El cuidado de la infancia en tiempos de COVID-19

El cuidado de la infancia en tiempos de COVID-19

Por: Camilo Morales Retamal | 07.04.2020
La infancia sigue estando invisibilizada para el discurso oficial. Suponer que el resguardo de los derechos de los niños se sostiene a partir de los esfuerzos individuales de las familias y los entornos educativos es desconocer la responsabilidad que tiene el Estado en el desarrollo e implementación de medidas y políticas que consideren las necesidades y las perspectivas de niños, niñas y adolescentes. Pero que además incorpore una visión del cuidado de la niñez como una tarea colectiva, donde la sociedad y las instituciones también son co-responsables.

Chile y el mundo atraviesan una crisis de salud pública sin precedentes. Nuestra forma de vivir y de relacionarnos cambió abruptamente desde el momento en que se estableció el confinamiento como una medida que permite mitigar la propagación del virus COVID-19 en la población.

Se trata de una situación inédita para nuestra sociedad en donde la incertidumbre se hace presente en la medida que los días pasan y debemos hacer importantes esfuerzos para sostener simultáneamente el trabajo a distancia y, en muchos casos, el cuidado y la crianza de niños, niñas y adolescentes. Tarea compleja y que en tiempos de cuarentena hace aún más patentes las desigualdades económicas y de género históricamente invisibilizadas en torno al cuidado de la infancia.

El cierre de sala cunas, jardines infantiles y colegios tuvo como efecto el repliegue masivo de niños, niñas y adolescentes al interior de sus hogares y, en consecuencia, su progresivo abandono de los espacios públicos. Plazas y parques han ido quedado vacíos con el pasar de los días. Resbalines y columpios amanecen acordonados como una forma de prohibir su uso. Un asunto lejos de ser trivial si consideramos que los últimos meses significaron una apropiación del espacio público que llenó de nuevos significados las calles y muros de la ciudad.

El tiempo dirá si este estado de confinamiento indeterminado hará surgir nuevos significados que permitan repensar la vida familiar, el trabajo y la educación. Pero también la intimidad, el cuidado y los vínculos. Por ahora, la emergencia sanitaria nos somete a mantenernos en un estado de perplejidad, donde la esperanza y el horror se cruzan a diario con noticias que nos golpean por la crudeza de las experiencias provenientes de otras latitudes, en contraste con gestos cotidianos que nos recuerdan el valor de la solidaridad en este estado de gran fragilidad individual y social.

En este contexto de pandemia global la infancia ha tenido un incipiente lugar en el debate público, principalmente a partir de dos discursos que han impuesto una narrativa sobre el lugar de los niños, niñas y adolescentes desde el comienzo de la cuarentena.

Por un lado, se puede observar un discurso que propone mantener una cierta normalidad dando continuidad a los procesos de aprendizaje a través de modalidades de enseñanza a distancia. La consigna es llevar el colegio a la casa transfiriendo a los padres el rol del educador y que los niños no queden rezagados en los contenidos que forman parte del currículum.

En una compulsión por mantener el ritmo escolar, algunos colegios han optado por sobrecargar de trabajo a sus estudiantes -y también a los docentes- sin considerar que no todos los niños y sus familias se encuentran en las mismas condiciones para hacer frente a este nuevo escenario. Pero además buscando mantener una dinámica que opera disociada de la realidad que está viviendo el país y el mundo. Junto a la continuidad de los planes educativos y garantizar el acceso a la educación de los sectores más vulnerables ¿cómo están pensando estas instituciones su rol en medio de la crisis?

Lo no dicho por este discurso es la vulnerabilidad en la que quedan miles de familias que dependen del sostén que les proporciona la escuela, el colegio o el jardín infantil entendidos como espacios de vinculación, salud, alimentación, seguridad y recreación.

Por otra parte, es posible distinguir un segundo discurso que se ha enfocado en entregar contención y apoyo a las familias en las labores asociadas al cuidado cotidiano de los hijos frente a la ausencia del sostén que brindan las instituciones educativas.

Lo anterior se traduce en abundantes recomendaciones, materiales y actividades que las familias pueden realizar con sus hijos en casa para crear una rutina que mantenga a los niños protegidos y alejados del fantasma del aburrimiento. Hay una preocupación, por parte de adultos y autoridades, para que los niños no se vean significativamente afectados por el encierro y que esta experiencia pueda ser tolerada de la mejor manera durante un período incierto.

Ambas perspectivas ponen en relieve la importancia de la continuidad de la vida cotidiana que, desde la óptica de los adultos, opera como una forma de preservar la normalidad permanentemente amenazada por el virus, pero también representan los ideales de productividad y rendimiento que pueden volverse fuentes de sufrimiento si se asumen como exigencias en circunstancias que nos vemos confrontados a un día a día que puede tornarse abrumador cuando se acumula el cansancio y va quedando en evidencia la precariedad en la que se sostiene la vida y los cuidados.

En ese sentido, los discursos expuestos parecen no reconocer la trama de desigualdades y problemas asociados al campo del cuidado y la crianza de la niñez, y que hoy rebrotan a partir del momento en que se devela la violencia que produce un sistema que en definitiva no cuida ni garantiza derechos para resguardar, en el largo plazo, el bienestar de niños, niñas y adolescentes en un escenario que va tornándose más crítico.

Una mayoría significativa de ciudadanos, niños y sus cuidadores, se encuentran en una situación de gran fragilidad que pondrá a prueba sus condiciones materiales y emocionales para sortear los efectos de una crisis que, probablemente, será histórica y marcará profundamente a esta generación. No se trata sólo de soportar las semanas de cuarentena sino los meses y quizás años de una probable recesión que impactará en todas las esferas de la vida.

La infancia sigue estando invisibilizada para el discurso oficial. Suponer que el resguardo de los derechos de los niños se sostiene a partir de los esfuerzos individuales de las familias y los entornos educativos es desconocer la responsabilidad que tiene el Estado en el desarrollo e implementación de medidas y políticas que consideren las necesidades y las perspectivas de niños, niñas y adolescentes. Pero que además incorpore una visión del cuidado de la niñez como una tarea colectiva, donde la sociedad y las instituciones también son co-responsables.

La ausencia de medidas que consideren las voces de los niños, los efectos del encierro y los significados que hoy se construyen en la experiencia de la intimidad de la vida doméstica expresan la permanente dificultad de las instituciones para pensar a la infancia y a la juventud como actores que comprenden, participan y se posicionan en relación con su contexto.

Es necesario resguardar que el cuidado no termine reducido a un conjunto de estrategias individuales que recaen en los cuidadores y que los niños reciben pasivamente. La envergadura de lo que vivimos como sociedad debe ser una oportunidad para relevar la importancia del cuidado infantil desde una perspectiva de derechos y por lo tanto como un asunto político prioritario y urgente.