Rodrigo Karmy, filósofo, a cinco años del 18-O:
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Rodrigo Karmy, filósofo, a cinco años del 18-O: "Estamos en un callejón sin salida"

Por: Carolina Ceballos | 18.10.2024
"Hay muy pocos políticos en el sentido tradicional, como aquel que a través de la prudencia es capaz de entender cuál es el momento oportuno para actuar o para decir... precisamente hoy, estamos en una completa debacle de la figura del político", recalca el académico.

Cuando se cumplen cinco años del estallido social, y en medio del álgido día a día de nuestro país, quisimos conversar con el doctor en filosofía, Rodrigo Karmy Bolton, quien nos ofrece una mirada de la revuelta en el contexto actual de Chile.

A través de una reflexión profunda del quehacer político, vinculado a las legítimas demandas ciudadanas expresadas en lo que él prefiere denominar "revuelta", el escritor y también académico de la Universidad de Chile, comparte su mirada del territorio en el que habitamos hoy.

- A cinco años del estallido social, ¿qué reflexiones le surgen pensando en el Chile que vivimos hoy, en medio de este álgido 2024?

“Las reflexiones que puedo plantear en principio, son que creo que hay que hablar más bien de revuelta que de estallido; y la segunda, es que 'estamos en un callejón sin salida'.

Por qué hay que hablar de revuelta, y no de estallido, básicamente porque la noción de revuelta designa un acontecimiento de imaginación política que no está despolitizado como ocurre en el caso del estallido, y que si bien no tiene proyecto político claro, no puede identificarse a una revolución.

Una revuelta es precisamente el término medio entre un entre el concepto despolitizado de estallido social, y el término radicalmente politizado de revolución.

Yo creo que la revuelta es precisamente un lugar singular, que designa ese acontecimiento de imaginación política.

En segundo lugar, Chile está en un callejón sin salida, porque por un lado, la clase política y el sistema institucional, en general decidió clausurar, el problema constituyente, cerrar el problema constituyente y, por otro lado, desde el punto de vista de la sociedad, la sociedad sigue padeciendo problemas cuya forma de solución única vuelve a plantear los problemas constitucionales fundamentales: educación, salud, jubilación, etcétera”.

“Entonces, por un lado, la sociedad desde abajo está padeciendo los efectos de problemas constituyentes no resueltos y, desde arriba, se ha resuelto cerrar los problemas constituyentes.

Esto, justamente después de dos propuestas constituyentes que fueron rechazadas y que entonces, a partir de eso, la ciudadanía, sigue padeciendo esos problemas constituyentes, pero la clase política no tiene una canalización institucional para resolver estos problemas.

Y entonces, qué es lo que está ocurriendo, un conjunto múltiple de varios estallidos cotidianos en que queda patentizado que el sistema político identificado al pacto oligárquico de 1980, está vacío y agotado.

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El 'octubrismo' termina circulando peyorativamente

- Considerando que hay gente que habla hasta peyorativamente de "octubrismo", ¿qué tan mancillada está la revuelta social?

El término octubrismo es un término que provino del discurso oligárquico para criminalizar la protesta social. Y el término, en el fondo, termina circulando como un término eminentemente peyorativo criminológico, pero precisamente porque su fabricación pertenece al registro del vocabulario oligárquico.

- Transversalmente hablando, ¿cuán al servicio de las demandas que surgieron al alero del estallido se ha puesto la clase política de Chile?

“Muy poco, precisamente por lo que decía, creo que el país está en un callejón sin salida, porque por un lado, la clase política ha clausurado la problemática constituyente y, sin embargo, la sociedad sigue padeciendo problemas que tienen necesariamente un estatuto constituyente.

- En este mismo contexto de poca esperanza, cuando usted piensa en la política chilena, ¿qué le evocan quienes la ejercen?, ¿cómo podría definir a los políticos de nuestro país?

