Violencia Escolar: Con una ley no basta

Violencia Escolar: Con una ley no basta

Por: Francisco Guajardo Medina | 13.08.2024
Se habla de violencia en el aula, pero también es violento cuando todos los colegios que reciben subvención del Estado deben sobrevivir compitiendo por la matrícula y rogando por la asistencia diaria, en lugar de ese financiamiento basal que el modelo de Estado evaluador nunca entregará, porque su labor es solo regular “el mercado escolar”.

Los profesionales de la educación no estamos haciendo pataleta alguna, o berrinche, este último tiempo. Entre malos tratos de apoderados, estudiantes y suicidios de docentes y golpes a directivos, se va menoscabado un ejercicio profesional que no debe bajo ningún parámetro tener pasta de mártir.

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Existen elementos más que suficientes para legislar, no solo para violencia escolar hacia trabajadores de la educación, sino para resguardar el último reservorio que va quedando en nuestra sociedad, como lo son las escuelas. Aunque la legislación es una parte de muchas para atender el fenómeno.

No existe ninguna otra institución que articule una vida cotidiana, que se incruste en la vida cívica, como las escuelas. Por aquí todo el mundo pasa, no porque esté enfermo, no porque se tenga alguna dificultad legal, se está porque es el espacio donde las personas se encuentran por un bien superior.

Salta a la vista cuando todos los organismos y planes públicos y/o privados quieren entrar a presentar algún programa, algún producto, algún servicio, un algo que les sirva, pero que los colegios siempre debemos tensionar en favor del sistema y no transformar en un árbol navideño, lleno de adornos, que solo son símbolos, y tienen de soporte a la salud mental, laboral y educativa poco.

Se habla de violencia en el aula, pero también es violento cuando todos los colegios que reciben subvención del Estado deben sobrevivir compitiendo por la matrícula y rogando por la asistencia diaria, en lugar de ese financiamiento basal que el modelo de Estado evaluador nunca entregará, porque su labor es solo regular “el mercado escolar”. Así funciona el Estado subsidiario, donde los controles están en el pago de asistencia, pruebas estandarizadas e instituciones supra vigilantes que categorizan y sancionan.

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Si todo esto cambiase, quizás no deberíamos tener que sacar una ley con nombre cada vez que los colegios vivimos tragedias, propias de un sistema bordeline que a diario pende de un hilo, y que cree que educa porque marca el check a todo documento, pero que no tiene certeza alguna de lo que sucede en realidad.

A pesar de todo, las escuelas y sus trabajadores resisten, ya sea por convicción, por instinto o por el profundo sentido de saber que aquí radica la esperanza de insistir, de creer en el otro. Es probable que no se claudique porque la experiencia de aprender y enseñar puede más que el ranking del mercadeo anual.

Hay esperanza cuando los profesores, por ejemplo, nos cuestionamos como hacerlo mejor, y como zafar de la abulia que nos impacta, propia del contraste entre aquello ideal que creíamos al empezar y el desgano de los años tras el ejercicio docente sin sentido, pues, dicha alianza peligrosa -en cualquiera de sus formas-, golpea los procesos de aprendizajes de los niños, niñas y jóvenes, además del propio profesor.

Las reticencias iniciales de los docentes ante cualquier intervención externa, o hechas sin ellos, no son gratuitas. No obstante, muchas veces la autopercepción de ser “expertos de”, hace que construyamos una frontera sanitaria con todo aquello que ignoramos, o que desequilibra nuestras certezas, ya que algo “siempre se ha hecho así”. Pero nos debemos deconstruir.

Con todos estos elementos, es interesante el ejemplo de lo asintótico en lo educativo, pues a propósito que la realidad nos desborda y nos contiene, los sistemas educativos a nivel territorial se acercan a cada política pública (la que sea) pero nunca se topan, nunca se juntan, nunca se cruzan. Pero los discursos de lo público hablan de intervención territorial y el hacerse cargo de realidad sin conocerla, un factor, entre otros, que alimenta la abulia.  

Si no nos sentamos a trabajar para detener el teatro del absurdo, los hechos de violencia hacia trabajadores de la educación, las situaciones trágicas que han vivido múltiples escuelas serán naturalizadas hasta que las dejemos de ver, y se acallarán con leyes nominales, que, en lugar de ir a cuidar las comunidades, serán un adorno más que pesa en el árbol de diciembre.

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Finalmente, volver a remarcar que un ejercicio profesional -como el nuestro- no debe bajo ningún parámetro tener pasta de mártir, los profesores y las escuelas solo quieren hacer aquello por lo que están mandatados y se forman: Educar.

Crédito de la fotografía: Agencia Uno