramente lo que diré molestará, pero no escribiría si lo mío fuese buscar la simpatía y el halago fácil, de modo que aquí vamos.

Creo que la justicia es el centro de cualquier sociedad saludable. En ese plano, cada vez que alguien me ha preguntado si soy feminista mi respuesta es simple: el feminismo es una reacción, ahora con amplio desarrollo teórico, al trato injustificadamente discriminatorio y la subordinación inaceptable que han sufrido las mujeres por siglos en sociedades patriarcales, entendidas ellas como aquellas que favorecen a los hombres. Así que, si esa es la lucha de las mujeres, es también la mía y, en tal sentido, claro, soy feminista.

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Y la base de esa justicia para todos -hombres, mujeres y todo ser humano- es el respeto irrestricto a los derechos humanos, que es el primer reconocimiento que se lee en la constantemente aludida Convención de Belém do Para. Si eso es así, tampoco hay feminismo alguno que pueda desconocer los derechos humanos de nadie, porque surge de su reconocimiento.

Los derechos humanos poseen -para algunos- una irritante cualidad: su universalidad absoluta, sin excepciones. Por eso, se deben respetar también los derechos humanos de terroristas, narcotraficantes, pedófilos o violadores de los derechos humanos. Esto es exigente, pero no hay opciones. Es todo o nada.

En esta senda, la presunción de inocencia es un derecho humano consistente, en pocas palabras, en no ser tratado como culpable sino hasta que se haya dictado una sentencia condenatoria firme tras un debido proceso ventilado ante un tribunal imparcial. Su respeto a la presunción de inocencia implica que en la mayor parte de los casos los acusados de delitos deban esperar el juicio en libertad y que excepcionales limitaciones a ellas sean las menos gravosas posibles.

A todos les parecía evidente que Manuel Monsalve -y lo mismo sucede a diario con personas famosas a las que se formaliza- debía ser sometido a una prisión preventiva, que, en definitiva, significa encarcelar a quien no ha sido condenado en juicio y enviar al basurero la presunción de inocencia. Yo no creo que fuese lo correcto. Veamos.

La ley habla de que la prisión preventiva procederá excepcionalmente si hay peligro para la sociedad, la persona ofendida o la investigación o si hay peligro de fuga. Los tres primeros peligros habrían sido contenidos con un arresto domiciliario total y con la prohibición de comunicación al imputado, por sí o a través de terceros, con personas vinculadas de algún modo a los hechos.

¿El peligro de fuga? La ley pide antecedentes que funden un temor razonable de que el imputado pueda fugarse, antecedente que no es simplemente la pena asignada al delito por el que se investiga a alguien. Bastaría para ello con querellarse por muchos delitos o por algunos muy graves para eliminar el derecho a la libertad personal de quien debe presumirse inocente. La verdad, es que un arresto domiciliario total habría sido suficiente y más acorde con un estado respetuoso de los derechos humanos. Suficiente, pero impopular.

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Herético más bien, en tiempos en los que creer a la denunciante es un deber exigido perentoriamente. Todo lo que parezca un acto de incredulidad es un desafío a la nueva fe y una herejía expuesta a graves sanciones sociales. Esta exigencia colisiona con el mundo del derecho en un sentido que nos recuerda a las disputas entre ciencia y religión. En efecto, “creerle” a la víctima es un acto de fe que no es exigible al mundo del derecho, pues los juicios solo pueden basarse en investigación, evidencia y razonamientos fundados. Aquí no se trata de creer cosas, sino de averiguarlas y demostrarlas.

No me opongo a que la gente crea en quien o lo que quiera, pero me opondré siempre a que se pretenda imponer esas creencias a los demás, en especial si se quiere imponerlas en tribunales y traducirlas en sentencias y procedimientos penales.

Las vueltas de la vida. A propósito del tema Monsalve, el presidente Boric se declaró un “creyente” de esta nueva religión, diciendo que le creía a la víctima. ¿Un intento de congraciarse con la nueva religión? “Te creo, amiga”, parecía decir. Pero cuando los representantes de la inquisición naciente lo persiguen a uno, se toma conciencia de su real iniquidad.

En la denuncia por acoso sexual contra el presidente, hay gente que dice ¿después de 10 años? Y podría ser. ¿Por qué aceptamos que las personas puedan denunciar mucho después, al punto de haber legislado la imprescriptibilidad de los delitos contra la libertad sexual, pero ahora cuestionamos los 10 años en el caso del presidente? ¿Y por qué no habríamos de creerle a esta denunciante, como siempre se pide y exige bajo apercibimiento de funa? ¿Y el pueblo soberano -si tuviese un mecanismo a mano- debería pedirle de inmediato la renuncia al presidente, incluso antes de 48 horas? ¿No es que basta una denuncia?

Una vez dijo el presidente, en su propio caso, que “Una denuncia no es culpabilidad”. ¡Estoy de acuerdo! De eso se trata todo y se aplica no solo a él.

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Mejor investigar y reunir evidencias en lugar convertirnos en acólitos de una fe que se opone a la mirada neutra de quien investiga sin prejuicios ni sesgos. No hay que creerle a nadie; no hay que creer nada. Solo hay que investigar y desentrañar la verdad, respetando la presunción de inocencia y los derechos humanos de los imputados, nos guste o no.