El canto a lo poeta y la inmensa humanidad de Chile
Con ocasión de conmemorarse el cincuentenario de la crisis política de 1973 el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio publicó a fines del año pasado un libro apasionante titulado 50 versos a lo poeta. A medio siglo del Golpe de Estado en Chile.
El texto reúne cincuenta composiciones de cantores y cantoras a lo poeta, para recordar la “locura antisocial propia de una minoría rica”. Con esas palabras calificó Arnold Toynbee la construcción de las pirámides de Angkor o el palacio de Versalles de Luis XIV. El golpe militar chileno de 1973 fue un acontecimiento tan extravagante e injustificable como los mencionados por el brillante historiador británico (Arnold Toynbee, Daisaku Ikeda, Escoge la vida, Emecé Editores, 1984, 176).
La poesía popular chilena contemporánea relata los sucesos desde la sensibilidad de los humildes. La perspectiva de la gente común. No de la minoría rica. Lo hace con una belleza y una ternura que difícilmente la alcanzaría una narración histórica o científica social convencional.
El punto de vista no se agota en la dimensión aciaga de los acontecimientos, y si lo hace lo atempera con una generosa y vital humanidad que brinda un sentido de la historia y de la naturaleza especialmente sobrecogedora.
El dolor humano es compartido por una naturaleza solidaria:
“Yo vide llorar al viento / en una noche estrellada, / vi la luna amortajada / bajo el mustio firmamento. / […] Usado el remolcador / por marinos de la Armada, / cada alma torturada / bajo las olas fue a dar, / y cuando azotaba el mar / vi la luna amortajada.” (Diógenes Romo, San Antonio, “Verso por los derechos humanos”).
Una cosa es clara, la memoria debe estar al servicio de la vida:
“La memoria es un juglar / que le da vida al pasado. / Si el pasado es olvidado, / se ha de perder la alegría.” (Juan Sepúlveda Martínez, Valdivia, “Fue un gran sueño, una utopía”).
La vida es la que confiere sentido a la historia:
“Nadie tiene que morir, / menos desaparecer, / es de todos menester / el derecho de vivir.” (Álvaro Díaz, Paihuano, “Detenidos-desaparecidos”).
Las muertes desgraciadas de Lonquén son resignificadas desde la insurrección de la vida:
“Siete letras tan hermosas, / siete que valen por cien, / siete que dicen Lonquén, / siete letras dolorosas. / Pero ya vienen las rosas, / no sirvieron los fusiles, / sus discursos, sus desfiles / y ese matar por matar, / que el odio no pudo entrar / en el corazón de Chile.” (Jorge Yáñez, Maipú, “Lonquén”).
Así se describen los sentimientos de una mujer al recordar a su compañero desaparecido:
“Compañero de mis días, / de mis sueños, de la lucha, / mi corazón aun te escucha / y tus risas son las mías. / […]. / Hoy que los días son grises / tu foto me da valía, / el tiempo confirmaría / todo lo feliz que fui, / porque estando junto a ti / apacible era mi día. / […]. Ver tanta organización / al rico lo desfigura, / tu mirada tierna y pura / me daba fuerza y la calma.” (Luciano Fuentes, Santiago, “Cueca sola”).
La figura de Salvador Allende aparece sin grandes alardes o penurias, con la sencillez y la gratitud del corazón:
“Médico de profesión / la salud del pueblo atiende, / aunque de pijes desciende / enfrentó al capitalista: / quedan pocos socialistas / como Salvador Allende.” (Carlos Muñoz, El Diantre, Valparaíso, “A Salvador Allende Gossens: este humilde homenaje”).
“Toda su vida y su historia / para su pueblo querido / debían cobrar sentido / en su extensa trayectoria. / […] Buscó por los cuatro vientos / pa’ salvar la democracia, / y hasta con gente reacia / también el entendimiento. / Aún se oye retumbar / por la extensa vastedad, / tanto en campo o en ciudad / y al leer en las paredes: / ‘siempre estaré con ustedes’ / en pro de la humanidad.” (Francisco Abarzúa, Punta Arenas, “Para ser hombre cabal”).
“A Don Chicho quiero honrar / su sonrisa ha de brillar / por siempre como es debido. / Quisiera hacerle un corrido / cantando a todo pulmón / que por toda la nación / nuestras anchas alamedas / aunque bombardeen Monedas / se abrirán al corazón.” (José Nieto, Paine, “50 años de soledad”).
Los y las poetas populares enseñan que el sentido iluminado de la humanidad lo brinda el amor sin más:
“El hombre que es libertario, / el que lucha en la amargura, / el que regala ternura / aunque no tenga salario. / Quien respeta al proletario, / quien comparte su dolor, / quien lucha contra el temor / entre tanta oscuridad, / quien muere por su verdad, / sabe lo que es el amor.” (Jorge Yáñez, Maipú, “Décimas por los hermanos Vergara Toledo”).
El canto a lo poeta es una reserva insondable de humanidad para entender el pasado y el futuro de Chile. Su poesía refulge en medio de las hablas confusas y confundidas del mundo de los poderosos. Se trata del clamor por una transformación de la historia donde toda la humanidad sea restablecida de verdad.
Dice una cantora a lo poeta:
“Ya perpetua es la condena: / son cincuenta años peleando. / Vamos esto transformando / para que seamos humanos. / Tomémonos de las manos / construyendo un nuevo Chile / siendo honestos y gentiles, / viendo al prójimo cercano.” (Marcela Cerda Campos, Paine, “Te desheredo mi Chile”).
Crédito de la foto: Santos Rubio Morales, célebre cantor a lo poeta de Chile.