“Creo que la designación político o política, para designar a personas específicas que profesionalmente ejerzan la actividad política, me parece desde ya un asunto completamente problemático, porque si la revuelta puso un juego algo, fue precisamente que no era necesario el político profesional, era necesario que los pueblos se movilizaran, que los pueblos mismos pudieran ejercer la política, la política como ejercicio profesional es ya una confiscación de la política. Es ya de alguna manera, una captura de la política, una privación de la política para los pueblos.

En ese sentido, qué pienso de los políticos, me parece que, en términos muy generales, no todos por supuesto, pero me parece que hay muy pocos políticos en el sentido tradicional, como aquel que a través de la prudencia es capaz de entender, cuál es el momento oportuno para actuar, o para decir, me parece que precisamente hoy estamos en una completa debacle de la figura del político.

Precisamente, por eso se produce la revuelta, entre otras cosas. Más bien lo que tenemos aquí en Chile son muy buenos administradores, son muy buenos gestores, pero políticos tenemos, muy poco y a esta altura demasiado escaso.

La historia de Chile se configura desde la figura autoritaria

- ¿Qué tanta conexión real observa entre la clase política y el chileno común y corriente a quien, además, le están pidiendo el voto para las elecciones de la próxima semana?

“Diría que la tradición de la política chilena siempre ha sido una tradición oligárquica, es decir, la actividad política siempre ha estado a cargo de un estrato de la sociedad de carácter oligárquico, cuya figura fundamental que instala esa modalidad de ejercicio de la política, es precisamente Diego Portales.

Y de alguna manera la historia de Chile, la historia de la República de Chile, se configura a partir del asedio y la codificación de la política, a partir de la figura autoritaria y oligárquica instalada por Portales.

Esto significa que, de alguna manera, siempre ha habido una actividad política desligada de los intereses más cotidianos de la ciudadanía. Sin embargo, diría que con la revuelta lo que ocurre es que la revuelta fue, ante todo, 'una querella contra el jefe'.

El jefe en el sentido de el patrón, dueño de los medios de producción en el campo económico, el jefe en el sentido de el patriarca padre de la familia, en el sentido sexogenérico, y el jefe en el sentido del Estado o el Estado colonizador, en el sentido de que lo situaba los pueblos originarios, entonces es una triple querella contra el jefe la revuelta: el jefe dueño del capital, el jefe dueño de los cuerpos en la familia, el jefe dueño del territorio en la colonización.

Y en esos términos, la distancia, por lo tanto, entre la sociedad y la clase política, se agudizó con la revuelta, mucho más, porque la revuelta destituye la idea de que los de que los políticos saben lo que es mejor para la gente, destituyen la idea de que el político sabe lo que es mejor para ti, lo que es mejor para mí, lo que es mejor para todos nosotros. Y muestra la posibilidad de que quién sabe qué es lo mejor para todos nosotros, somos nosotros mismos.

No es que se instale esa idea, pero se abre esa idea y, por lo tanto, se rompe con esta figura según la cual el político es un detentor de un saber acerca de lo que supuestamente desean los ciudadanos, eso me parece que fue lo que se destituyó.

"Estamos caminando sobre el vacío"

- Pensando en que el próximo año también tenemos elecciones (presidenciales), y en línea con lo que uno observa cotidianamente, ¿a qué podríamos aspirar pensando en el despliegue de la clase política en este contexto?

Antes de contestar esta pregunta, me gustaría decir (que) precisamente porque estamos en un vacío constitucional, es decir, el pacto oligárquico de 1980 está funcionando estrictamente como un significante vacío.

Y, por lo tanto, estamos caminando sobre el vacío, todos los días, el partido del orden, o lo que yo denomino ‘el partido portaliano’, que de alguna manera es la articulación o la convergencia entre las dos grandes coaliciones, ha establecido justamente una convergencia posible, ha establecido un cierto consenso posible, pero en sustitución del vacío político de corte constituyente.

Me explico, a falta de una articulación constituyente de carácter político, el partido del orden ha optado por sustituirlo por un consenso en torno a materias de seguridad de índole, por tanto, técnico.

Por supuesto que la seguridad no es un asunto técnico, pero aparece como si fuera un asunto técnico, por lo tanto transversal a las diferentes coaliciones políticas y, específicamente, a los diferentes partidos políticos.

