Óscar Martínez: “Una sombra como la de Bukele puede aparecer en cualquier país de Latinoamérica”
Por casi 15 años, el periodista Óscar Martínez se dedicó a reportear el crimen organizado en El Salvador y el resto de Centro América. En El Faro, donde es jefe de redacción, plasmó las historias de violencia que se viven a diario en su país de origen.
Cuando llegó la pandemia y el encierro, comenzó un ejercicio de revisión de los apuntes que por años guardó en sus libretas. El resultado de ese proceso de reflexión fue el libro “Los Muertos y el periodista” (Anagrama, 2022) obra en que a través de la historia del asesinato de tres de sus fuentes (un pandillero y otros dos jóvenes), cuenta cómo operan las pandillas salvadoreñas y la represión policial, todo desde la perspectiva del periodista.
Ahora, desde que Nayib Bukele impuso el régimen de excepción en El Salvador, la situación es diametralmente diferente: como lo expuso El Faro en un artículo de febrero de este año, organizaciones delictuales como la Mara Salvatrucha-13 o las facciones del Barrio 18, fueron desarticuladas y sus miembros encarcelados. ¿El precio? La democracia salvadoreña.
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“Nunca había ocurrido que una persona controlara todo el aparato del Estado. Bukele controla todos los poderes del Estado y lo que él dice es una orden, no es una consulta”, explica Martínez sobre la situación actual de El Salvador, en medio de su visita a Chile, viaje que realizó para participar en la Cátedra Abierta en Homenaje a Roberto Bolaño, organizada por la Escuela de Periodismo UDP.
El estado de las democracias en América Latina, el surgimiento de figuras autoritarias y populistas como Bukele en la región y el futuro de El Faro, son algunos de los temas sobre los que reflexiona Martínez en conversación con El Desconcierto.
- En las primera páginas de “Los Muertos y el periodista” se menciona que la idea es “opinar e interpretar” sobre el fenómeno de las pandillas ¿Cómo nace la idea de hacer este libro desde esta perspectiva?
El libro no deja de ser un intento de volver a retratar las vidas de los últimos de la fila, de los más miserables. Es decir, el libro tiene escenas que ocurren en El Salvador, pero también en Honduras, Guatemala, México, Nicaragua, incluso en las comunidades migrantes de Estados Unidos. Y la idea del libro llega justamente en un momento concreto. Yo había dejado de dirigir el proyecto Sala Negra, que duró cerca de 10 años en el periódico, solo cubriendo violencia en el norte de Centroamérica, y antes de eso, había sido el coordinador del proyecto En el Camino, de cobertura de crimen organizado e inmigración en México.
Entonces, cuando yo paso a ser jefe de investigaciones especiales del periódico, había culminado un ciclo de 13 años de cubrir exclusivamente violencia. Esos dos proyectos fueron exclusivamente de violencia. Y justo llega la pandemia, y en la pandemia hubo encierro. Ahí empecé un acto de reflexión y de revisión de lo que había ocurrido en esos 13 años de cubrir solo violencia, y comencé a revisar todas mis libretas, a leerlas, a releerlas, y en esas libretas encuentro una constante: la historia central que se croniquea a lo largo de todo el libro, el del asesinato de tres de mis fuentes, tres muchachos, uno de ellos pandillero, los otros dos simplemente sus hermanos.
Es una historia que yo había seguido desde el 2016, y la había revisitado sin saber exactamente por qué. Incluso la seguí cubriendo después de que los asesinaran a ellos para entender no sé exactamente qué, y en este libro le encontré sentido en convertirla en el punto central que hilvanara todas las reflexiones del periodismo.
El libro se puede leer como un ensayo de las lecciones que yo aprendí tras 13 años de cubrir violencia. Se puede leer también como una crónica de lo que le pasa a estos hermanos, y de mi relación con ellos, y de otras pequeñas historias que van rodeando esta historia vertebral, que son todas historias de violencia, de fuentes que existieron, de relaciones y hechos concretos que ocurrieron. Y se puede leer, de alguna forma, en un tercer plano, como un material autobiográfico de un periodista que cubrió esto y que reflexiona al respecto.
