Imitar a Bukele es renunciar a la democracia
El alcalde de la comuna de La Florida de Santiago, Rodolfo Carter, prepara su candidatura presidencial y ha encontrado en la delincuencia narco un nicho de acción política. Se ha propuesto demoler supuestas casas narcos, con el apoyo entusiasta de la televisión. La semana pasada, acompañado de una grúa destructora, derrumbó una cuarta casa, lo que ha generado polémicas varias.
Los vecinos de La Florida reclamaron al jefe comunal que en esa casa no vivían narcotraficantes, sino una señora arrendataria que vendía empanadas. Mientras la grúa destruía la casa, Carter debió abandonar aceleradamente el lugar, junto a las cámaras que lo acompañaban.
Por otra parte, la Fiscalía Nacional mostró contradicciones frente al hecho. El Fiscal Nacional, Ángel Valencia, celebró la iniciativa como forma de combatir el narcotráfico; sin embargo, el Ministerio Público abrió un sumario contra el fiscal por haber entregado los antecedentes al alcalde, para identificar la “narco-casa”. Carter aprovechó la oportunidad para atacar al presidente Boric, sosteniendo que el gobierno operaba en su contra para perjudicarlo, lo que fue categóricamente desmentido.
Finalmente, lo que resultó más sorprendente, y políticamente preocupante, fue el apoyo entusiasta que la iniciativa de Carter recibió de parte del presidente de la Cámara de Diputados, Vlado Mirosevic, junto a su llamado a los alcaldes a implementar medidas similares, lo que coincidió con la postura de los políticos de la derecha.
Al alcalde de La Florida le gusta la política del garrote, aunque la combina con la zanahoria populista. En efecto, durante el periodo más duro de la pandemia, cuando hubo protestas y barricadas contra el hambre, en la comuna de El Bosque, Carter llamó, desde Megavisión, a “reprimir y disparar” (20 de mayo, 2020). Allí se mostró como es, aunque, preocupado por las críticas recibidas, esa misma noche mostró su cara buena, y regaló algunas canastas de alimentos al alcalde de El Bosque, Sadi Melo. Este las aceptó, a pesar de los dichos de Carter.
Carter quiere imitar al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, intentando mostrarse ante el país como líder en la lucha contra la delincuencia, aunque no es una responsabilidad que le corresponda a un municipio, sino a las autoridades policiales.
Su comportamiento se explica por una pasión incontrolable para acercarse a la Presidencia, y aprovecha la preocupación ciudadana sobre el tema narco y la inseguridad para alcanzar reconocimientos. Tiene como referente a Nayib Bukele, aun cuando desconoce el contexto y sobre todo los costos asociados al accionar del Presidente en El Salvador.
Es bueno, entonces, que Carter entienda que el Presidente de El Salvador, desde su llegada al gobierno, el 1º de junio de 2019, ha ampliado su poder a costa de erosionar el Estado de Derecho. Se propuso renovar la sala Constitucional, lo que logró, gracias a la mayoría parlamentaria que obtuvo en febrero de 2021. Con el control de los tres poderes del Estado, Bukele consiguió una modificación constitucional para reelegirse y, además, extender su mandato presidencial a seis años.
Como se ha hecho público, el mandatario salvadoreño construyó una mega cárcel para albergar a 60 mil prisioneros. Los presos “no tienen derecho a visitas, no tienen derecho a llamadas, no tienen derecho a ningún contacto con el exterior, y tienen una cama de metal sin almohadas ni cobijas (…) y su comida va a ser una tortilla y frijoles, por 45, 30 o 20 años”, dijo el jefe de bancada de Nuevas Ideas (Christian Guevara), el partido del Presidente.
Tamara Taraciuk, subdirectora de la División para Las Américas de Human Rights Watch (HRW), ha denunciado esta política de desprecio a los derechos humanos, con represión a la delincuencia, eludiendo como respuesta problemas estructurales. Y envía directamente un mensaje al alcalde Carter: “Esta forma de enfrentar la delincuencia dista mucho de un modelo a seguir. Los gobiernos latinoamericanos no deberían enceguecerse con la actual popularidad de Bukele porque la historia muestra que a la larga no sirven las políticas de mano dura para mejorar la seguridad”.
Así las cosas, y con el control de todos los poderes del Estado, Bukele ha impuesto el Estado de Excepción desde el 27 de marzo de 2022, lo que en opinión de HRW “ha llevado a gravísimos abusos, incluyendo miles de detenciones arbitrarias de individuos sólo por su apariencia física, desapariciones forzadas y decenas de muertes en custodia en circunstancias muy cuestionables”.
El presidente Bukele se ha convertido en un líder populista autoritario como resultado de instituciones republicanas y partidos políticos que han caído en una profunda crisis, junto a una crónica corrupción. La ausencia de instituciones fuertes que hagan contrapeso al gobierno es lo que ha beneficiado los intereses particulares del grupo en el poder. Es lo que ha deteriorado la democracia y permitido la emergencia del líder populista.
El término de la democracia en El Salvador repite el modelo dictatorial de Ortega en Nicaragua, con la diferencia de que por ahora Bukele cuenta con un importante apoyo de la ciudadanía, cuyo fundamento es la reducción sustantiva de la inseguridad en el país.
Chile no es El Salvador. En nuestro país existe una clara división de poderes y, aunque las instituciones y partidos políticos han mostrado debilidades en años recientes, la imposición de un caudillo populista, como Rodolfo Carter, sería un serio golpe a la democracia.
El autoritarismo y cortoplacismo no sirven para detener el crimen.
En países con desigualdades acumuladas por décadas, para enfrentar la delincuencia es preciso planificar, invertir en educación, instalar servicios públicos de calidad, junto a programas de inserción social, construir cárceles decentes, que reeduquen a los presos, junto a la generación de oportunidades laborales para la juventud, y, desde luego, el fortalecimiento de las capacidades de investigación policial.
Carter intenta hacer creer a la ciudadanía que la violencia estatal y su presencia comunicacional serán suficientes para eliminar la delincuencia y el narcotráfico. Y los medios de comunicación están siguiendo su juego de manera irresponsable. Imitar a Bukele es renunciar a la democracia.