Migrar de Chile: Una búsqueda de oportunidades y una consecuencia socio-política
Nacer y vivir en la generación “Millenial” y “Centenial” ha permitido vivenciar cambios transformadores en el pensamiento colectivo, donde la necesidad de solucionar problemas y enfrentarse a nuevos desafíos es una competencia que se establece como prioridad en la sociedad actual, lo cual va de la mano con los cambios socio-culturales y morales.
Desde la Pandemia COVID-19, el sistema debió detenerse para trasladar sus métodos de trabajo al aislamiento, dónde la población tuvo que modificar, según Hernández Rodríguez (2020) sus costumbres diarias, alterando sus rutinas y en muchos casos, conviviendo con el panorama del desempleo y el aumento de la desigualdad social, entrando así, según Llagua y Gamboa (2023), en un estado de “Burnout”, es decir, un agotamiento emocional, despersonalización y baja satisfacción, perdurando hasta el periodo postpandemia, siendo raya para la suma, la derrota de una nueva Constitución.
Sin embargo, también surgieron cambios significativos en torno a la construcción de estrategias de afrontamiento individual, pues, es importante entender que estas nuevas generaciones según, Lara (2017) son personas creativas, capaces de adaptarse a los requerimientos ambientales, procediendo a la racionalización positiva y desarrollando habilidades asertivas para las demandas del contexto.
De esta forma se visualiza que, en la agenda de los jóvenes de hoy, según Canónico (2022) el trabajo y el estudio ya no están en el podio de prioridades, si no, la calidad de vida, flexibilidad y vínculos afectivos, siendo la autorrealización personal y reinvención, elementos psico-sociales y emocionales claves para la transformación personal. Desde ahí, el ampliar los horizontes fronterizos puede ser una posibilidad atractiva para los y las que buscan nuevas oportunidades.
Y es que ¿cómo no replantearse nuestra forma de vivir? Y cuestionarse, desde las palabras de Godoy, et al. (2023) si tiene sentido estudiar y trabajar para una sociedad que genera más y más desigualdad y violencia o vale la pena replantearse las tareas humanas y orientar nuestros esfuerzos para marcar la diferencia.
Comenzar un proceso migratorio no es tarea fácil, sin embargo, lo que antes era una práctica común netamente de élite, hoy se ha vuelto una posibilidad económica, cultural e intelectual para otros.
Frente a esto, según Clark y Muñoz del Ministerio de Relaciones Exteriores (2018), hay 1.037.346 personas fuera de Chile, donde el 42,4% se encuentra en Argentina, siendo su principal razón la oportunidad laboral, vínculos familiares y calidad de vida. Seguido de Estados Unidos (13.4%), España (10.2%), Suecia (5.4%), Canadá (4.1%), Australia (3.6%), Brasil (2.5%), Venezuela (2.3%), Francia (2.2%) y Alemania (1.9%).
Frente a esto quiero destacar que definitivamente Chile está en una situación favorable al contrario de otros compañeros y compañeras migrantes alrededor de Latinoamérica, pues según Diario Expansión (2020) tiene un porcentaje de emigrantes medio, ya que está en el puesto 50 de los 195 que participan en el ranking de emigrantes, a diferencia de México, Venezuela y Colombia, que ocupan los tres primeros lugares (Statista , 2023).
No es de mi interés romantizar la idea de que migrar está al alcance de todos, porque sería invisibilizar la falta de oportunidades y desigualdad social que existe en Chile, sino también es importante tomar en cuenta la recepción de tu llegada, la cual, según Tijoux y Palominos (2015), desde la posible mirada extranjera, el inmigrante cuestiona el orden social en términos políticos, culturales y económicos del país receptor, exponiendo categorías y construcciones sociales como etnia y raza, edad, género, nación y clase.
Ahora bien, si la decisión de migrar es concretada, el ser migrante, según las palabras de Alvárez-Benavides (2019), es todo un reto, pues involucra tomar conciencia del propio yo, de nuestra identidad en constante metamorfosis y del intento de mejorar las condiciones de ida previa, como también se experimenta la constante retroalimentación con el territorio al que se llega, siendo el migrar una posibilidad de mirar desde la transformación y creatividad, y no desde la inferioridad, estigmatización ni pasividad, y mucho menos aceptarla.
Desde luego es un trabajo arduo que involucra la disposición de nuestra subjetividad como de la colectividad, sin embargo, el crecer junto a estas nuevas generaciones es un hincapié para enfrentar desafíos y desarrollar empatía, donde la capacidad de transformar(se) siempre será algo enriquecedor y un aporte al cambio socio-cultural del orden social de nuestro origen, como de la nueva realidad que se habita y construye.
Autora de la columna:
Katherine Valenzuela Vargas, Educadora Diferencial, migrante en Portugal. Escritora.
Crédito de la foto: Agencia Uno