Por eso cuesta encasillar en un género el libro. Yo creo que es una mixtura, una trenza entre autobiografía por partes, crónica y ensayo.
- La violencia es un fenómeno que atraviesa a El Salvador ¿Cómo ha sido para la sociedad salvadoreña transitar este camino?
El tránsito de El Salvador es el de un país construido de violencia tras violencia y violencias que han ido mutando.
La violencia antes de la guerra, que era una represión militar brutal; la violencia durante la guerra, que fue un enfrentamiento civil, armado, brutal durante 12 años, la posguerra extraordinariamente violenta que vivimos, porque el proceso de paz fue muy imperfecto; y la llegada e instalación de las pandillas que hicieron sangrar al país. Incluso ahora mismo vivimos otro bloque de violencia estatal. El Estado, a través de su régimen de excepción ha encarcelado y han muerto cientos de personas en las cárceles, y se ha instaurado la tortura como un mecanismo sistemático de trato a sus prisioneros por parte de agentes del Estado.
Entonces, la sociedad salvadoreña es una sociedad que no puede explicarse sin la violencia. No se puede explicar sin los mecanismos violentos perpetrados por una guerra civil, por un grupo criminal, por un Estado criminal.
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Bukele y la idea de resolver la violencia negociando con criminales
- ¿Esa historia explica el ascenso de una figura como la de Bukele?
Sí, algunos de sus rasgos como producto tienen que ver con esa historia nacional de mal manejo de la violencia. Bukele crece en el partido de izquierda, como alcalde de dos municipalidades, justo llega al partido en el año en que el FMLN consuma su primera negociación con las pandillas en el 2012. Después de eso, Bukele crece durante todo ese escándalo, donde los altos líderes de su partido y del gobierno negociaban con las pandillas para bajar los homicidios, y él, como alcalde de San Salvador, del FMLN, lo hace, negocia por primera vez con las pandillas para hacer algunos proyectos.
Bukele aprendió a hacer política lidiando en secreto con los criminales, en el partido que lo vio nacer, y lo replicó cuando se hizo presidente de forma independiente, por su cuenta, saliéndose del FMLN. Entendió o les compró la idea de que la única forma de resolver la violencia en El Salvador era hacer pactos secretos con criminales. Es apenas desde hace un año que él ha dado un viraje y ha cambiado el régimen de excepción, pero Bukele es alguien que logró entender los tiempos de hartazgo por los políticos clásicos y se vendió muy inteligentemente como un outsider sin serlo. Él ha sido político durante los últimos diez años con el FMLN, y es alguien que replicó las peores mañas de negociaciones de pandillas de los otros políticos.
- En Chile, por ejemplo, políticos han expresado su admiración a Bukele. De hecho, un diputado se autodenominó el Bukele chileno. ¿Cómo ve esta tendencia en Latinoamérica?
Este es un fenómeno ocurrido en Colombia, en República Dominicana, en Argentina, en Chile, en Ecuador, en Guatemala, está por todas partes. Y creo que se da por dos razones esenciales. En primer lugar, porque han visto el éxito de Bukele, que sigue teniendo índices arriba del 80% de aprobación popular después de ser electo en 2019. Y va a una reelección donde se va a reelegir inconstitucionalmente en 2024 y sigue siendo popular. A los políticos, aquello que da popularidad les llama la atención.
Y en segundo lugar, porque las lógicas violentas y autoritarias siempre han funcionado en América Latina, eso no es nuevo. ¿Cuántos presidentes, desde Fujimori hasta Bolsonaro, han repetido la misma cantaleta autoritaria? Porque no somos sociedades plenamente democráticas. Somos sociedades donde hemos dejado que un gran porcentaje de nuestra población viva al margen de los privilegios de la democracia. Las clases más empobrecidas y desfavorecidas viven bajo reglas de grupos criminales, como ocurrió en El Salvador con las pandillas, pero como ocurre en México con el crimen organizado, o en Honduras con el narcotráfico en muchas regiones.
