Agroecología en Chile: ¿puede una buena alimentación proteger la biodiversidad?
Pensemos en los polinizadores. Es pequeña y aunque a lo largo de su vida puede polinizar hasta cinco mil flores, eso apenas alcanza para producir una sola cucharadita de miel. Sin embargo, las abejas no trabajan aisladas. Como parte de enjambres zumbantes, tanto silvestres como domesticadas, polinizan gran parte de los cultivos alimenticios de los que depende el ser humano en todo el mundo. Las personas también trabajan juntas para hacer frente a los desafíos — ambientales, sociales, de salud pública— a través de la lente del sistema alimentario mundial. Las colmenas humanas están por todas partes, aplican, replican, aprenden y comparten los principios de la agroecología, la práctica de los conceptos ecológicos en la agricultura.
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Este artículo se centra en tres personas que dan vida a los principios agroecológicos. Con sus incansables contribuciones, ayudan a que los sistemas alimentarios locales y la agrobiodiversidad prosperen en un momento crítico para la humanidad. Lo hacen en una región bioculturalmente diversa del sur de los Andes de Chile: allí cuidan a los polinizadores que hacen posible la agrobiodiversidad, recuperan los alimentos autóctonos y educan el gusto.
El sur de Chile, la puerta de entrada a la región patagónica, forma parte del Wallmapu, territorio ancestral de los indígenas mapuches. Hoy en día, es el hogar de una gran diversidad de habitantes. Entre ellos está Lilian Barrientos Espinoza, de sesenta y dos años, agrónoma y miembro de un centro de demostración de agroecología para la agricultura familiar en el sector Rulo de la región chilena de La Araucanía. El centro se llama Mongelechi Mapu y se ha convertido en un punto clave de promoción de la agroecología y en una fuente de agrobiodiversidad. Para Espinoza y sus colegas, los huertos familiares son la unidad mínima de la agricultura familiar.
Degustación de alimentos frescos durante un taller con campesinas y niños en Mongelechi Mapu en octubre de 2019. Foto: cortesía de Lilian Barrientos.
Espinoza se aventuró en la agroecología buscando una forma de agricultura que permitiera prosperar a la humanidad. «Trabajamos con familias mapuches, conservamos sus identidades, sus formas de alimentación y sus prácticas cotidianas y buscamos la sostenibilidad de estas prácticas para las generaciones futuras», comenta. «No solo defendemos ideológicamente la agroecología, sino que vinculamos la práctica a las necesidades de autoabastecimiento, lo que genera ingresos de forma productiva y sostenible».
«Después de treinta y cuatro años —dice—, tenemos una producción que nos permite confirmar que la práctica agroecológica puede proporcionar suficiente alimento de buena calidad para el contexto local y regional, ¡y cada año tenemos más volumen de producción!».
Emanuel Canales, de treinta y nueve años, es apicultor y agricultor y dirige la Escuela de Apicultura Natural de Chile, en Loncoche (también en La Araucanía). A través de este centro de capacitación, Canales comparte sus dieciocho años de experiencia con las personas que se inician en la práctica apícola. Canales empezó a practicar de forma autodidacta la apicultura orgánica, un tipo de crianza de abejas y de colmenas que evita el uso de productos artificiales.
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Para Canales y sus colegas, los enfoques regenerativos de la agricultura y la ganadería han inspirado una visión acerca de la relación entre la salud del ecosistema y la salud de las colmenas.
«No podemos mantener abejas sanas en un ecosistema enfermo. Es por eso que hemos llegado a la apicultura regenerativa», comenta.
Su práctica también se basa en las teorías de la difunta bióloga estadounidense Lynn Margulis sobre la simbiosis como desencadenante de la evolución de la vida en la Tierra. Para Canales, la agroecología requiere que los practicantes «observen y comprendan los ecosistemas vivos y la vida en general». A partir de estas observaciones, el enfoque apícola considera la colmena como un superorganismo, es decir, entender que el individuo no es la abeja, sino la colmena misma y es interdependiente con la salud de las plantas y del suelo.
Cajas de abejas en Chile. Durante la práctica, Emanuel Canales empezó a cuestionar el sistema de apicultura industrial y consideró que no respetaba los ciclos biológicos y el comportamiento de las abejas. Foto: davitydave mediante Flickr (CC BY-NC-SA 2.0).
