Una crítica de Peso Pluma
Las últimas semanas hemos asistido a una diversidad de cuestionamientos por la presencia del cantante urbano mexicano Peso Pluma en el Festival De Viña del Mar. El tono de las criticas recuerda la censura que la dictadura realizó en su momento a artistas nacionales como extranjeros. También nos recuerda otro episodio. Corría el año 1992 y la Iglesia Católica organizó una campaña para impedir que Iron Maiden, uno de los iconos del género del heavy metal mundial, pudiera dar un recital en nuestro país. Para la iglesia el evento se iba a transformar en “una misa negra”. Cuento corto: ¡lo lograron! y nos quedamos con las ganas de verlos. Tuvimos que esperar cuatro largos años.
Por lo tanto, lo que ha ocurrido con Peso Pluma se ubica en esta línea: la de la censura, acompañada de cierto tipo de cuestionamientos morales que muestran el desconocimiento que se tiene de ciertas prácticas culturales juveniles asociadas a determinados estilos, los que emergen en el contexto de una sociedad globalizada y que son, al nivel de la música, propiciadas por la industria musical a nivel mundial, y que a su vez recogen realidades locales complejas, como es el caso del narcotráfico.
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Pero también muestra los prejuicios construidos sobre determinados sujetos y culturas por el simple hecho de no responder a los estereotipos normativos hegemónicos. Así, los que adhieren a estos estilos, son todos consumidores de drogas, provienen de sectores populares, consumistas, hedonistas, entre otros epítetos que los hace rápidamente acreedores a un estigma social: el de ser peligrosos.
Las críticas de Alberto Mayol y de otros/as que se han sumado al coro de la censura, se ubican en esta línea. Asumen que las audiencias o los que consumen este tipo de música y adhieren al estilo (“(narco)moda”), no son capaces de discernir lo que es ficción de la no ficción. O sea, son unos “sujetos tontitos o idiotas” que caen en manos de sendos Flautistas de Hamelin modernos que los engatusan y conducen, en este caso, a abrazar la “narcocultura”.
Repiten teorías como la de la aguja hipodérmica, la cual, en palabras pobres, señalaba que los medios de comunicación inyectan contenidos en los sujetos los cuales realizan una recepción pasiva a través de los consumos. O sea, no tienen capacidad para discernir que es real de lo no real. Hoy en día esas teorías ya no tienen fuerza dentro del campo del estudio de los consumos. Así que, por favor, ¡dejen de pensar que por escuchar este tipo de música los niños/as y jóvenes se van a sumar al narcotráfico! La cosa es más compleja y las preguntas que tenemos que hacer, son otras.
Peso Pluma, y no solo él, se insertan en una línea musical que reivindica el corrido. El corrido mexicano es bastante antiguo en la cultura mexicana y está fuertemente arraigado en la cultura popular. Es un estilo musical de las clases populares, que servía para contar historias que no eran visibilizadas por la cultura dominante. El corrido tumbado es precisamente una variación del corrido mexicano, combinándolo con el reguetón, el trap y la música urbana.
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Habla de lo que no se habla; de aquello que se quiere ocultar pero que sin embargo está presente para miles de niños/as y jóvenes en nuestro continente: por ejemplo, el narcotráfico. Además, tiene una característica muy atractiva que lo hace apetecible. La juventud de sus exponentes. Esto atrae a los/as jóvenes de todos los sectores socioeconómicos, y también a la industria musical, que ve un producto que puede rentabilizar en el mercado globalizado de la música y también de la moda.
Así, Peso Pluma, triunfa en la plataforma de Spotify (¡tiene 55 millones de oyentes mensuales!) y en un sinnúmero de festivales y programas de televisión de nuestro continente. Por ello, qué algunos intelectuales y no intelectuales crean que pueden hacer mella en el consumo de Peso Pluma prohibiendo su paso por el festival, es no entender nada de lo que es la cultura global y cómo se mueven los consumos culturales en un mundo globalizado e interconectado
Por otro lado, suspender la presentación de Peso Pluma, nos haría ser el hazmerreír en el mundo, ya que supone que nosotros en “chilito”, tenemos la razón y todo el mundo de la música está equivocado. De ser cierta la hipótesis de que el consumo de este estilo conduce a los brazos de eso que llaman “narcocultura”, querría decir que estamos, como mundo, ¡jodidos! Pero no es así. Si hay que reconocer que tenemos problemas con el narcotráfico, especialmente en este lado del globo, pero la forma de enfrentarlo no es la censura.
Cierro diciendo, porque esto daría para más páginas, que lo que observamos en la música urbana y en el trap, es la construcción de una ficción asociada al narcotráfico, pero que está más cerca de ser un consumo simbólico basado en un estilo, por ejemplo, la (narco)moda, con un consumo exacerbado de bienes y donde el capitalismo (era que no), usufructúa poniendo en “el mall” -a la venta- aquello que está en la calle, habilitándolo para el uso de los consumidores, quienes a nivel simbólico realizan un consumo que imaginariamente los hace ser “narcos”.
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No olvido cuando en los sectores medios altos y altos se propagó la figura del “Cuico Flaite”, una copia del “choro de la pobla” que dio de hablar por ciertas escenas de violencia en esos sectores, pero que no pasaron a mayores. Que yo sepa, ninguno de esos jóvenes cayó en la delincuencia. Esto no quiere decir que algunos jóvenes no encuentren atractivo la cultura del narcotráfico y se inserten en ella, pero son los menos. Aun así, debemos preocuparnos.
Entonces, no necesitamos críticas tan livianas o de 'peso pluma' como las que se han vertido en los últimos días. Es la ciencia social la llamada a entregar algunas luces de porqué esto ocurre e intentar realizar un ejercicio comprensivo de este tipo de prácticas, para tratar de impedir que niños/as y jóvenes, deban transitar por estos mundos.
Este es el desafío, pero esto es cuestión de la implementación de políticas sociales y de seguridad, no de censurar estilos musicales por mucho que no nos gusten.