La desconocida faceta de Enemigo, el cantautor más prolífico de Chiloé
La canción autoral en el Chile de fines del siglo XX no sólo “se trata de significados, sino de sonidos. Y no sólo de cómo suena la música, sino también de cómo suenan las palabras”, tal como rubricaba, en 1995, el periodista Sergio Fortuño en la extinta revista Rock & Pop.
Bajo esa herencia, Enemigo, el alter ego de Patricio Maripani (1981), no sólo ideó riffs con hooks atrayentes alrededor de la cocina a fuego en Chonchi, Chiloé, hastiado de la lluvia, de la letanía propia del sur, de la mitología perturbadora. En la Isla Grande, cuando la dictadura arreciaba y la democracia era aún una quimera, él era testigo de muchas fiestas al son de cuecas, valses, refalosas o sirillas.
Pero este adolescente, agobiado de la música folclórica, se encerraba en su habitación, sacaba su radio cassette y, en 1990, escuchaba a Nirvana y Corazones de Los Prisioneros. ¿Será que el joven Maripani deseaba rebelarse contra las tradiciones insulares y largarse (sin el chaleco a rayas ni el cabello desaliñado de Kurt Cobain) para componer canciones sobre corazones rojos y fuertes, pero desde el cosmopolitismo?
A los 12 años, Maripani quiso aprender a tocar teclado. Lo logró (aunque siempre dice que no es experto). Después, a los 14 llegó a sus manos una guitarra… y la historia ya la conocemos. Los demos que Patricio conserva de esa época, tal vez, superan la treintena. Él podrá haberse inspirado en el rock argentino, el progresivo, la new wave y el grunge, pero fue Jorge González quien se convirtió en su mentor. Corazones lo obnubiló, lo trizó, pero lo impulsó a explorar otras eufonías y a escribir una lírica atiborrada de desamor. Y, cómo no, la voz de Maripani, cuya tesitura es sorprendente, alude a las impostaciones de su ídolo.
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Pero Patricio, en ese anhelo de abandonar un archipiélago mágico, más alejado de las vorágines capitalinas, en 2000 comenzó sus estudios de Ingeniería Civil Informática en la Universidad de Santiago. Aquello propició que se introdujera, poco a poco, en la grabación y la producción musical, siempre desde la autogestión y la perfección casi obsesiva.
Enemigo, antes de ser solista, formó una banda homónima, en 2008, con influencias del rock contemporáneo. En ese período, lanzaron cinco EPs: Fantasmas (2009), Culpas (2010), Escondidos (2010), Anochece (2011) y Abandono (2012). Pero, sin músicos y sin quizás esperanzas, Maripani se atrevió a emprender una trayectoria en solitario con Fin (2014), de guitarras muy distorsionas; en 2016, Escapar, con guiños al jazz-rock. En 2017, Enemigo salió de su zona de confort y editó Puentes, proyecto electropop que remite a Depeche Mode, Yazoo, Pet Shop Boys, Siouxsie and The Banshees; al shoegaze de Slowdive, Cocteau Twins y Lush; y a las melodramáticas melodías de Jeff Buckley y Elliott Smith.
En 2023, Maripani publicó su larga duración: Espectador, con letras contingentes, sobre la abulia santiaguina y por las remembranzas de los temporales australes. En sus temas, Enemigo, conscientemente, remite a Luis Alberto Spinetta, a Fito Páez, a Charly García y a Gustavo Cerati. Pero no emula sus timbres; sólo venera esa tétrada trasandina.
Hay canciones suyas que, de manera lamentable, jamás rotaron en las radios, porque, desde el prejuicio, aseveraban que un cantautor chilote no trascendería en la escena indie local. Pero los diales (incluso los chilotes) erraron: Patricio Maripani podría haber sido un renovado Fernando Milagros, o Javier Barría, o Dënver, o Protistas, o Leo Quinteros. Pero no: la magna industria sólo ensalza y difunde a los mismos artistas de pop-rock, siendo, incluso, condescendientes y aduladores.