Mientras Canales y Espinoza han dedicado su vida a la producción de alimentos, Lorna Muñoz Arias, de cuarenta y un años, se preocupa más sobre cómo se consumen. Originaria de Castro, la principal isla del archipiélago de Chiloé, Muñoz tiene un restaurante donde recupera recetas y sabores tradicionales. Luego de convertirse en chef, se dio cuenta de que lo que había aprendido en la escuela no coincidía con los alimentos que le gustaban. Chiloé tiene una fuerte tradición alimentaria y está reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) como Sistemas de Patrimonio Agrícola de Importancia Mundial con el fin de proteger la agrobiodiversidad.
Muñoz descubrió que, para ofrecer una buena comida a los demás, tenía que complacer primero su propio gusto. También se dio cuenta de que los alimentos regionales suelen dejarse de lado porque se consideran precarios y hay una sensación de vergüenza relacionada con ellos. No obstante, las preparaciones locales tienen un sabor distintivo y han adquirido eventualmente una mayor relevancia, como demostró la certificación de la FAO.
Con el correr del tiempo, Muñoz también empezó a enseñar en el contexto rural. Notó que los niños que crecen en hogares donde la cocina es el lugar más importante de la casa aprenden desde pequeños a estar en contacto con los alimentos, el cultivo de estos y el cuidado de la tierra.
«Los huertos familiares y la preparación de alimentos siguen siendo espacios femeninos y en donde los niños están siempre presentes», dice Muñoz. «Con ellos, aprendí a cocinar teniendo en cuenta los ciclos naturales de los alimentos; por ejemplo, hay un momento en el que los mariscos son más sabrosos».
En la actualidad, el restaurante es una plataforma para dar a conocer la cocina regional, donde trabaja con productos frescos de la zona producidos por mujeres del lugar y va de la mano con la forma en que se consumen los alimentos en Chiloé. De esta manera, Muñoz mantiene viva la memoria ancestral relacionada con la diversidad local de alimentos mediante los sabores, y potencia la biodiversidad a través del estómago.
Niños aprendiendo a preparar compost en Mongelechi Mapu en abril de 2019. Foto: cortesía de Lilian Barrientos.
La agroecología tiene muchas caras y para ampliarse y seguir siendo un método legítimo en contextos bioculturales diversos como el de Latinoamérica, tiene que mantener el equilibrio entre la ciencia, la práctica y los movimientos sociales. Espinoza, Canales y Muñoz, estas tres abejas humanas que trabajan por un bien mayor, son catalizadores de la agroecología en sus territorios y, como las abejas, potencian el efecto en el entorno, polinizando mentes, flores y panzas al mismo tiempo. La práctica los ha dotado de valiosas reflexiones sobre la ampliación de la agroecología, que son coherentes con las reflexiones más académicas sobre el tema.
Los tres coinciden en que un aspecto clave en la ampliación de la agroecología es un flujo de comunicación más horizontal, que elimine las jerarquías implícitas entre el conocimiento local y el científico.
Canales afirma que hay que reconocer a los artesanos como las fuentes vivas y productoras de conocimiento que son, no como meros informantes. «Las jerarquías son perjudiciales y debemos tener cuidado con la agroecología para que no tome el mismo camino que la agronomía», dice. «Tenemos que poner en práctica la teoría y despejar las vías de comunicación».
Según la experiencia de ellos, la generación de redes entre científicos y agricultores, productores y consumidores, que informan e intercambian conocimientos de manera horizontal, es el primer paso para ampliar la agroecología. Este proceso implica la cocreación de conocimientos diversos en constante transformación. Las redes horizontales hacen que el conocimiento científico se enriquezca con las formas de aprendizaje y experiencias locales, lo que lo hace avanzar.
Canales cuenta que hay enseñanzas que los científicos, los profesionales y los movimientos sociales agroecológicos pueden aprender de las colmenas. «No hay jerarquías en la colmena, no existe la reina, que es una construcción humana, y la colmena no funciona como una sociedad, sino como un organismo», comenta.
