La urgente necesidad de la regulación emocional en Chile: “Ir más allá de las leyes punitivas”
En las últimas semanas, hemos sido testigos de múltiples episodios que revelan una realidad alarmante, Chile enfrenta una crisis de salud mental que va más allá de la depresión, la ansiedad o el estrés.
Casos recientes como el del ministro del Interior, Manuel Monsalve, o el del propietario que insultó a un conserje en un condominio, reflejan un problema profundo: la carencia de educación emocional en nuestra sociedad.
La impulsividad, la falta de empatía y la ira descontrolada son solo algunos de los comportamientos que emergen cuando no somos capaces de regular nuestras emociones. Este tipo de conductas no solo generan consecuencias a nivel personal, sino que también afectan los “climas emocionales” que nos rodean. Desde tocar la bocina porque salimos tarde de casa, hasta gritar o maltratar a un ser querido, todo está relacionado con nuestra capacidad (o incapacidad) de autorregularnos.
La educación emocional, lejos de ser un concepto “blando” o exclusivo de la infancia, es la clave para el desarrollo social. No es suficiente hablar de emociones con los niños; es necesario entender cómo nuestras acciones impactan a quienes nos rodean.
Necesitamos una sociedad donde la ética y las emociones morales -como la vergüenza social o la rabia por la injusticia- sean parte fundamental del comportamiento cotidiano. La falta de regulación emocional está a la raíz de muchos de los conflictos que enfrentamos hoy en día.
Leyes como la Ley Karin, que buscan promover un trato respetuoso y digno, reflejan un esfuerzo por mejorar la convivencia, pero la verdad es que mientras sigamos aplicando soluciones punitivas y no enfoquemos nuestra atención en la prevención y la promoción de la educación emocional, perpetuaremos esta crisis.
Chile no solo necesita más leyes que castiguen las malas conductas, sino un cambio cultural donde el desarrollo humano sea tan prioritario como el desarrollo académico.
Hoy más que nunca, como sociedad, debemos reflexionar sobre cómo estamos educando emocionalmente a nuestros hijos, cómo gestionamos nuestras relaciones como parejas, docentes, padres y trabajadores. El verdadero cambio empieza en cada uno de nosotros y es nuestra responsabilidad construir una sociedad donde la regulación emocional sea la norma, no la excepción.