Desigualdad y Fe: Pastores evangélicos en caminos desiguales
Los pastores de iglesias evangélicas en Chile juegan un papel crucial en la vida de los creyentes, se les considera guías espirituales encargados de acercar a las personas a Dios a través del ejemplo moral, la sabiduría y el conocimiento.
Algunos de ellos han alcanzado una formación académica que les permite enseñar con fundamento teológico; así, su “llamado de Dios” se basa tanto en su formación como en su experiencia, preparándose adecuadamente para ejercer su labor.
Por otro lado, en muchas poblaciones de sectores populares surge una realidad diferente: pastores que se levantan sin ningún tipo de formación académica formal. Estos líderes nacen de la necesidad de sus comunidades y provienen de los mismos entornos a los que sirven; viven la misma pobreza y enfrentan a diario los mismos desafíos.
Lo que nos plantea una interrogante ¿Qué tipo de liderazgo emerge en estos sectores, y cuáles son los riesgos que puede conllevar esta tendencia?
Al no contar con una base sólida en la formación teológica, los enfoques doctrinales pueden variar, lo que también afecta la manera de abordar las problemáticas sociales que afectan a los sectores más pobres.
Esta falta de equilibrio lleva a la confusión y genera desencanto con la religión evangélica, ya que muchos pastores carecen de herramientas necesarias para resolver conflictos de manera asertiva.
Una situación nos lleva a cuestionar la exclusión social y la desigualdad, pues el acceso a una formación teológica formal está reservado, lamentablemente, para aquellos que poseen ciertos privilegios económicos y sociales.
Ahora, cabe preguntarse, si las iglesias evangélicas promueven mensajes de hermandad y fraternidad, ¿por qué no son una iglesia evangélica universal? En Chile, el desarrollo desigual que enfrentan las familias es evidente, y esta desigualdad no solo se presenta a nivel secular, sino también a nivel religioso.
Existen iglesias que mantienen un alto patrimonio, como la iglesia Jotabeche, en contraste con otras que se levantaron en sectores populares, donde el espacio también funciona como hogar y templo.
Pero justamente ya es momento de soltar los altos patrimonios, ya que esto significaría romper con un modelo que favorece la comercialización de la fe y la desigualdad religiosa, priorizando el bienestar social y cultural de las comunidades que profesan la religión evangélica.
Es fundamental replantear la manera de formar un ministerio evangélico universal que sea equitativo y que apoye la formación de líderes. Las iglesias evangélicas deben ser un refugio inclusivo donde todos los miembros, sin importar su condición socioeconómica, tengan voz y acceso a una formación teológica.
El futuro de la iglesia evangélica radica en nuestra habilidad para forjar un liderazgo que sea no solo competente, sino también ético y profundamente comprometido con los principios del evangelio. Solo de este modo podremos transformar nuestra fe en una herramienta efectiva para la justicia social, convirtiéndola en un motor de cambio en las comunidades que más lo necesitan.
Es imperativo que asumamos una conciencia respecto al rol pastoral en Chile, y las condiciones y desafíos que enfrentan algunos pastores en su desarrollo ministerial, incentivando el evangelio como una fuente de transformación y servicio genuino más que una fuente de beneficios para algunos.