OPINIÓN | Todo el planeta es una “zona de sacrificio”

OPINIÓN | Todo el planeta es una “zona de sacrificio”

Por: Luciano Badal | 27.09.2021
Los grandes daños relacionados con el caos climático, la contaminación generalizada, el agotamiento de los combustibles fósiles y la pérdida de biodiversidad entre otros, están presentes, con mayor o menor intensidad, en todos los lugares de la Tierra. Por doquier se sacrifica la vida en aras del “desarrollo” entendido como crecimiento económico desbocado e infinito. Frente a esta situación, que no cabe denominar sino como dramática, las respuestas individuales son necesarias pero insuficientes y las respuestas colectivas son difíciles de poner en práctica. Pero no tenemos ninguna otra posibilidad. No hay tiempo para esperar acciones políticas de mitigación y/o adaptación, provenientes de las instituciones estatales o mega estatales. No lo han hecho hasta ahora y no lo harán.

El término “Zona de sacrificio” fue acuñado en los años sesenta por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos para designar lugares de bajos ingresos donde los gobiernos han decidido instalar industrias de gran envergadura, dañinas para el medio ambiente y, por lo tanto, para la vida de las comunidades humanas y no humanas preexistentes a dicha instalación. El pretexto es que la presencia de dichas actividades mejorará las condiciones materiales de los habitantes de la zona y que los costos medioambientales son externalidades negativas que estos deben asumir. Las evidencias muestran lo contrario: el daño expresado como degradación de los ecosistemas y a la salud de todos es muchísimo mayor que los supuestos beneficios y, precisamente, estos son factores que atentan contra cualquier posibilidad de desarrollo local.

En Estados Unidos, según Steve Lerner, las zonas de sacrificio son a menudo “comunidades cercadas” de personas de bajos ingresos y de color, o "puntos calientes" de contaminación química donde los residentes viven inmediatamente adyacentes a industrias o bases militares muy contaminadas. El concepto de Zona de Sacrificio “describe gráficamente cómo es la vida para las personas de color y los pobres que viven en el lado equivocado de los caminos y en "comunidades desechables" cuyos residentes reciben una protección desigual, si es que reciben alguna protección”.

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La inmoralidad de esta práctica es evidente y funciona como un chantaje: son los costos del progreso, se dice o “para hacer tortillas hay que romper huevos”. Los gobiernos y empresas concentran el daño en territorios circunscritos a los cuales se le obliga a soportar con mayor intensidad las cargas de una supuesta prosperidad general.

En Chile ha habido una apropiación social de este término y se usa abundantemente para describir cinco casos principales: Mejillones, con industrias, pesca y puerto; Tocopilla con termoeléctrica y minería y Huasco, con una planta de pellets y termoeléctricas. A estas localidades se añade el parque industrial de Quintero-Puchuncaví-Ventanas y Coronel, antigua zona productora de carbón y hoy con una planta termoeléctrica. Un estudio del Departamento de Salud Pública de la Universidad Católica de Chile en esos lugares determinó que en Huasco el riesgo de morir por una enfermedad cerebrovascular es 281% mayor que en el resto del país y en Tocopilla el de muerte por tumores en la tráquea, bronquios y pulmón es 172% más elevado. Sin embargo, también se incluyen como zonas sacrificadas las plantaciones forestales y frutales a lo largo del país y los canales patagónicos donde se sitúa la industria salmonera.

Zona de Sacrificio ha resultado ser un buen concepto para describir esas realidades, relevarlas públicamente y organizar las luchas contra sus responsables. Permite pensar formas de restauración socioeconómica y ecológica y convocar las energías colectivas para presionar políticamente. Sin embargo, el concepto tiene el inconveniente de que da la idea de que los daños ecológicos están focalizados en unas zonas mientras otras están a salvo de estas amenazas. Pero sabemos que el daño es global y total: todo el planeta en la actualidad está dañado en menor o menor grado, en muchos casos irreparablemente. Toda la biosfera ha sido sacrificada en el altar de los dioses del productivismo y el consumismo: las zonas de sacrificio no son errores parciales o circunscritos dentro de un sistema que, sin embargo, en su conjunto estaría funcionando adecuadamente. No es así: estas áreas son sólo los síntomas más visibles de un colapso mayor. Son sólo las heridas expuestas que indican un cuerpo infectado y agónico. El concepto de zona de sacrificio elude la interdependencia sistémica al fraccionar y territorializar los daños que hace a la vida esta civilización termo-industrial organizada como capitalismo.