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-Ese es un punto interesante, porque Bukele goza de un amplio apoyo ciudadano…
Exactamente y eso pasa porque no le podemos exigir a la gente que entienda las lógicas de la democracia. Mucha gente desesperada y que nunca ha comprendido las reglas de un Estado de Derecho, termina creyendo en caudillos que les prometen soluciones mágicas. Una sociedad poco educada en los procesos democráticos siempre va a sentirse tentada a votar por sociedades machistas y autoritarias dominadas por el hombre fuerte, hasta que el hombre fuerte los muerda a ellos mismos, como en El Salvador ya está pasando.
Decenas de miles de personas que están encarceladas injustamente por el régimen de excepción, son de esas clases populares que apoyaban a Bukele. La gran cantidad, de los más de 130 muertos, que han sido la mayoría asesinados adentro de las cárceles sin deber nada, sin haber sido condenados, pertenecen a esos sectores populares que apoyaron a Bukele.
En Latinoamérica somos sociedades desiguales, autoritarias, violentas, empobrecidas. La gente no comprende la democracia y no puedes defender algo que no comprendes.
-La violencia es un fenómeno de larga data pero que en los últimos años ha ido creciendo ¿Qué desafíos deberían plantearse las democracias de la región para hacer frente a esta situación?
El caldo de cultivo del crimen, de los grandes fenómenos criminales de América Latina, de las pandillas que existían en Ecuador, los Latin Kings, los Gettys, pasando por las bandas organizadas en México, o las pandillas en Centroamérica, tienen que ver con procesos de empobrecimiento y desigualdad en la sociedad.
¿Estoy diciendo que todos los sectores empobrecidos se hacen criminales? No. Lo que digo es que una de las expresiones de ciertos sectores dentro de las clases empobrecidas, marginalizadas, suele ser el crimen. Y muchas veces ese crimen, con el paso de los años, se organiza y constituye fenómenos nacionales.
Así fue la historia de las pandillas en el Salvador. Eran un montón de jóvenes con vidas sin sentido y completamente abandonados, sin prestaciones del Estado como educación, deporte, ocio, que encontraron en las pandillas una muy violenta forma de darle sentido a sus vidas, una forma criminal de darle sentido a sus vidas. Lo primero que Latinoamérica tiene que comprender es que la represión no soluciona esas condiciones. La represión puede solucionar el problema de los asesinatos de una forma muy inmediata. Pero el de la desigualdad no, el de la pobreza no, el de las vidas sin oportunidades laborales tampoco. Es necesario que los programas sociales se implementen de forma profunda y no populista en Latinoamérica.
No se le puede aproximar al fenómeno criminal solo en forma de un militar con un fusil en la mano. Tiene que haber otras políticas y eso lo ha aplicado desde países europeos hasta Estados Unidos en California para tratar a las pandillas.
Latinoamérica nos ha enseñado a lo largo de la historia que no es buena idea darle el poder a un solo hombre, nunca ha resultado eso bien. El sistema democrático de contrapeso y Estado de Derecho es lo mejor que, de momento, tenemos. ¿Es perfecto? No, es imperfecto. Pero las consecuencias de darle todo el poder a un hombre o a un grupo son nefastos.
-¿Cree que es posible que figuras populistas y autoritarias como Bukele se repliquen en otros países de América Latina?
Yo creo que una sombra como la de Bukele puede aparecer en cualquier país de Latinoamérica que tenga enormes condiciones de desigualdad. Siempre han aparecido a lo largo de los años. Chile tuvo su dictador y no se olvidan aún ahora.
La idea de que la democracia ha fracasado es en gran parte culpa de los políticos mediocres que la ejecutaron. Y es obligación de los políticos responsables actuales explicarle a la gente por qué la democracia les tiene que importar. Deben explicarle a la gente por qué la división de poderes les puede afectar en su vida de una forma negativa si se destruye. La falsa idea de los políticos facilones que dan discursos muy radicales de la extrema derecha, que la democracia ha fracasado y que hay que militarizar y cerrar las fronteras, viene dada por un facilismo intelectual muy grande.
