La bomba de tiempo en el aula
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La bomba de tiempo en el aula

Por: Francisco Guajardo Medina | 07.09.2024
El aprendizaje profundo requiere de una enseñanza profunda, pues al analfabetismo digital se le hace frente con políticas públicas, gestiones directivas y didáctica de aula que contengan propósito.

La sensación es la percepción cargada de experiencias personales previas, están siempre cargadas de historia íntimas que colorean el lente con el que se observa el momento, el espacio, las personas, las conversaciones. “Tengo la sensación”.

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Entorno a esto, el peligro está en no ponderar, o incluso en igualar la sensación con el saber, que ya no es tan íntimo, sino más bien es parte de un mismo relato superior que tiene directa relación con el ámbito social, institucional, generacional y derechamente de estar en el momento de una historia colectiva en desarrollo.

De ser así, se puede mirar en retrospectiva, y con un dejo de preocupación, el año 1920, cuando un 26 de agosto se promulgaba la “Ley de Instrucción Primaria Obligatoria”. El espíritu de aquella ley era clara: Todos los niños y niñas tienen el derecho mínimo de asistir a la escuela para aprender a leer y escribir.

En esa época una de las principales trabas para esta ley -que hoy revierte toda lógica y normalidad-, radicaba en los sectores más conservadores, pues en ese entonces se contraponía el derecho de los padres a educar a sus hijos como quisieran y cuando quisieran. Una de las razones de esta mirada estaba en el cómo se iba a restar fuerza laboral a las familias o ingresos que se tenían contemplados a costa de la infancia, entre otros.

En pleno 2024 la premisa que se observa es a lo menos una rima de esa historia, desde la resistencia a la educación sexual, donde uno de sus focos está en la prevención de los abusos sexuales a menores, o la ilusión del que sí tenemos responsabilidades cívicas formadas como sociedad en la escuela, algo lejano y distante aún, y sin embargo niños y familias toman “Tik-Tok” o “Youtube” como un espacio educativo donde la confirmación por sesgo -por dar un ejemplo- fomenta un nuevo analfabetismo ahora de carácter digital. Pasar de la investigación al “pregúntale a Google”.

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El analfabetismo digital, que hoy se visualiza en un uso sin mediación o sin una estructura de desarrollo del pensamiento, de la identidad, del proyecto personal que transite en la escuela, queda -a diferencia de 1920-, en el cotidiano, capturado en una App, o en la triple W. En ese mundo la soberbia ignorante de las familias en 1920, hoy se da en un ámbito transversal que afecta a nuestra infancia si la escuela no actúa.

El desafío es profundo para la “escuela” como concepto activo, porque se ve enfrentada al renovarse o morir.

El aprendizaje profundo requiere de una enseñanza profunda, pues al analfabetismo digital se le hace frente con políticas públicas, gestiones directivas y didáctica de aula que contengan propósito. Es inevitable mirar el cómo se han inyectado recursos y acciones que están lejos de los niños y niñas, que se menciona que es por ellos, pero pareciera no ser tan así.

Desde la salud mental de los estudiantes y miembros de comunidades educativas hasta las habilidades de orden superior como el manejo de la información, la resolución de problemas y conflictos, el fomento de la curiosidad y la creatividad desde su entorno territorial, permitirán hacer frente a la incierta y desafiante realidad que nos presentan las IA, por mencionar algo de contingencia significativa.

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Debemos superar el paso de las pizarras de tizas a las de plumón, o el data con un power point. El analfabetismo de 1920 hoy lo vemos en su versión 3.0 después de un siglo, y no podemos quedar impávidos o abúlicos. Hay que superar las sensaciones y construir un saber.

Tener consciencia de la gran responsabilidad que todos tenemos en este presente, desactivará una bomba que está en cuenta regresiva.

Crédito de la fotografía: Agencia Uno