Marcelo Expósito, artista: "Elon Musk puede colonizar planetas pero no evitar que su hija esté 'contaminada por virus woke'"
El movimiento pingüino en 2006, la lucha contra HidroAysén el 2011, contra los olores en Freirina, las manifestaciones por la gratuidad en la educación, No + AFP en 2017, mayo feminista en 2018; una serie de movimientos sociales que fueron acumulando descontento hasta llegar a la revuelta del 2019, que pareció chocar contra un muro con el rechazo del primer intento constituyente en 2022 y disolverse así las posibilidades de cambio. Un período melancólico para las izquierdas y de exaltación para las derechas radicales en tiempos de regresión conservadora y crisis de seguridad.
Una situación que no se vive solo en Chile para el artista, crítico cultural y exdiputado español Marcelo Expósito. "Chile es un lugar en el que hay cosas que suceden todo el tiempo, protagonizadas por personas que constantemente dicen que es imposible que sucedan cosas", asegura frente a la pregunta de esta suerte de melancolía que ve a un país al que ha venido en múltiples ocasiones y en el que tiene relación con intelectuales como Nelly Richard.
Durante su visita a Chile en octubre pasado, Expósito presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) su libro "Interrupciones y movimientos. El arte politizado en la crisis del neoliberalismo", editado por Metales Pesados. La publicación reúne ensayos especializados, críticas e intervenciones orales impartidas en centros académicos, instituciones museísticas, espacios independientes, asambleas políticas y sedes parlamentarias entre 2009 y 2023.
Las derechas radicales avanzan globalmente y el caso del multimillonario Elon Musk y su reacción pública contra su hija trans se ha convertido en ejemplo paradigmático de cómo las guerras culturales no son un simple efecto secundario de la crisis política y económica, sino uno de sus campos de batalla principales, reflexiona Expósito.
-En un contexto global de crisis neoliberal, que va desde el estallido financiero hasta la crisis sanitaria, ¿cómo analiza la situación particular de Chile luego del rechazo de la propuesta constitucional?
Con sus idiosincrasias particulares, en Chile está pasando lo que ocurre en todas partes: están sucediendo muchas cosas contradictorias entre sí al mismo tiempo. Lo primero que es importante tener en cuenta, y que falta en las discusiones chilenas sobre la situación actual, es una visión más global de lo que está sucediendo en este momento histórico.
Se está viviendo globalmente una crisis de la configuración histórica más reciente que ha adoptado el capitalismo, que es la hegemonía neoliberal. No es una crisis más o una sucesión de crisis lo que estamos viviendo desde el estallido de la burbuja financiera hasta la crisis de salud pública global. Son fenómenos, unos más estrepitosos, otros menos ostensibles, de una crisis profunda, que es una crisis sistémica, una crisis de época, una crisis de valores, no solamente una crisis económica.
-Usted ha seguido los movimientos sociales latinoamericanos durante dos décadas. En Chile, estos movimientos llegaron al gobierno. Como exdiputado de Podemos, ¿qué reflexión hace sobre esta transición del activismo a la administración del Estado?
Lo primero que quiero decir es que llevo 20 años viniendo con regularidad a América Latina, y Chile es un país en el que siempre han pasado cosas. Desde principios de los años 2000 he visto varios movimientos pingüinos, las ocupaciones de los liceos, la revuelta, el movimiento del 2011, y he visto funcionar organizaciones sociales de varios tipos. La primera pregunta que hay que hacerse es por qué Chile es un país en el que hay cosas que suceden todo el tiempo, protagonizadas por personas que constantemente dicen que es imposible que sucedan cosas.
-Tanto Chile como España vivieron dictaduras, transiciones pactadas y posteriormente movimientos como el 15M y el estallido social. ¿Qué similitudes y diferencias observa entre ambos procesos?
España y Chile se van dando la mano en realidad. No es tanto que uno vaya adelante o tras el otro, porque por ejemplo en España no tuvimos una revuelta que aguijoneara al salto institucional en 2011. La revuelta fue fundamental para la llegada de Pedro Sánchez, que es un efecto del salto institucional nuestro. Sánchez no es un producto sencillamente del Partido Socialista, existe porque ha habido un aguijoneo por izquierda por el salto institucional que viene después de las plazas.
-Las guerras culturales se han convertido en un campo de batalla central. ¿Por qué cree que la derecha está tan preocupada por estos temas?
Las guerras culturales no son una cortina de humo de las derechas, como dicen muchos izquierdistas. No son un epifenómeno de lo que está sucediendo, no son un efecto secundario, no es un conflicto secundario. Es uno de los frentes, de los campos principales de batalla.
