Natalicio de San Juan Bosco: Educar en tiempos de crisis
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Natalicio de San Juan Bosco: Educar en tiempos de crisis

Por: Félix Levin Alvial | 16.08.2024
En tiempos de crisis, la educación es uno de los pocos refugios que nos permite resistir, transformar y reconstruir nuestro mundo. Podemos entender la crisis como un obstáculo, pero también como una oportunidad.

En la actualidad, América Latina y el mundo enfrentan un escenario global marcado por múltiples crisis que ponen a prueba nuestras sociedades en todos los ámbitos. Vivimos una crisis política y democrática, donde la polarización y la desconfianza en las instituciones erosionan los pilares sobre los que se sostiene la convivencia social.

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A esto se suma la amenaza constante del cambio climático, cuyos efectos devastadores no solo alteran los ecosistemas, sino que también exacerban las desigualdades económicas y sociales. Además, los efectos de la pandemia, la desigualdad económica y las tensiones sociales completan un panorama de incertidumbre que afecta profundamente la estabilidad y el desarrollo de nuestras naciones. En medio de estas dificultades, surge la pregunta: ¿puede ocupar la educación un papel relevante?

La respuesta es afirmativa. Educar en tiempos de crisis significa dotar a las nuevas generaciones de las herramientas necesarias para interpretar y enfrentar el mundo que les ha tocado vivir.

En un momento en que las soluciones simples ya no son viables, la educación debe fomentar un pensamiento crítico que permita a los jóvenes analizar la complejidad de los problemas actuales y buscar soluciones innovadoras y sostenibles. Además, la educación debe ser un espacio donde se cultiven valores de solidaridad, empatía y respeto, fundamentales para construir sociedades más cohesionadas y justas.

La educación también entrega seguridades en medio de incertidumbres. Educar en tiempos de crisis es activar la interioridad, aprender a compartir los miedos que provocan las amenazas externas y convocar a los demás para atravesarlos, creciendo en fortaleza y valentía.

La educación apunta a que las nuevas generaciones lleguen a ser ellos mismos de manera única y original en medio de los demás, construyendo una vida en primera persona que aspire a la mejor de las opciones posibles. Es una experiencia transformadora que invita a poner el corazón en cada paso para convertir nuestro mundo en uno mejor.

En tiempos de crisis, la educación es uno de los pocos refugios que nos permite resistir, transformar y reconstruir nuestro mundo. Podemos entender la crisis como un obstáculo, pero también como una oportunidad. La palabra crisis, de hecho, proviene del griego "krisis", que significa decisión o juicio, sugiriendo un momento crucial que puede llevar tanto al desastre como a la renovación.

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Es en este contexto donde la educación tiene la responsabilidad de enseñar a transitar por las crisis, ayudando a los niños y jóvenes a encontrar en estos desafíos una oportunidad para la humanización.

Este enfoque nos remite a la figura del sacerdote italiano Juan Bosco, quien nació el 16 de agosto de 1815 en un contexto igualmente crítico como lo fue la unificación de Italia y la industrialización europea. Don Bosco se enfrentó a una profunda crisis económica, política y cultural que marginaba a los jóvenes pobres, dejándolos sin acceso a una educación digna y sin perspectivas de un futuro mejor.

Sin embargo, lejos de resignarse, construyó un sistema educativo basado en tres pilares fundamentales: religión, razón y amor. Estos pilares respondían a las necesidades inmediatas de su tiempo, apuntando a la formación integral de los jóvenes para insertarse en el mundo como “buenos cristianos y honestos ciudadanos”.

La vida de Don Bosco, huérfano de padre a los 5 años y con muchas dificultades para educarse, nos invita a no dejar de soñar, a construir, a educar y a humanizar. Su mensaje es más relevante que nunca en un mundo que, en muchos aspectos, parece haber perdido el rumbo. La educación, tal como él la concibió, no es una tarea que se pueda delegar o posponer; es una misión que depende sólo de nosotros mismos, un compromiso ineludible con el futuro de nuestros jóvenes y, por ende, con el futuro de la sociedad.

Hoy, al igual que en los tiempos de Don Bosco, estamos llamados a no perder la esperanza. En medio de la tempestad, hemos de recordar que la educación es un faro que guía, un proceso que humaniza y una herramienta poderosa para transformar las crisis en oportunidades de crecimiento y renovación. Es en estos momentos de dificultad donde la verdadera esencia de la educación se revela con mayor claridad: educar no es un mero acto intelectual, sino un acto profundamente humano y espiritual.

La crisis nos obliga a replantear nuestras prioridades y a redescubrir el valor de lo esencial. No se trata sólo de enseñar a los jóvenes a adaptarse a un mundo en crisis, sino de inspirarlos a ser protagonistas de la transformación social, capaces de construir una sociedad donde el respeto, la justicia y la solidaridad sean los valores fundamentales.

Educar es un desafío que nos invita a renovar nuestro compromiso con las nuevas generaciones, a enseñarles que, incluso en los momentos más oscuros, educarse integralmente sigue siendo la clave para abrir las puertas de una vida futura de alta calidad.

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Don Bosco solía decir, "la educación es cosa del corazón", y es desde el fondo del corazón humano donde podemos encontrar las fuerzas necesarias para superar cualquier crisis, construyendo un mundo más humano.

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