Nelly Richard: "El rechazo fue una catástrofe, la máxima derrota de la izquierda en los últimos 50 años"
18 de octubre de 2019. Alrededor de las 14 horas, las autoridades del gobierno de Sebastián Piñera anunciaban la suspensión del servicio de la L1 del Metro de Santiago debido a una serie de protestas protagonizadas por estudiantes secundarios. Como consecuencia, a eso de las 18 horas, una multitud de trabajadores que regresaban de trabajar desde el sector oriente de la capital se devolvía hacia sus hogares en el poniente caminando.
Así se fue dando forma a una marcha improvisada mientras el sonido de cacerolas resonaba tímidamente desde los edificios circundantes. A nivel de calle, muchos esperaban que el transporte subterráneo volviera a abrir, o copaban los paraderos de micros. Cuerpos e imaginarios que convergen en el espacio público.
Es esto lo que aborda Nelly Richard, figura referencial de la crítica cultural chilena, en 'Tiempos y modos. Política, crítica y estética', una colección de ensayos escritos entre 2020 y 2023, publicados en Editorial Planeta. Nacida en Francia y radicada en Chile desde los años 70, la fundadora de la mítica Revista Crítica Cultural ha sido una voz distintiva en el paisaje intelectual y artístico del país, escrutando el rol del arte bajo la dictadura y en democracia.
A cinco años de la revuelta, la teórica y ensayista reflexiona en conversación con El Desconcierto sobre las tensiones entre la multitud y el pueblo, la incapacidad de la izquierda para articular las identidades surgidas en el estallido y los desafíos que enfrenta tras el triunfo del rechazo en el plebiscito constitucional.
Un registro, tal como ella explica, "que se identifica con la crítica cultural, pero básicamente desde el ensayo. Trabajo sobre fragmentos de escenas, narrativas e imaginarios, no existe la pretensión de una verdad concluyente sobre el significado de la revuelta. No hay ninguna intención de un saber ni objetivante ni totalizante", señala.
Aunque, al principio de la entrevista deja en claro que, por mucho que abra un espacio crítico en torno a la revuelta no no se alinea con el que ella llama como "razón concertacionista" o una suerte de "fetichización del consenso". Frente a la revuelta que "tuvo una dimensión emancipadora, al hacer valer un acto de insubordinación respecto de esta clausura y de este modo en que esa democracia de mercado despolitizó la ciudadanía durante los años de la transición", agrega.
"El estallido visibilizó una impureza de lo popular que la izquierda ortodoxa no quiere ver"
- En este libro hace una distinción entre distintas visiones del estallido, por un lado una razón concertacionista y otro la visión de la potencia destituyente. En ese sentido, ¿qué faltó para que los actores institucionales pudieran articular los distintas grupos que emergieron en la escena pública durante el estallido social?
Surge una primera zona de incomodidad con un discurso de izquierda en relación al estallido que tiene que ver con el malentendido en torno a la categoría de multitud y de pueblo. Estamos en un periodo histórico de postrevoluciones. La revuelta de octubre en Chile es parte de una serie de movimientos como la crisis del 2001 en Argentina, los indignados en Madrid en 2011, la primavera árabe, el movimiento de antiglobalización.
Estas revueltas son habitadas por multitudes, grupos de sujetos que se adueñan del espacio público para que su rechazo a la estructura de poderes dominantes cobre visibilidad. Son multitudes autoconvocadas por redes sociales, que en el ponerse en escena performatizan su rechazo.
Es distinto "estar juntos" y pensar que ese "estar juntos" es "nosotros el pueblo", cuando es una facción del pueblo, pero no el pueblo como totalidad.
Una cierta izquierda se apresuró demasiado en llamar pueblo a una multitud dispersa, inorgánica y cuyos intereses convergen pero también divergen apenas la energía se disipa. La izquierda falló en crear un 'nosotros' tras el estallido social.
- ¿Por qué la izquierda fracasa lega al fracaso de la reconstrucción de un sentido de pueblo?
Benjamín Arditi hace una distinción interesante cuando habla del pueblo como evento y del pueblo como representación. El pueblo como evento es aquella multitud que se reúne para decir "no más, basta", se constituye como fracción agitativa en el momento en que ocurre la revuelta. Pero hay un pueblo representación o un pueblo poblacional que excede esa fracción y es justamente aquel que se pronuncia en la votación mayoritaria del rechazo.
