Humedales que se secan y bosques degradados: la crisis ambiental que vive Cabo de Hornos
En Puerto Williams, la ciudad más austral del continente americano, hace frío. Invierno y verano, los 2800 habitantes de este lugar y, sobre todos los turistas, andan abrigados. A nadie se le ocurriría pasearse a la intemperie en camiseta. La lluvia y el viento, que a veces puede sobrepasar los 100 kilómetros por hora, calan los huesos.
Pero este verano el clima no ha sido el habitual. “Hace calor”, comentan los oriundos de Puerto Williams que, por primera vez, llevan los brazos desnudos bajo un cielo completamente azul. “Acá no es normal andar en polera”, dice la biotecnóloga, Brenda Riquelme.
Se trata de la última ciudad antes de cruzar a la Antártida y se ubica en la isla Navarino. Dicha isla es parte de la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos y es considerada un laboratorio natural debido a que, en ciertos lugares, como en el cerro Bandera, al que se llega después de una caminata nada exigente, la temperatura es la misma que en la Antártida.
De hecho, se pueden encontrar las mismas especies que en el continente blanco. Esa es una de las principales razones por las que el Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación Biocultural (CHIC) está ubicado en Puerto Williams. Los científicos pueden estudiar lo que ocurre en la Antártida sin necesidad de ir para allá.
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[caption id="attachment_838635" align="aligncenter" width="768"] Puerto Williams. Foto: Michelle Carrere, Mongabay Latam.[/caption]
Tiempo de cambios
La isla Navarino, sin embargo, está cambiando rápidamente debido al calentamiento global del planeta. El verano pasado “las temperaturas estuvieron muy altas”, dice Matías Troncoso, geofísico del CHIC.
“Hubo más de 20 grados varias veces, cosa que antes nunca había pasado”, asegura. Además, “fue un verano muy seco”, agrega. Según los datos de la Dirección Meteorológica, en enero la isla Navarino ya tenía un 55% de déficit de lluvias respecto a la media de los últimos 60 años.
Como consecuencia, muchos barrizales, donde se acumula el lodo húmedo en cantidades tales que no es posible atravesarlos sin hundirse casi por completo, se secaron.
El normalmente caudaloso río Róbalo parecía un estero. Algunas turberas —un tipo de humedal que luce como una extensa pradera repleta de esponjas rosadas sumergidas en agua— se secaron; y los árboles comenzaron a botar sus hojas creyendo que era otoño.
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Insectos dan señales del desbalance
El agua del río Róbalo es tan limpia que abastece a la población de Puerto Williams sin apenas tratamiento. De hecho, es uno de los 24 ríos más prístinos del planeta, según un estudio realizado en 2016.
Esa cualidad, asegura el biólogo Javier Rendoll, es gracias a los insectos que cumplen roles ecológicos dentro del agua para degradar toda la materia orgánica que va entrando en ella. Esa es una de las razones por las que a Randoll le encantan los insectos.
El equipo de científicos del CHIC encargado de estudiar a los insectos, y del cual Rendoll es parte, comenzó a observar que varias especies han adelantado sus ciclos de vida debido al aumento de la temperatura.
“Los plecópteros, los efímeros, los tricópteros, todos empiezan a salir antes”, dice Rendoll. Que los insectos adelanten su aparición en el paisaje puede desencadenar una serie de desequilibrios en cadena dentro del ecosistema.
[caption id="attachment_838636" align="aligncenter" width="1024"] Río róbalo y bosque subantártico. Foto: Michelle Carrere[/caption]
Cadena de desequilibrios
Los peces —incluidas las truchas que no son peces nativos de la zona sino introducidos— empiezan a alimentarse antes y, por lo tanto, empiezan a crecer más y a generar más fecas. Esto, explica el científico, significa un ingreso extra de nutrientes al agua que, eventualmente, podría sobrepasar la capacidad natural que tiene el río para mantenerse limpio.
De hecho, ya es posible ver en ciertas lagunas y en el mismo río Róbalo un aumento de algas y pastos marinos lo que es reflejo de un aumento de nutrientes y de temperatura.
Otras especies están cambiando la forma en que usan el territorio. La mosca de las cascadas, por ejemplo “no podía subir porque el agua era muy fría”, explica Rendoll, pero ahora esta mosca “empezó a aparecer mucho más arriba, lo que probablemente quiere decir que las condiciones que antes solo estaban abajo, ahora también están arriba”.
Eso puede ser positivo para la mosca de las cascadas, dice Rendoll, pero si se tratase de una especie depredadora, lo que veríamos es que empezaría a “comer otros bichos que antes no comía”.
Este escenario podría volverse más complicado para otras especies. Uno de los ejemplos más críticos es el del Dragón de la Patagonia (Andiperla Sp.), que ha vivido toda su vida en los glaciares. El aumento de la temperatura y el derretimiento de los hielos amenaza su supervivencia en la tierra. “Si vives muy arriba y ya no queda espacio para seguir subiendo, ahí es cuando te extingues”, explica el experto.
Mosquitos y malaria
En la isla Navarino habitan unas 150 especies de aves. Están las que viven en el bosque, las marinas y las migratorias. Dentro de este último grupo destacan el fio fio (Elaenia albiceps) y el chincol (Zonotrichia capensis) que pasan el invierno en la Amazonía y luego regresan al sur cada verano para reproducirse.