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La democracia no ha fracasado. Lo que ha ocurrido es que no se ha intentado profundizarla suficientemente en América Latina. Lo que hay que hacer es perfeccionar la democracia, no abandonarla. La lógica de que porque la democracia no ha sido completa para solucionar los problemas de la región, hay que volver a un autoritarismo, no tiene asidero intelectual, ni histórico.
¿Qué dictadura solucionó los problemas de un país? ¿Qué régimen autoritario mejoró estructuralmente el rumbo de un país? Ninguno. Es simplemente un invento facilón para vender soluciones mágicas a pueblos desesperados. Pueblos que creen o que quieren creer, ya más con fe que con raciocinio. Un verdadero político latinoamericano serio y estadista debe intentar revertir esa lógica de desprecio por algo que la gente ni siquiera termina de comprender, que es la democracia.
Es necesario volver a sustanciar esa palabra porque parece que la pronunciamos como si dijéramos la palabra chicle.
-A principios de este año se especuló que las Maras habían ingresado al país ¿Cree que es posible?
Es imposible que la Mara Salvatrucha exista en Chile. Eso no va a ocurrir. No estoy diciendo que algún pandillero que ande huyendo de la región no vaya a aparecer aquí y por su cuenta, como ha ocurrido en México con muchos que huyen en Guatemala, cometa un crimen. Pero la Mara Salvatrucha es un fenómeno violento que se fraguó con condiciones muy específicas: una guerra civil que generó un éxodo hacia un lugar concreto, el sur de California.; deportaciones o guerras que provocaron que esas pandillas crecieran ampliamente en países que ya eran violentos y que tenían muchas armas a disposición de la gente que regresaba deportada a esos países; y políticos irresponsables que hicieron pactos políticos con esos grupos desde hace años.
Las pandillas son un fenómeno que se ha cocinado a lo largo de más de cuatro décadas. Y su instalación tiene que ver con esas características muy particulares de El Salvador.
Estén pendientes de si algún criminal con malas intenciones viene de Guatemala, Honduras o el Salvador. Pero la Mara Salvatrucha nunca va a existir como organización criminal así como la hemos conocido en un país como Chile. No va a ocurrir.
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Persecución de periodistas
Además de cubrir violencia, El Faro se ha caracterizado por su labor de fiscalizar al poder. En ese contexto, hace unas semanas el medio anunció que traspasaría sus operaciones administrativas a Costa Rica a raíz de la persecución que ha sufrido el medio y sus periodistas por parte del gobierno de Bukele. Esta situación se ha replicado durante los últimos años. Ya en 2021, Human Rights Watchs (HRM) había denunciado que Bukele violaba la libertad de expresión y el derecho al acceso a la información.
-¿Cómo ha sido para ustedes como medio y periodistas seguir desarrollando el ejercicio periodístico en este contexto de persecución?
Ha sido muy desgastante, pese a que nosotros ya estamos acostumbrados a una serie de acosos en el Faro. Ya nos habían intentado asesinar, hemos tenido que tener escoltas, ya habíamos probado el exilio en los gobiernos anteriores, nos habían difamado todos los partidos políticos, nos habían atacado. Pero nunca había ocurrido que una persona controlara todo el aparato del Estado. Entonces el acoso ahora es mucho más pesado.
Bukele controla todos los poderes del Estado y lo que él dice es una orden, no es una consulta. Entonces nos atacan desde muchos flancos. Hay expedientes fiscales abiertos para acusarnos de diferentes delitos que van desde lavado de dinero hasta revelación de información confidencial. Hemos tenido intervención durante 17 meses con Pegasus, 22 personas que trabajamos en el periódico fuimos obsesivamente intervenidos con Pegasus, es decir, conocen nuestra vida privada, tenemos seguimientos personales de parte de la inteligencia del Estado, hemos tenido denuncias y ataques verbales directos del presidente que nos ha acusado de lavado de dinero en cadena nacional.