Los grandes daños relacionados con el caos climático, la contaminación generalizada, el agotamiento de los combustibles fósiles y la pérdida de biodiversidad entre otros, están presentes, con mayor o menor intensidad, en todos los lugares de la Tierra. Por doquier se sacrifica la vida en aras del “desarrollo” entendido como crecimiento económico desbocado e infinito. Por todas partes hay degradación y daño a la vida. Ya no hay un lado equivocado o un lado correcto en los caminos. Todos los caminos están equivocados. Todos vivimos en comunidades desechables a la espera que nos llegue la hora de compartir el doloroso destino común.

Debemos asumir que todos hemos sido vulnerados y violentados social y ecológicamente de manera universal. Los “problemas ambientales” no son de otros seres humanos situados en otras latitudes, cercanas o lejanas o en un futuro más o menos próximo. Son de todos aquí y ahora. La biosfera es una sola y la interrelación sistémica entre sus componentes es obvia. “La crisis ecológica a la que nos enfrentamos -dice el pensador ecologista Timothy Morton- es tan evidente que resulta fácil (…) unir los puntos y comprobar que todo está interconectado”.  No podemos escapar a la malla de relaciones, de acciones y retroacciones, de causas y efectos a las que nos condena compartir un gran ecosistema común.

Y esto no es la vieja doctrina del apocalipsis ni milenarismos reactivados otra vez. Es una constatación empírica avalada por miles de datos científicos. Desgraciadamente muchas de las teclas del desastre ya han sido pulsadas. Y las medidas de mitigación posibles son ínfimas n comparación a las medidas de adaptación frente a los desastres venideros. “El calentamiento global-dice Roy Straton- no es la versión actual de una vieja leyenda sobre la aniquilación de una civilización. No es histeria. Es una realidad. Y probablemente ya hayamos sobrepasado el punto en el que hayamos podido haber hecho algo al respecto. Desde la perspectiva de muchos politólogos, climatólogos y responsables de seguridad nacional, la cuestión no es si existe calentamiento global o cómo podríamos evitarlo, sino como vamos a adaptarnos a la vida en el mundo recalentado y volátil que hemos creado. Este nuevo mundo tiene un nombre: el Antropoceno”

Este Antropoceno se funde ahora con un neoliberalismo ubicuo, convertido en la “razón del mundo” según la expresión de Laval y Dardot. Un neoliberalismo cuyo sentido es “extender e imponer la lógica del capital a todas las relaciones sociales, hasta hacer estallar la forma misma de nuestras vidas”. Pero un mundo sólo unido por los mercados ofrece una pésima resistencia colectiva frente a lo que se nos viene encima.  Frente a esta situación, que no cabe denominar sino como dramática, las respuestas individuales son necesarias pero insuficientes y las respuestas colectivas son difíciles de poner en práctica. Pero no tenemos ninguna otra posibilidad. No hay tiempo para esperar acciones políticas de mitigación y/o adaptación, provenientes de las instituciones estatales o mega estatales. No lo han hecho hasta ahora y no lo harán y las salidas a esta crisis serán violentas y discriminadoras. Lo estamos viendo ahora con la crisis pandémica: mientras una parte importante de los países llamados desarrollados han vacunado a la mayoría de su población, en los países llamados subdesarrollados la situación es la inversa. No existe un orden mundial solidario. La única posibilidad es construirlo desde los cimientos comunitarios y un horizonte decrecentista, desde las mismas prácticas de vida, producción y consumo aquí y ahora.

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