Poder y jerarquías en la educación de los profesionales de salud
Agencia Uno

Poder y jerarquías en la educación de los profesionales de salud

Por: Pamela Jofré - Karin Kleinsteuber | 17.09.2024
Las críticas actuales a las consecuencias nefastas de las jerarquías en nuestro sistema de educación y atención médica no debiera desviarnos de la significativa y valiosa oportunidad para dialogar y reconvertir el poder a favor de dinámicas saludables para pacientes y estudiantes.

Las profesiones de salud están bajo la atenta mirada de la sociedad. En un momento crítico para la educación de sus futuros profesionales, exploramos cómo funcionan el poder y las jerarquías en este ámbito, y qué nivel de impacto tienen tanto en el bienestar de los estudiantes, como en la experiencia final de los pacientes.

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Las dinámicas de poder están determinadas por prácticas estructurales y culturales profundamente arraigadas. Un ejemplo de prácticas estructurales que fomentan las dinámicas del poder, pueden ser impulsadas por las propias instituciones, dado que los estudiantes dependen de las evaluaciones positivas por parte de sus superiores jerárquicos, lo que a su vez puede influir significativamente en su trayectoria educativa e, incluso, en sus futuras oportunidades laborales.

Desde el punto de vista cultural, los profesionales de salud, al igual que todas las personas en el ámbito sanitario, reflejan un conjunto de creencias y valores que los identifica. En su rol de “expertos”, estos profesionales puedan establecer jerarquías tanto sobre los estudiantes en formación en espacios clínicos, como sobre sus pacientes.

Los estudiantes, personas jóvenes, aún en edad de forjar sus ideales y en plena construcción de su identidad profesional, podrían tener dificultades para separar las prácticas de la medicina, de la persona que la ejerce, por lo que sin quererlo, aquello que puede oprimir a un estudiante termina siendo un modelo de aprendizaje.

Lamentablemente el espacio de la formación, que también es compartido por el cuidado y atención de pacientes, concentra muchos roles que suelen confundirse, superponerse. Se caracterizan por ser lugares sobrecargados de trabajo, demandantes física y emocionalmente. Además, no sólo se expresan los sufrimientos propios de los pacientes que claman por ser aliviados, sino, junto a ello, la soledad, y las desigualdades de una sociedad que ha fallado en cuidar de los más vulnerables.

Estas situaciones desencadenan incomodidad y angustia en los estudiantes, sumadas al cansancio por los largos turnos y muchas veces prácticas en horarios que exceden las jornadas de trabajo habituales. Nada de esto se tiene en cuenta fácilmente y por la velocidad en que todo ocurre, no hay espacios para la reflexión.

En ese contexto, la medicina narrativa intenta poner un freno, permitiendo que el intercambio y tejido de historias de cuidado en la educación médica pueda inculcar más humanismo en la identidad del profesional de la salud, siendo conscientes de la necesidad, al mismo tiempo, de honrar las expectativas públicas de que los médicos y otros profesionales abarcan en su trabajo, algo más allá que la sola experiencia de la fisiología de un cuerpo enfermo.

En un momento crítico de estas cuestiones para nuestro país y el mundo, nos permitimos compartir una historia que ejemplifica que es posible ocupar el poder y las jerarquías en medicina de una forma positiva y virtuosa. Esto, bien explorado y comprendido podría permitirnos a todos deconstruir prácticas culturales dañinas en los espacios sanitarios, con el objetivo de airear de humanismo la formación profesional y la medicina misma.

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Hace algunos años, en los ejercicios de medicina narrativa una estudiante escribió:

“Ocurrió en mi primera semana de internado, partimos un día miércoles, pues habían ocurrido problemas administrativos que nos impidieron comenzar el lunes. Mi primera rotación era en atención primaria, en un CESFAM.

El lugar lo conocía, no así al docente que me esperaría. Venía saliendo del internado de cirugía y no veía algunas materias desde 5º año. Tenía temor de que me interrogaran y no pudiera responder. Tenía el contacto de la docente, entregado por uno de los tutores, agregué el número y le escribí para presentarme.

La Dra. extrañamente me respondió amable y cariñosa, como si fuésemos amigas. Me sentí cómoda y a gusto. A pesar de eso partí nerviosa mi primer día, no sabía cómo se comportaría ella al momento de interrogar. Entré a la salita, era pequeña, ella no había llegado y todo estaba bien dispuesto para atender niños.

Al llegar la Dra., alta y morena, bonita, me llamó la atención que me habló como si me conociera de toda la vida. Me preguntó cómo estaba, cómo había llegado al CESFAM, si tenía cómo devolverme, me ofreció llevarme al paradero a la vuelta. Fue muy protectora, como una hermana mayor.

Me senté y comenzamos a atender pacientes. Las atenciones eran extensas. Pensé que en ese tiempo me interrogaría, que hablaríamos de pediatría, control de niño sano, no sé, algo académico. Pero no. La Dra. se interesó en mí, en mi vida, donde vivía, con quién vivía, si estaba pololeando, entre otras cosas.

A mí sí me sorprendió mucho; incluso más cuando, al terminar de hacerme preguntas sobre mi vida, ella espontáneamente comenzó a contarme sobre la suya. Sentí por primera vez que un tutor se paraba frente a mi primero como persona y luego como médico. Fueron los tres días más bonitos que he tenido en este internado porque aprendí de la experiencia de la Dra., pero no sólo de su experiencia en medicina, sino que de su experiencia en la vida”.

Esta historia ilustra lo que puede suceder en los espacios clínicos, donde el poder que ostentan los profesionales y mentores puede influir de manera positiva en la vida de un estudiante.

En todas las relaciones humanas surge inevitablemente el poder (en las familias, las amistades, el trabajo) y puede usarse para controlar, dominar o inspirar. El poder de los profesionales de salud y los tutores de estudiantes en los espacios clínicos, también provienen de una situación relacional que no pretende negar la autoridad del médico, enfermera u otro profesional. Más bien, busca desafiar las concepciones obsoletas del poder, como algo de arriba hacia abajo, estable y determinado.

Las críticas actuales a las consecuencias nefastas de las jerarquías en nuestro sistema de educación y atención médica no debiera desviarnos de la significativa y valiosa oportunidad para dialogar y reconvertir el poder a favor de dinámicas saludables para pacientes y estudiantes.

Los profesionales de salud no podemos, ni debemos subestimar el poder cultural y simbólico que ostentamos y deberíamos estar dispuestos a cederlo de manera consciente, tal cual lo hizo la colega de la historia compartida.

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Esto podría fortalecer la confianza e identidad de los miembros del equipo a su cargo, sean colegas o estudiantes. Quizás así, se permita fomentar el desarrollo profesional de los estudiantes de una manera innovadora y virtuosa, refrescando de humanidad la educación de los profesionales de salud y de paso, la práctica de la medicina.