Lo que los científicos ya han advertido es que algunas de estas aves, por pasar parte de su vida en el clima cálido de la selva, tienen malaria. Hasta ahora no existía el riesgo de contagio a las aves residentes de Navarino porque en la isla no había mosquitos que pudieran transmitir la enfermedad.
Ese escenario, sin embargo, ya no existe. “Con el aumento de temperatura están empezando a haber mosquitos acá”, asegura Omar Barroso, ornitólogo asociado al CHIC.
“Si llega un fío fío desde la Amazonía con malaria es muy probable que un mosquito pueda picarlo y transmitirle la enfermedad a una especie residente, que está todo el año en la isla Navarino, que nunca ha convivido con ese virus y que, por lo tanto, no tiene los anticuerpos para sobrevivir”.
Aunque aún no se ha reportado ningún caso que confirme esta hipótesis, los científicos están tomando muestras de sangre en aves para confirmar si ya existen casos de contagio y también simular qué pasaría en caso de que, con el aumento de la temperatura, los mosquitos se reproduzcan a una escala mayor que la actual.
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Cambios de comportamiento
Los investigadores también han empezado a monitorear el comportamiento de las aves para identificar eventuales cambios de conducta. “El aumento de la temperatura y el déficit de lluvias está afectando directamente al bosque. Se está secando”, dice Barroso, lo que puede tener impactos directos en la conducta de las aves que habitan en él y se alimentan de insectos y de semillas.
“Si no está la fuente de alimento, todas las especies de aves tendrán una baja considerable”, advierte. Javier Rendoll cuenta que, en la isla, hay quienes dudan de la existencia del cambio climático. “Creen que es mentira porque el otro día cayeron granizos”, dice. El problema, explica el científico, es que el agua caída no dura. Ayer por la tarde llovió y hoy a las 10:30 de la mañana la tierra está seca.
Los musgos se secan
Alex Waldspurger, guardaparques del Parque Etnobotánico Omora, recorre el área protegida con un aspersor de agua en la mano. Así, cada vez que detiene su marcha, humedece los musgos que crecen en las rocas o en los troncos de los árboles. Sabe que no es una solución para estas plantas, pero le gusta pensar que puede darles un alivio.
Los musgos, explica Waldspurger, quien además es biólogo, son plantas no vasculares, es decir, que no succionan el agua del suelo sino que la obtienen de la humedad del ambiente, así es que probablemente son las plantas que más sufren la escasez de lluvias. De hecho, a los pocos segundos de recibir el agua del aspersor, los musgos, grisáceos y opacos por la deshidratación, comienzan a reverdecer, a abrirse como lo hacen las flores en un movimiento lento pero perfectamente perceptible.
“Están secos los musgos, están realmente secos y eso es preocupante”, dice Brenda Riquelme, biotecnóloga del CHIC que se dedica a estudiar a estas plantas. “Incluso ciertas turberas se han secado, lo que es particularmente crítico”, advierte.
Ecosistema único en peligro
Las turberas están formadas por un musgo llamado Sphagnum magellanicum que a lo largo de la historia geológica fue cubriendo y colonizando pequeños lagos o cuerpos de agua. Es por eso que, en rigor, las turberas son un tipo de humedal que, además, almacena enormes cantidades de CO2 de la atmósfera, incluso más que los bosques.
El Sphagnum magellanicum tiene una enorme capacidad para retener agua: hasta 20 veces su peso seco. De hecho, “si tomas un puñado de musgo y lo aprietas puedes llenar un vaso con agua”, dice Riquelme. Por eso, que haya turberas en la isla Navarino que se están secando es tremendamente preocupante, aseguran los expertos.
Es también “doloroso”, dice el geofísico Matías Troncoso, quien a sus 22 años lidera un programa del CHIC que busca instalar estaciones meteorológicas en diferentes lugares de la reserva de la biósfera Cabo de Hornos.
El objetivo es proveer a los científicos de más información para poder entender con precisión los impactos que está provocando la crisis climática global y prever la magnitud de los cambios que vendrán a futuro. Con esa información, explica Troncoso, “podremos tener medidas paliativas para adaptarnos y sobrevivir”.
Un nuevo muelle y más turismo
Pero hay algo más que a los científicos les preocupa. En 2021, el Ministerio de Obras Públicas comenzó en Puerto Williams la construcción de un muelle multipropósito. “La obra permitirá atender a las naves que transitan por el canal Beagle, tanto científicas como cruceros, cuyo destino es la Antártica”, describió el ministerio en un comunicado.
Construir el muelle multipropósito, dice la declaración de impacto ambiental del proyecto, es necesario para avanzar en la industria turística, de servicios y apoyo a la investigación.
Pero si ya preocupa la poca agua que trae el río Robalo en verano, ¿qué pasará cuando atraquen los cruceros en Puerto Williams y desembarquen miles de turistas más?, se preguntan los científicos.
La declaración de impacto ambiental no considera ese punto. Mongabay Latam envió preguntas al Ministerio de Obras Públicas para saber si fue evaluada la presión que una mayor carga turística podría tener sobre los ecosistemas y, particularmente, sobre la disponibilidad de agua.
El ministerio respondió que, al actuar solo como unidad técnica, la consulta debía ser dirigida al Gobierno Regional de Magallanes. Este medio envió las preguntas dos veces por correo electrónico a dicha entidad e insistió por teléfono. Sin embargo, hasta la publicación de esta nota no obtuvimos respuestas.
Los científicos del CHIC aseguran que tampoco fueron consultados sobre los posibles impactos de la construcción del muelle.