A propósito de La Sustancia: Dos ejemplos de la monstruosidad en la literatura chilena
Para Foucault, el concepto de monstruo surge de las leyes de la naturaleza y las normas sociales. En su curso en el Collège de France (1974-1975), sostuvo que la primera figura monstruosa es aquella que transgrede tanto las leyes jurídicas como las naturales.
El monstruo tiene una doble naturaleza: humana y animal; pertenece a dos especies, dos sexos; se sitúa entre la vida y la muerte. Su rareza y la curiosidad que suscita representan el límite de la ley, la salud y la naturaleza. Es un monstruo porque rompe el pacto social de su época y se opone a la imagen burguesa.
A finales de la Ilustración, la imagen del monstruo como símbolo de mezcla y antinaturaleza pierde fuerza, y comienza a aplicarse el término a los 'desviados', los criminales y aquellos con problemas de conducta, considerados peligrosos por la relación entre enfermedad y criminalidad.
Este individuo monstruoso es corregido constantemente a través de disciplinas ejecutadas en el ejército, la escuela y el trabajo; se le domestican el cuerpo y el comportamiento. Cuando resulta incorregible, se opta por su encierro y se le denomina loco. En nuestra era, este sujeto es el drogadicto, el ladrón, el agresivo, el asesino, el violador, entre otros.
Para el filósofo Georges Canguilhem, definir qué es ser un monstruo resulta más complejo, aunque llega a una conclusión similar a la de Foucault: un monstruo es alguien que no se alinea con las normas biológicas o sociales.
Carlos Droguett es un escritor de izquierda, marxista, que apoyó la Revolución Cubana y se dedicó a escribir sobre los marginados sociales. Fue exiliado en 1975 por la Dictadura militar y la policía de Pinochet incautó su novela Patas de perro. Bajo su mirada marxista, Droguett quiere exponer la realidad chilena, la pobreza urbana, la miseria, la marginación y la condición de los niños en esa situación.
En Patas de perro (1968) nos encontramos con un sujeto que está fuera de las convenciones sociales, de lo que debería ser un cuerpo humano o animal, una mezcla entre ambas, un ser híbrido. Su apariencia es humana, pero con rasgos que lo asemejan a un perro: posee rostro, torso, brazos y manos, pero sus pies tienen la forma de patas caninas, lo que le impide caminar con la naturalidad de una persona común. Además, su rostro y algunos de sus movimientos evocan los de un animal: ladra, aúlla, duerme en el suelo de la cocina o en los sacos de la puerta que da a la calle. Aún así, Bobi se considera humano.
El trato que recibe Bobi en casa de sus padres es violento: «Yo era una vergüenza para mis viejos, ¿sabes?, y solo tengo trece años». «Marmentini le hizo cariño en la cabeza y le dijo que era un hermoso desgraciado, un maravilloso monstruo, un magnífico escándalo de la Naturaleza y que eso que parecía una desgracia podía ser la suerte y la fortuna de una familia en la miseria».
Su narrador/protagonista, Carlos, quien tiene rasgos de alter ego del propio Droguett, es un hombre solitario, triste, que solo piensa en tener una casa y una esposa para escapar de su soledad y utiliza a Bobi para no estar aún más solo.
No tiene mucho dinero y quiere cuidar a toda costa de Bobi. «Véndame la casa, la compro entera, con ustedes dos adentro, en un frasco de alcohol, y Gándara en una pipa de aguardientes, oh Dios, préstame dinero para comprar un poco de tranquilidad para Bobi» (73), le dice Carlos a Estefani, revelando la profundidad de su soledad y angustia.
Manuel Rojas también se dedicó a escribir sobre la marginalidad, las desigualdades sociales, la lucha de clases y lo monstruoso. En Punta de rieles (1959), Rojas abarca lo monstruoso desde otro punto de vista, no desde el cuerpo como lo hizo Droguett con Bobi, sino con el personaje agresivo, un asesino y criminal. Esta novela comienza con dos hombres conversando.
Estos hombres también son solitarios y se reúnen en la mesa de un bar. Romilio Llanca, un obrero sindicalista, un «roto», como lo describe Rojas, le confiesa rápidamente un crimen a Fernando Larraín Sanfuentes, un personaje que representa la burguesía chilena, un «caballero». «Acabo de matar a mi mujer», le dice el obrero sindicalista, pidiéndole un consejo acerca de entregarse o huir.
Ambos personajes provienen de orígenes muy distintos. Llanca proviene del sur, de Cáhuil, «por allí nadie tiene interés en nada que no sea trabajar, comer dormir, tomar vino y acostarse con mujeres». Por otro lado, Larraín proviene de la élite, el narrador constantemente narra sobre la importancia que tiene para él las adquisiciones y el apellido, sobre todo su apellido: «porque nacer aquí con buenos apellidos es mejor que nacer buenmozo o inteligente».
Aun así, Llanca es un tipo con más honor que Larraín. Aunque embrutecido por el trabajo en la salitrera, él va donde Larraín a pedirle un consejo a lo que este le dice que se entregue, y que lo ayudará. Larraín es un tipo alcohólico, malo para el trabajo y para los estudios: «con esos dos apellidos pudo haber sido lo que me hubiese propuesto ser, pero nunca me propuse nada». Larraín se confió en su capital social y actúa desde una posición deshonrosa, juzgando sin la autoridad moral que aparente.
Por otro lado, Llanca llega a una falsa conclusión y muestra toda su monstruosidad al creer que si golpeaba lo suficientemente a Rosa esta seguiría viva: «Si le hubiese dado una paliza, como hacen otros hombres, hinchándole los ojos, reventándole la nariz o partiéndole los labios, o simplemente la hubiese dejado, échandola o yéndome yo, la Rosa no estaría muerta».