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Pero también tenemos a Hacienda que abrió cinco auditorías para justificar lo que el presidente ha dicho y están intentando acusarnos de evasión fiscal sin prueba alguna, solo porque el presidente así lo pidió.
También hay otro factor: es mucho más caro hacer nuestro trabajo, porque persiguen a nuestras fuentes, algunas han sido encarceladas, otras han sido despedidas y si creen que hablamos con alguien incluso le pasan polígrafo.
Para hablar con una fuente tengo que reservar un apartamento a nombre de otra persona para vernos ahí, que no sepan que hablan conmigo, incluso en algunas ocasiones tener las conversaciones fuera del país, para que no persigan esa fuente.
La persecución es brutal y todos vivimos sabiendo que el día que Bukele quiera que vayamos preso, vamos preso. Entonces es desgastante, pero comprendemos que el periodismo es ahora más necesario que nunca en la región.
-¿Por qué persistir en este camino pese a todas las dificultades que menciona?
Uno, porque se lo debemos a nuestra comunidad lectora, les hicimos esa promesa desde el inicio, de que uno de los pilares del periódico era vigilar el poder mientras el poder se ejercía, y ahora el poder está más concentrado que nunca antes, en manos de un solo hombre, hay que vigilarlo. Y además hay menos información pública disponible que nunca en la historia de este siglo en el Salvador.
Pero en segundo lugar, porque yo creo que el periodismo tiene una capacidad —insatisfactoria— de hacerle a los corruptos un poco más difícil la vida. Bukele no ocuparía cadenas nacionales para hablar de nosotros, ni mandaría al vicepresidente de gira para decir que nosotros trabajamos con las pandillas, y negar su pacto de tres años que hemos documentado con archivos oficiales del gobierno que cuentan el pacto.
Yo creo, como decía Simón Geres, que incomodar al poder es una de las obligaciones del periodismo. Y eso evidentemente lo estamos logrando los periodistas centroamericanos. Si no, no habrían 140 nicaragüenses en el exilio. Si no, no estaría encarcelado José Rubén Zamora en Guatemala. Si no, en Honduras no habrían matado a dos periodistas el año pasado. Y en El Salvador, Bukele no se dedicaría constantemente a tratar de destruir a medios como El Faro.
-Con las pandillas desarticuladas ¿qué sigue para El Faro?
La reestructuración de las pandillas es algo que seguimos cubriendo y nos interesa cubrir la organización social en barrios donde ya no hay pandillas. El Faro es un periodismo que hace cobertura regional. Los procesos violentos de Guatemala, Honduras e incluso El Salvador nos siguen interesantes. Pero en El Salvador nuestra prioridad ahora mismo es otra: es cubrir la enorme y ejemplarizante corrupción con la que este gobierno está ejecutando el trabajo público.
Todos los contratos públicos tienen secreto. Todas las promesas que internacionalmente se compran, como la “mega cárcel”, el Bitcoin, son decretos que Bukele ha hecho por Twitter, de los que no existen documentos público para probar cómo lo financiaron, cuánto se gastaron del erario público.
Han escondido todo lo que hacen y nosotros hemos ido descubriendo esos contratos amañados que se han establecido incluso con contrabandistas que estaban encarcelados, incluso con empresas que tienen expedientes abiertos en México por tener relaciones con cárteles de ladrones.
En El Faro lo hemos dicho editorialmente, para nosotros cuando Bukele se reelija y se va a reelegir por la vía del voto popular en febrero, va a violar la constitución. Más de 8 artículos prohíben la reelección. Y para nosotros entonces ya ese es el último razgo de legitimidad democrática que le va a quedar. Va a ver si reelecto en unas elecciones inconstitucionales y va a empezar a ser un dictador. Empezar a cubrir la dictadura es el próximo reto del periodismo.