Una comprensión integrada que perciba los agroecosistemas como organismos vivos podría permitir que el sistema de producción agrícola genere un efecto similar al que generan las colmenas en el ecosistema. «Más abejas, más flores, más frutas, más semillas, más plantas y más animales que dependen de esas plantas», dice Canales. «Las abejas aumentan la diversidad de su ecosistema. Simultáneamente, las colmenas se autorregulan para evitar la competencia por los recursos. Es el modelo de producción industrial el que rompe la autorregulación y la capacidad de carga de los ecosistemas».
Canales dice que hay enseñanzas que los científicos, los profesionales y los movimientos sociales agroecológicos pueden aprender de las colmenas. Foto: PollyDot mediante Pixabay (CC0).
Para Espinoza, la práctica agroecológica se basa, en primer lugar, en la biodiversidad y, en segundo lugar, en la comprensión de los ciclos de los nutrientes, la biomasa y la vida en el suelo. «El tercer pilar es el amor y el compromiso con la naturaleza y las generaciones futuras», dice.
Sobre la importancia de disolver las jerarquías y establecer un diálogo de saberes, Espinoza afirma: «Para los campesinos, sobre todo mujeres e indígenas, ha habido generaciones de desprecio hacia los conocimientos de ellos, las costumbres alimentarias, los alimentos silvestres y las semillas autóctonas, por ejemplo… Devolverles el prestigio a nuestros alimentos silvestres y semillas regionales es el primer paso para restablecer nuestro sistema alimentario».
De acuerdo con Espinoza, la transmisión intergeneracional de conocimientos y prácticas sigue siendo un gran reto para los enfoques agroecológicos. «Necesitamos trabajar con las abuelas, las madres y las escuelas porque ¿cómo vamos a conservar los territorios y los alimentos locales si a las nuevas generaciones no les gustan, si no los conocen y no saben cómo cuidarlos?», dice. «Necesitamos un trabajo más constante».
Desde el punto de vista de la industria alimentaria, Muñoz afirma que, para que los principios agroecológicos se extiendan, es necesario sensibilizar a los consumidores. Los consumidores informados y comprometidos pueden impulsar la demanda de mejores prácticas en torno a la alimentación y la agricultura al preferir alimentos con identidad. Muñoz percibe esta necesidad en su entorno inmediato: «En una isla que es una gran productora de papas, no tiene sentido que los restaurantes vendan papas deshidratadas en lugar de frescas».
Según su experiencia, la cocina, los huertos familiares y los medios de vida rurales son los espacios donde podemos revalorizar los alimentos regionales y las prácticas sostenibles. Muñoz destaca la importancia de las acciones cotidianas, pasando del discurso a la práctica. Dice que la primera acción puede ser en la cocina de cada uno: «Aprender a cocinar es un autocuidado y al mismo tiempo puedo cuidar mi entorno».
Compartiendo técnicas de compostaje con los productores de Mongelechi Mapu. Foto: cortesía de Lilian Barrientos.
A pesar de los desafíos, estas abejas humanas, que trabajan de manera incansable dentro de sus colmenas, siguen cocreando, aprendiendo y polinizando otras. Cuando se le pregunta qué lecciones valiosas podemos aprender de las abejas, Canales dice: «Independientemente de las condiciones adversas, las abejas continúan trabajando por el bienestar del organismo, de la colmena y de todo el ecosistema que las rodea».
En base a su propia experiencia, la ampliación de la agroecología puede acelerarse si se cuestionan los conceptos de desarrollo y progreso. «¿Qué es la abundancia?», se pregunta. «¿Una billetera llena o tener tiempo para disfrutar jugar con tus hijos y que ellos tengan la panza llena? Creo que esto último es lo que conseguimos con la agroecología».
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Espinoza también comparte sus esperanzas y su aprecio por lo logrado: «Estoy convencida de que estamos avanzando a través de nuestras redes, nos nutrimos y animamos mutuamente, establecemos reciprocidad… Esto es expandirse».
Según estas abejas humanas, el poder de las redes locales —incluidos los niños—, la deconstrucción de las percepciones coloniales sobre los alimentos autóctonos y los medios de vida rurales y la disolución de las jerarquías entre las diferentes formas de conocer y aprender son algunas de las lecciones clave de la agroecología en la práctica dentro del contexto latinoamericano. Estos conocimientos son cruciales para ampliar la agroecología no solo en términos científicos, sino también en la práctica y en los movimientos sociales.