El recurso a la técnica permite precisamente esa transversalización, porque aparece la seguridad como si fuera algo puramente neutral, cuando en realidad hoy día la seguridad es precisamente el paradigma más político de todo.

En último término, a falta de un proceso constituyente, el partido del orden ha optado básicamente por instalar el paradigma de la seguridad, como un sustituto, como una suerte de 'prótesis'.

Pero el problema es que esa prótesis, ese sustituto, por un lado exhibe mucho poder, porque le da más prerrogativas a las policías, instala discursos de miedo, pero al mismo tiempo esa exhibición del poder, no es otra cosa que la exposición de la propia impotencia de la política chilena, del sistema político chileno.

Ocurre con el dispositivo de seguridad, lo mismo que en otras partes del mundo, por ejemplo en Israel, o por ejemplo en la frontera estadounidense mexicana, ocurre con el muro, con la construcción de los muros. El muro es justamente un intento para que no pasen poblaciones hacia de una frontera a otra, sin embargo, las poblaciones pasan igual.

El punto es que lo que ahí está en juego, es básicamente la exhibición, a través del muro, de la propia impotencia del Estado, para controlar su propio territorio.

"El problema de este país es que no hay justicia"

Y entonces, lo que ocurre en Chile con la instalación de los dispositivos de seguridad, con la instalación del paradigma de la seguridad, es que al mismo tiempo que el paradigma de la seguridad exhibe el gran poder de la oligarquía con su clase política frente a la ciudadanía, para controlarla, etcétera, ese gran poder, en realidad, es el síntoma de una gran impotencia para poder sobrellevar un proceso constituyente.

Es el proceso constituyente lo que está vacío, y frente a ese vacío lo que la clase política intenta hacer, es ocultar ese vacío con el paradigma de la seguridad, que es un paradigma tremendamente político, aunque aparece como si no lo fuera, como si fuera un puro asunto técnico.

Pero en último término, me gustaría no soslayar el tema de la delincuencia y del crimen organizado, que se ha intensificado en los últimos cinco años. En realidad las últimas décadas, pero con mayor visibilidad a los últimos cinco años, precisamente en virtud del paradigma seguridad con un paradigma prevalente. Por qué se produce esa intensificación de la delincuencia y el crimen, precisamente porque no existe una ley legítima.

Y como no existe una ley legítima, todos los días contemplamos el espectáculo de que en Chile sólo ganan el que tiene más fuerza, y el que tiene más fuerza es el que tiene o más dinero, más influencia, tiene una cercanía con cierta clase política, etcétera.

Es decir, el problema de fondo de este país, es el problema de la justicia, no hay justicia. Y como no hay justicia, no hay una ley legítima, porque tampoco el pacto oligárquico y la Constitución del 80, era una ley legítima, toda vez que se instaló en dictadura y la revuelta precisamente testimonia esa ilegitimidad de fondo de la Constitución del 80.

Como no existe esa legitimidad, entonces el reino de Chile se presenta fundamentalmente como un país en el que triunfan exclusivamente los más fuertes, un país hecho para los más fuertes, un país hecho para y por los más fuertes. Y en ese sentido, un país radicalmente injusto.

"El ciudadano de a pie no espera nada de los políticos"

- Transcurridos cinco años de la revuelta, ¿a qué puede aspirar el ciudadano de a pie en nuestro país?, ¿estamos frente a una crisis de la esperanza?

Creo que el ciudadano de a pie, no espera nada de los políticos, no espera nada del sistema político, porque el problema precisamente es qué está ofreciendo el sistema político.

No mucho, en realidad, nada. No te resuelve los problemas cruciales a nivel laboral, no resuelve los problemas de jubilación, no resuelve los problemas de salud, no resuelve los problemas de educación. Es decir, no resuelve nada, entonces problema es que se agudiza la ilegitimidad.

Y en último término, la experiencia de rabia contra la injusticia del sistema, sigue igualmente vigente que hace cinco años. Con la única diferencia que, si hace cinco años esa rabia era todavía posible de movilizar a través de los movimientos sociales, hoy día esa rabia está experimentando también un momento de impotencia y, aparentemente, no puede movilizarse del todo.

