De la transformación patrimonial a la propagación comercial del "barrio" Meiggs
Mis primeros seis años de vida los pasé en la calle Abate Molina 483, en la comuna de Santiago, junto a mi madre, mi padre y mi hermano mayor, además de una tía abuela de mi papá, llamada Blanca.
Ella vivía en el primer piso de la casa, en una pieza de techo alto con largas vigas de madera. Tenía una cama de bronce junto a un gran ropero de madera, donde guardaba sus extensas telas de ropa. Recuerdo que entraba mucha luz gracias a las inmensas ventanas que daban al patio interior. El patio era de baldosas, tenía un fregadero y, en el centro, una larga y empinada escalera de madera algo agrietada. Esa escalera llevaba a nuestra vivienda, un entretecho de dos ambientes.
En el primer ambiente se encontraban la cocina, el comedor y el baño; en el segundo, una cama de dos plazas, un clóset empotrado a la pared y un camarote para mi hermano y para mí. Ambas áreas tenían ventanas orientadas hacia el suroeste, desde donde se veía claramente la Basílica de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
También podía ver los gatos de los vecinos, la ropa tendida, las copas de los árboles de patios aledaños y las juntas caladas de los ladrillos antiguos que formaban grandes murallas divisorias.
Abate Molina es una calle perpendicular a la Alameda, como lo son Av. España y Unión Latinoamericana, y su extensión va desde calle Antofagasta en el sur (bordeando el Club hípico) hasta la Alameda en el norte. En esa época, Abate Molina entre Blanco Encalada y la Alameda era una calle llena de casas antiguas, todas contiguas, de diversos colores, profundas y con patios interiores.
También había tres hoteles, dos de los cuales aún se mantienen, y un restaurante chino. Hacia el sur, casi al llegar a Blanco Encalada, se encuentra una gran casona patrimonial. En la esquina con Claudio Gay había un negocio llamado "La Rueda", porque en su frontis tenía una rueda de carreta antigua que me doblaba en tamaño. Me encantaba ir a comprar allí porque me permitía conocer ese pequeño espacio, algo oscuro, pero sin lugar a duda lleno de historia e intercambio.
La desaparición patrimonial de algunos barrios de Santiago conlleva la pérdida de la identidad barrial y de su memoria. Aunque la identidad está en constante transformación debido a procesos sociales, culturales y políticos, cabe preguntarse: ¿qué sucede con la identidad cuando el barrio se desvanece, y con él la memoria, el lugar y la historia?
El "Barrio" Meiggs, uno de los mayores polos comerciales, surgió a fines del siglo XIX gracias a la donación de terrenos de Henry Meiggs para el comercio asociado al tren. Con el tiempo, este barrio se ha expandido, abarcando más allá de sus límites originales y cruzando la Alameda. Este crecimiento ha generado disputas territoriales y problemas sociales, como la necesidad de regular el comercio ambulante y fomentar el empleo formal.
Para nadie es una sorpresa que el "Barrio" Meiggs ha ido expandiéndose, abarcando no solo la vereda sur y sus límites originales, sino que el comercio ha cruzado la Alameda, extendiéndose hacia el norte, llegando con bodegaje incluso hasta calle Romero.
Hemos visto cómo las municipalidades a cargo de este barrio -Santiago y Estación Central- han implementado una serie de proyectos para mediar diversas situaciones, muchas veces conflictivas, que han provocado que el territorio se mantenga en constante disputa entre quienes lo habitan.
A su vez, es evidente que en este barrio -y en otros- el tipo de comercio está vinculado a una clase trabajadora de escasos recursos. De ahí la necesidad de regularizar el comercio ambulante y generar más oportunidades laborales para todas y todos, pero dentro del marco la buena convivencia.
Por ello, es importante conocer los planes reguladores comunales, que tienen como objetivo ordenar el uso del territorio y fomentar una buena organización y planificación territorial. La existencia de un "barrio" comercial cercano a entornos con una importante carga histórica requiere la intervención de diversos agentes que dialoguen, con miras a las transformaciones espaciales que estos impactos comerciales generan en la comunidad y en el patrimonio.
Hemos presenciado una serie de problemáticas, por ejemplo, recientemente se encuentra latente el riesgo de incendios debido a la construcción de bodegas y galpones para almacenar mercadería, que a menudo contienen materiales tóxicos e inflamables. Además, el territorio ha sido ocupado por diversos grupos, los que han transformado el espacio público, convirtiendo calles y veredas en callejones con un fuerte impacto visual y auditivo.
Esta informalidad ha contribuido a la ocupación y transformación del territorio, generando una mezcla caótica y sin precedentes. Mientras tanto, aquellos con mayores posibilidades como en muchos casos la comunidad china, han sido en gran parte los principales beneficiados, extendiendo su influencia cultural, comercial y habitacional, impactando incluso en el comercio y patrimonio local, algo así como un oligopolio económico.
El entretecho fue el cimiento que dio vida a mi familia, y así cientos de familias de clase obrera que históricamente habitaron un territorio vinculado al famoso "Barrio Meiggs". Abate Molina, en particular, se ha convertido en una especie de conurbación patrimonial que está a punto de desaparecer, y así su historia y memoria. Resulta fundamental valorar, proteger y conservar el patrimonio local a través de la participación ciudadana, la narrativa histórica, las metodologías participativas y la historia oral.
Entendemos los profundos cambios que trae consigo la migración y el comercio en el hábitat urbano. Lo importante aquí es enmarcar la espacialidad dentro de una categoría de lugar, de modo que quienes lo habitan, los y las vecinas del barrio no queden expuestos al olvido o a la desaparición de su identidad, y que su entretecho y vida en comunidad no sean reemplazados por un "mall chino" o una edificación inmobiliaria, estructuras que sustentan su uso en un intercambio monetario, pero dejan de lado todo lo otro importante que es considerado un barrio.