La decadencia del fútbol chileno: ¿Un deporte secuestrado?
El Estadio Nacional, esa arena donde en otros tiempos se libraban batallas épicas entre las selecciones más poderosas del continente, ha sido testigo de una derrota más. Chile perdió ante Brasil 2-1, y mientras las luces se apagaban en el estadio, quedaba claro que esa penúltima posición en la tabla de eliminatorias de la Conmebol no era más que el reflejo de algo mucho más profundo que un mal partido.
El problema no es Ricardo Gareca, aunque la mirada perdida del técnico argentino lo delata; el problema no es la selección, cuyos jugadores parecen arrastrar una mochila de piedras cada vez que salen a la cancha. El problema es mucho más grande, más denso, más enraizado en los cimientos mismos del fútbol chileno. Y el responsable de este desastre no es otro que el presidente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), Pablo Milad.
Es fácil culpar a los entrenadores cuando las cosas no van bien. Es más fácil aún mirar a los jugadores y preguntarse por qué ya no tenemos a los guerreros de antaño, a los Vidal, a los Sánchez en su mejor momento. Pero, lo que ocurre hoy en el fútbol chileno es una tragedia institucional. Y Milad, como capitán de este barco a la deriva, es quien debería estar rindiendo cuentas.
Desde que Pablo Milad asumió el control de la ANFP el fútbol chileno ha entrado en una espiral de decadencia que parece no tener fin. Los resultados en la selección son desastrosos, pero peor aún es lo que ocurre en los clubes.
El campeonato local ha perdido todo el brillo que alguna vez tuvo, los equipos están en manos de empresarios extranjeros que parecen tener poco o ningún interés en el deporte en sí, sino más bien en el rédito económico que puedan extraer de esta tierra baldía llamada fútbol chileno.
Entrenadores de afuera que vienen y van como nómadas sin dejar huella, jugadores que no alcanzan el nivel competitivo internacional, y lo que es peor, una buena parte de la afición que ha perdido la fe, y asiste a los estadios más por costumbre que por verdadera pasión.
El fútbol chileno, hoy, es una sombra de lo que alguna vez fue. Y no es casualidad. La gestión de Milad ha estado marcada por la indiferencia, por la falta de un proyecto claro, y lo que es peor, por la entrega total del deporte a manos de empresarios, cuyo único objetivo parece ser el de lucrar a costa de lo que queda de esta pasión nacional. Y aquí surge la pregunta: ¿hasta cuándo?
Porque esto no empezó ayer. No es que de repente, por arte de magia, nos hayamos encontrado en este punto. El fútbol chileno ha venido descomponiéndose poco a poco, como una fruta que se pudre desde dentro pero, bajo la administración de Milad, este proceso de descomposición se ha acelerado de manera alarmante. Y claro, Pablo Milad no es el único culpable de esta debacle, pero es el principal.
Lo más trágico es que esto no es solo un problema deportivo. El fútbol, como cualquier deporte, es un reflejo de la sociedad en la que está inmerso. Y lo que vemos hoy en el fútbol chileno es un reflejo de un país que ha sido capturado por intereses económicos oscuros, que ha perdido el rumbo, que ya no lucha por la excelencia, sino por la mera supervivencia.
Lo que está ocurriendo en el deporte rey de Chile es un síntoma de algo más grande, de un país que ha permitido que su identidad sea secuestrada por grupos empresariales que solo buscan maximizar sus ganancias a corto plazo. De una nación que ha dejado que su pasión, su cultura, su historia, sean subastadas al mejor postor. ¿Y qué ganamos a cambio? Nada. Solo humillación. Solo derrotas. Solo decadencia.
Desde que el empresariado tomó el control del fútbol chileno, los resultados han sido desastrosos. Lejos de aportar al desarrollo del deporte, estos grupos han empobrecido el nivel competitivo, y lo que es peor, han alienado a los hinchas. Hoy en día, asistir a un partido de fútbol en Chile es una experiencia desoladora.
Los estadios, que alguna vez vibraron con el aliento de multitudes, ahora son cementerios de entusiasmo. El fútbol ya no pertenece al pueblo, pertenece a los capitales extranjeros que ni siquiera se molestan en ocultar su desdén por la historia y la cultura deportiva de este país. Y Milad es, en este sentido, un mero representante de esos intereses.
No hay en su gestión ni un atisbo de interés por el fútbol como deporte, como motor de cohesión social, como fuente de orgullo nacional. Su presidencia ha sido una sucesión de decisiones erráticas, de falta de planificación, de improvisación, de negligencia. Y mientras tanto, el fútbol chileno se hunde cada vez más en el fango de la irrelevancia.
Pero no podemos quedarnos solo en la crítica. Hay que exigir cambios. Hay que pedir la renuncia de Milad, pero eso no será suficiente. Necesitamos una transformación profunda en la manera en que se gestiona el fútbol en Chile. Necesitamos que el deporte vuelva a pertenecer al pueblo, que se rescate esa identidad que alguna vez tuvimos. Y para eso, es necesario expulsar a los mercaderes del templo.
Los empresarios no tienen lugar en el fútbol chileno si su único interés es el de llenar sus bolsillos. Necesitamos dirigentes que amen el fútbol, que lo entiendan, que sepan lo que significa para millones de personas en este país.
Chile, hoy, está de luto futbolístico. Pero no por la reciente derrota ante Brasil, ni por la posición en la tabla de eliminatorias. Lo que nos duele es algo mucho más profundo, la pérdida de nuestra identidad futbolística, de nuestra pasión, de nuestro orgullo. Y eso no se soluciona con un cambio de entrenador o con la llegada de un nuevo crack. Eso se soluciona arrancando de raíz el cáncer que ha corroído nuestro fútbol: la gestión empresarial que solo busca el lucro a costa del deporte.
Hasta cuándo, Chile. Hasta cuándo permitiremos que nuestro fútbol siga siendo humillado. Hasta cuándo toleraremos la incompetencia de Milad y la indiferencia de aquellos que manejan el fútbol desde las sombras. Es hora de despertar, de exigir cambios reales, de devolverle el fútbol a quienes realmente lo aman. Porque de lo contrario, seguiremos cayendo. Y en algún momento, quizás ya no haya vuelta atrás.