Los peligros (económicos, políticos, anímicos) del Rechazo
A propósito de la proliferación de apellidos adheridos a las opciones “Apruebo” o “Rechazo”, creo interesante analizar lo que ocurriría el día después del Rechazo o Apruebo, y anticipar las consecuencias.
El Rechazo importa sólo pérdidas. Las obvias pérdidas económicas directas de la instalación, y ejecución del proceso constituyente, y todos sus gastos asociados como son los sueldos, viáticos, transporte, gastos corrientes, arriendos, materiales, comunicaciones, seguridad, etc., y las indirectas de gastos derivados de las personas y recursos involucrados en el proceso constituyente, que no se utilizaron en un país menesteroso de medios y personas.
Sobre todo, habrá una escandalosa pérdida de tiempo: el Rechazo equivale a volver a empezar. Y volver a lo mismo, pues nadie quiere o al menos declara públicamente que podemos seguir con una Constitución cuestionada en una concentración de un millón y medio de personas y que quiso cambiar casi el 805 de los chilenos. Y que, por ello, nadie defiende. Ni siquiera Marcela Cubillos, otrora en la “primera línea” de los defensores del antiguo régimen.
Además, volver a empezar significa repetir gran parte de las conversaciones y esfuerzos constituyentes ya que el Rechazo nos deja sólo con la Constitución del 80, obligándonos a repetir sobre elegir unos constituyentes, un procedimiento y una discusión otra vez desde cero.
A los que recurren a la frase tonta pero eficiente de que “los pueblos no comen con la Constitución”, o que “la Constitución no resuelve todos los problemas”, les replica otra tontera: lo mejor es que no tengamos Constitución y, quizás, los chilenos, que somos tan dados a enmendar la plana a todo el mundo, esta vez apuntamos una innovación global, por fin. Sospecho, sin embargo, que la prudencia nos llevará a la reflexión inteligente que han tenido todos los pueblos: en los Estados de Derecho la ley es la fuente de toda legitimidad, muertas las divinidades y soberanos que las ostentaban antes. Y como la legitimidad debe descansar en alguien, el pueblo vino a sustituir a los anteriores. De puro inteligentes también concluiremos que debe haber congruencia entre soberanía popular y su forma concreta para expresarla.
¿A qué nos lleva esto? A buscar una forma de tener una Constitución que sea representativa, reconocida y legítima. Y para que ello ocurra, aunque los sociólogos y los periodistas le cambien el nombre y le pongan “Grupo de…” o “Constituyentes honorables…”, será una Asamblea Constituyente, como la actual que se llama Convención Constitucional, que no es lo mismo, pero es igual... Y atención con los que intentan “rechazar para reformar”. Todos los estudios y encuestas muestran que el 98% de los ciudadanos reprueba a los parlamentarios. Por consiguiente, ¿qué legitimidad tendrá ese Parlamento para sustituir lo aprobado por una Asamblea Constituyente? En suma, la necesidad de tener una Constitución legitimada seguirá presente.
En economía es bien difícil encontrar leyes aceptadas universalmente, aunque en Chile, como siempre tan excepcional, se creyó que el neoliberalismo y la economía eran como lo mismo y por eso estamos metidos en este embrollo. Pero aquí va una: las indefiniciones, inseguridades jurídicas, convulsiones políticas, en una palabra, la indefinición en las reglas del juego, desincentiva la inversión y provoca con efectos muy rápidos la inestabilidad económica. Por eso es bueno recordar que, si ya los principales inversionistas (Estados Unidos, Canadá y otros) han manifestado que no ven inconvenientes en el proyecto constitucional, lo pragmático sería avanzar y culminar lo que está en marcha porque, si nos interesa la economía, ¿de verdad querríamos prolongar este proceso, y volver a discutir otra vez sobre propiedad privada, economía social de mercado, intereses nacionales, etc. y paralizar las inversiones en momentos como este? Cuesta creerlo.
Atención a los estados de ánimo de los pueblos. Chile está enfermo de desánimo. Da pena vernos. Especialmente después de los resultados de nuestra selección de futbol e intentar conseguir por secretaría lo que no fuimos capaces de conseguir en la cancha. Perdimos otra vez y no vamos al Mundial. Los chilenos necesitamos decirnos que somos capaces: “Sí se puede”. Al día siguiente del Rechazo diremos, subliminalmente que sea: “Siempre nos pasa lo mismo”, “No podemos conversar ni ponernos de acuerdo”, “No servimos para nada, es la raza la mala señor”, me dirá el taxista. La conversación interna será probablemente: “Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en una Constitución que nos rija a todos, ¿qué se nos puede pedir?”.
Necesitamos ganar, aprobar el examen. Lo demás serán puras frustraciones. Aprobar, aunque sea por poco. Mucho peor es reprobar y quedarse a mirar el Mundial por la tele.
Si gana el Rechazo perderemos casi todos, pero no todos. Habrá grandes ganadores: los extremismos. Los resentidos de todas partes que desde uno u otro lado de la vereda movilizarán la violencia insensata y ciega. El ambiente será propicio para que reaparezcan, con otras formas, los que expulsaban humillantemente a mujeres que reclamaban su derecho a ocupar un espacio de uso público, y los que espetaban a pobladores con otro humillante “¡Ándate a tu población roto de mierda a morirte de hambre!”.
Sucedió inmediatamente antes de que el pueblo humillado se pronunciara y se desatara la violencia con su correlato de quemas de pequeños locales, de colegios, iglesias, estaciones de metro.
Después del Rechazo habrá también los que afirmen que fue un error haber firmado el Acuerdo de noviembre y el proceso constitucional que fue su conclusión. El Rechazo constituirá una gran frustración para los más desfavorecidos de Chile y, como suele ocurrir, la agresividad viene a compensar a los decepcionados.
Es irresponsable llamar a “rechazar para reformar”. Si gana el Rechazo, el ambiente se crispará. Los pacíficos se retirarán frustrados de la escena y Chile puede quedar atrapado entre visiones golpistas y nostálgicos de los estallidos. Como en el amor, en algunas coyunturas de los pueblos, cuando se pierde la oportunidad sólo queda la ausencia.