- ¿Cómo se conecta la izquierda institucional con estas nuevas juventudes atravesadas por la subjetividad del consumo?
Es interesante la capucha como aquello que encubre esta revoltura de identidades. Uno puede leer simbólicamente la capucha como aquello que disimula identidades desensambladas. En los saqueos uno puede leer la voluntad neoanarquista de destruir los símbolos de la riqueza capitalista, pero a la vez cómo el robo de artículos de consumo, de parte de quienes carecen de ello, pero sucumben a las estéticas del consumo y a sus marcas.
Me parece importante advertir que hay una impureza de lo popular, que no estoy segura que la izquierda más clásica esté dispuesta a leer. Digo impureza justamente porque ahí convergen identidades que reclaman contra la xenofobia, el machismo. El estallido visibilizó una impureza de lo popular que la izquierda ortodoxa no quiere ver.
- ¿Cómo lee el rol de las mujeres en la movilización social, especialmente considerando el movimiento feminista de 2018?
Mayo de 2018 quiebra la lógica de lo que entendíamos por movimientos sociales por distintas razones. Al disparar todo este flujo de desobediencia en la sociedad, arma un anticipo que tiene que ser reconocido para la revuelta.
"La izquierda falló en crear un 'nosotros' tras el estallido social"
- Usted menciona la dicotomía entre la calle y la política institucional fue parte de las contradicciones del estallido ¿Cómo se supera?
Esa dicotomía me pareció siempre un poco sospechosa, primero porque uno desconfía de toda oposición binaria. El adentro-afuera es un dualismo maniqueo. La calle es el escenario, la condición necesaria y vital para que haya proceso de transformación social por la vía de aquellos cuerpos que visibilizan su demanda de reconocimiento en el espacio público. Pero no son la condición suficiente para que las energías en rebeldía logren transformar las estructuras de poder.
- ¿Cómo se lee el triunfo del rechazo y la capacidad de las izquierdas de construir un proyecto de futuro?
El rechazo fue una catástrofe, la máxima derrota de la izquierda en los últimos 50 años. Se adueñó de ese rechazo una ultraderecha que liberó un inconsciente político absolutamente reaccionario y conservador, y vimos las consecuencias, por ejemplo, en la conmemoración de los 50 años del golpe, que es algo inimaginable respecto a lo que muy precariamente se había avanzado en materia de derechos humanos.
Es difícil imaginar cómo lo hacen algunos que plantean una especie de revuelta perpetua, como crisis final del capitalismo neoliberal, pero ninguna sociedad puede vivir en permanente trance insurreccional. Cuando Norbert Lechner hablaba en los 80 de la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, es difícil imaginar que no haya una aspiración al orden. Y si la izquierda no se hace cargo de esa aspiración al orden, aparece el fanatismo más reaccionario de la derecha y la ultraderecha, que clausura una secuencia de transformaciones bajo el fantasma del caos y de la desintegración.
- ¿Cómo analiza el avance de los discursos de ultraderecha, por ejemplo con figuras como Javier Milei en Argentina? Pareciera que la esos sectores tienen más capacidad de cambio que sectores progresistas que llegan a administrar el Estado.
Cuando ves a la ultraderecha no solamente usando la hipervelocidad como motor de disolución total de lo social y de lo político, sino también innovando o incluso apropiándose de consignas como "que se vayan todos", ahora usada por Milei para decir que se vaya la casta, te das cuenta de lo precipitados y convulsionados que han sido los procesos.
La ultraderecha está explotando a un ritmo inigualable una fuerza disolutiva de lo social y de lo político. Me parece entonces que, en el entretanto, no creo que lo paroxístico sea el único modo en que lo político tiene que expresarse.
- ¿Cuál cree que debería ser el camino a seguir para la izquierda en este contexto?
La izquierda en el mundo se está preguntando qué hacer, pero por el momento, quizá la respuesta sea nada más que frenar el desastre. Como lo han dicho varios, la izquierda en el mejor de los casos puede llegar a ser gobierno, se pueden ganar elecciones y luego no se puede gobernar. Lo que queda es cuidar las instituciones frente al avance de lo destructivo, tratar de desviar las pulsiones más destructivas. Frenarlas o desviarlas, por el momento.
Hasta que venga la próxima revuelta, pero si no hay una reflexión crítica sobre octubre de 2019, vamos a estar donde mismo, es decir, en pleno desastre.