Por ejemplo, la preocupación de Elon Musk no son tanto las resistencias populares en América Latina, que piensa que las puede controlar. Su preocupación profunda es tener una hija trans. Es un tipo que está estudiando cómo construirse un cohete para irse a otro planeta cuando la humanidad se autodestruya, que se ha comprado Twitter, que es la mayor maquinaria de producción de odio de la historia, pero no puede evitar que su hija, como él dice, esté "contaminada por el virus woke".
-En momentos donde las identidades políticas parecen cada vez más fragmentadas, ¿cómo se puede construir esa articulación de la que habla sin caer en la simple suma de demandas?
En España pudimos observar algo muy importante en el movimiento del 2011, que sirve para pensar el rol del arte hoy. Se verificó lo que Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, en ese libro espectacular, "Hegemonía y Estudia Socialista", llamaban un proceso de articulación. La articulación es diferente de la unidad o de la suma de identidades políticas. No es la sopa de siglas que uno ve abajo de los carteles de convocatorias unitarias. No es que todo el mundo piense igual, no es que nos toleremos en nuestra diferencia.
La articulación sucede cuando en una reivindicación específica sabemos proyectar su carácter común o como una reivindicación específica contiene un común. Eso desencadena no una empatía de unos sectores sociales con otros, sino una comprensión de cada sector social de que lo que tú reivindicas me afecta a mí, traducido en otros términos. Es ahí donde las prácticas artísticas pueden jugar un rol fundamental, en hacer visible esos elementos comunes que permiten articular las luchas.
Por ejemplo, en 2011 cuando las enfermeras iban a ser despedidas, hicieron entender al conjunto de la sociedad que claro que era un problema que hubiera un despido masivo de personal de la sanidad pública. Pero hicieron entender más aún que no se trataba de ser solidarios con las enfermeras; la sociedad entendió que se estaba defendiendo a sí misma protegiendo el puesto de trabajo de las enfermeras.
-¿Por qué la ultraderecha está tan empeñada en reabrir los debates sobre memoria histórica, particularmente sobre las dictaduras?
El fantasma que asedia a la mentalidad de las derechas radicales hoy es el siguiente: ¿por qué si a las insurgencias del 68 las derrotamos económicamente, nos apropiamos de muchas de sus reivindicaciones para convertirlas en neoliberalismo? Les derrotamos económicamente, les derrotamos políticamente, las derrotamos policialmente, las derrotamos militarmente, los matamos y los desaparecimos. ¿Por qué esta sociedad se parece más a lo que ellos fantaseaban que al orden que nosotros salimos a defender?
-En su libro "Interrupciones y movimientos" habla sobre la capacidad de la ultraderecha para reconfigurar subjetividades. ¿Cómo se expresa esto en la política actual?
La capacidad que están teniendo de reconfigurar subjetivamente nuestras sociedades es absolutamente brutal. No solamente en el sentido de que la gente se hace ultraderecha, es que la gente está asumiendo que nos encontramos en un estado de cosas donde el estado normal de esta sociedad es el estado de excepción y la guerra civil. Incluso gente que no se considera ultraderechista.
-La izquierda parece atravesar un momento de melancolía política. El teórico Mark Fisher y su idea de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo resuena en las nuevas generaciones, especialmente tras el reflujo de las revueltas sociales. ¿Cómo analiza este momento de aparente imposibilidad?
Primero que todo, ¿cómo podemos estar diciéndoles a las feministas que aflojen? ¿Cómo podemos estar diciéndoles a los movimientos antirracistas que aflojen con el tema de insistir en que la sociedad es estructuralmente racista? Es alucinante que la capacidad de producción de fantasía que las derechas radicales nos han expropiado a los que nos consideramos progresistas, que fue siempre nuestra característica.
-Argentina parece ser un caso paradigmático...
Lo que está sucediendo en Argentina es un ejemplo claro. No es un deseo de orden en la sociedad después de los gobiernos peronistas, sino una simultaneidad de un deseo de orden y un deseo de desorden. Porque Milei no representa precisamente el retorno al orden, no es una persona que proyecte una gran estabilidad, no es una persona que esté proyectando internacionalmente una estabilidad del país para que vengan los inversores. Lo que está generando internamente es cada vez más caos.
Entonces no es verdad que lo que sucede a una revuelta o a un programa de máximos o a una proyección utópica de transformación social por parte nuestra sea una vuelta al orden. Lo que está sucediendo es una recaptación de los deseos de desorden o de destrucción por parte de las ultraderechas. Esa es la pregunta que las izquierdas se tienen que hacer en lugar de pedir a las feministas que no aprieten tanto. La pregunta es por qué las máquinas de generar fantasías del futuro de la sociedad han pasado del 68 a las ultraderechas ahora.