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El eclecticismo de Enemigo en sus temas
“Me marcharé” (2014): la anti-balada
Musicalmente, posee todo lo que un oyente no esperaría: una constante mixtura de géneros. Causa tensión que sea tan diversa la estructura, porque modula entre una armonía menor y disminuida. Pero ese elemento es lo que seduce al auditor. “Me marcharé” oscila por estilos tan opuestos que fueron cohesionados de forma magistral. Comienza “esbozando” el sonido beatlemaníaco de Los Bunkers y, luego, en un extraño pastiche híbrido, fusiona las baladas de Los Ángeles Negros, del Pollo Fuentes y de Buddy Richard. Y, quien conozca a Enemigo, habrá percibido una irrebatible semejanza a la guitarra prisionera de “We are sudamerican rockers”. El estribillo ya no suena AM; de modo impresionante, el grunge más inclemente se apodera.
Puentes (2017): una apología a los sintetizadores
Aquel disco de electropop no tiene nada que envidiarle a los tan monótonos Álex Andwanter, Javiera Mena y Gepe. Enemigo compone desde un yo, pero bajo el halo del ello de Sigmund Freud: confesar, sin miramientos, decepciones, emociones, angustias, temores… todo lo que no podría verbalizar en la vida “real”. Maripani siempre alude al mar. Y es ineludible: creció en esa isla lejana, con una mitología enriquecedora, más tenebrosa. Y es en “Ansiedad” y “Las 10” donde se perciben ciertas reminiscencias al postpunk.
Puentes es, lejos, es la mejor placa de Enemigo. Y la menos difundida, porque la cantautoría under (y de regiones) todavía sigue siendo una apuesta riesgosa para la industria fonográfica.
Rutina (2019): el ritual de lo habitual
Rutina es previo a la hecatombe pandémica. Sin imaginarlo, Enemigo compuso un disco que él denomina “de oficinistas” … y sin saber que retornaría a su cubículo en un par de años.
Y sí, Rutina habla del hastío, del levantarse temprano para producir, de estar atento al teléfono por si ocurre un error en la matrix; de mecanizarse ante Excel, de agendar reuniones en Google Calendar, que podrían haber sido un e-mail; y de demostrar rendimiento (y pleitesía) a los superiores. Pero Rutina es, también, la bitácora de lo que los oficinistas hacen: transitar por las calles del centro y alegar junto a los colegas, sea con un cigarrillo para la zozobra o con un café fortísimo sin azúcar. Rutina es un disco de rock cabizbajo, volátil, que refleja el cansancio de la semana intensa.
Espectador (2023): Sangras Deliras Existes
El tedio de Rutina transmuta en Espectador (2023): una propuesta impetuosa, con riffs osados y con una voz iracunda. “Avanza el temor” es el prólogo de este álbum que rememora a Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Stone Temple Pilots, Alice in Chains… todos artistas que Patricio observaba en los pósteres pegados en su habitación chilota.
“Frialdad” mantiene la tónica del disco, que es la penumbra: la desolación tras una ruptura sentimental, un alud de desazones contradictorias, la certeza de las promesas incumplidas y el masoquismo de querer sufrir, a modo de expiación. Pero de ese álbum tan cáustico, aparece la tenue balada “Pastillas para dormir”, que, sin duda, está inspirada en “Corazón delator” de Soda Stereo. Y esas pastillas para dormir, el clonazepam, las quetiapinas, son mecanismos para no pensar, para borrar el pasado, para aniquilar el dolor.
Enemigo, el músico más prolífico de Chiloé, nunca ha escondido su intimidad como creador, como ese tal Joaquín Sabina. En su próximo registro, Promesas, las canciones germinaron velozmente. Se basará en la preponderancia del teclado y estará dedicado a todas las mujeres que calaron hondo en su vida. ¿Será que era necesario que Enemigo mitigara el dolor y se autoflagaelara para componer las mejores canciones de soberbia, frustración y cotidianeidad a través de un vaso de whisky?