O si puede movilizarse, lo hace con mucha mayor dificultad que las grandes movilizaciones que atravesaron a la última década, y me parece que esas grandes movilizaciones que atravesaron a los últimos 15 años, sobre todo, en último término, se condensaron en el momento de la revuelta.

La revuelta no surge de la nada, surge de un proceso de lucha sostenido de hace más de 15 años que se viene dando sobre el sistema imperante, sobre los límites de esta llamada democracia, y sobre, justamente, el problema crucial de este orden político que está hecho en y por los más fuertes.

Esa es la impugnación, la impugnación a la injusticia del orden vigente.

Política chilena, esencialmente oligárquica

- ¿Qué significa ser pueblo, ciudadano de a pie hoy en Chile, a cinco años del estallido social?

En primer lugar, la historia de Chile está forjada fundamentalmente a partir de un fantasma, el de portales. Y qué es, es un dispositivo que ordena a la política chilena para convertirla en una política esencialmente oligárquica.

Y, por lo tanto, una política que priva permanentemente de derechos, y de agencia a la potencia de los pueblos.

Cómo se manifestó el fantasma portaliano en los últimos 30 años, en el momento de la transición, se manifestó justamente porque el sujeto pueblo nunca estuvo al interior del discurso político, lo que estuvo fue básicamente la gente o la ciudadanía, pero no la noción de pueblo.

La noción de pueblos, solo vuelve a instalarse justamente después de la revuelta. Y la revuelta, de alguna manera trastoca el ordenamiento del pacto de 1980 y, por lo tanto, abre la posibilidad de un vocabulario distinto y, por lo tanto, de procesos de subjetivación distintos.

En ese sentido, lo que está en juego es que la transición política nunca designó al pueblo de Chile como pueblo de Chile, a diferencia de lo que fue el siglo XX, donde la revolución que provino desde abajo, de la lucha de los trabajadores y organizaciones sociales, etc., que se cristaliza finalmente en el triunfo del gobierno de la Unión Popular, en 1970, el sujeto que hace esa revolución es precisamente el sujeto pueblo.

Desde el pacto oligárquico de 1980, y no por casualidad, precisamente como un intento de antídoto frente a las posibilidades de que se forjara nuevamente el sujeto pueblo, en la medida en que este sujeto había podido terminar en la experiencia de la Unidad Popular, lo que hace la Constitución del 80, es conjurar la noción de sujeto pueblo, y durante la transición la noción de pueblo queda completamente ausente.

Democracia de la transición es sin el pueblo

Y se la sustituye por la noción de gente o ciudadanía. La pregunta que cabe aquí, es qué sería entonces la democracia chilena en la medida en que el concepto de democracia se define literalmente por ser un gobierno del pueblo, ¿cómo puede ser un gobierno del pueblo un régimen político que no se refiere al pueblo?, ¿cómo puede ser un régimen un gobierno del pueblo un régimen político en el que el pueblo está radicalmente ausente?

Yo sostengo que la democracia chilena de la transición, apuntalada por el pacto oligárquico de 1980, es una democracia sin pueblo. Y una democracia sin pueblo, significa un régimen puramente procedimental.

Puramente legal y procedimental, pero que no tiene un ethos arraigado en el campo social, o desde la ciudadanía. Dicho de otra manera, esa democracia sin pueblo no hace otra cosa que replicar la estructura oligárquica que había sido consignada ya por el pueblo fantasma portano que configura esta matriz de 1980 hasta la actualidad.

Entonces la cuestió es que pervive una democracia sin pueblo, pero en realidad (…) es un régimen político anémico, un régimen sin pueblo, pero un régimen político con individuos.

Chile es una individuocracia, no una democracia y como es una individuocracia, en rigor no aparece como si fuera un sistema político, sino simplemente como si fuera un sistema económico.

Lo que yo sostenido en un libro, que se llama 'El fantasma portaliano', entre otras cosas, es que Chile no es una república sino una economía.

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