A 150 años del nacimiento de Max Scheler, el filósofo de los valores
Max Scheler (1874-1928) fue un filósofo alemán muy reconocido por sus investigaciones antropológico-filosóficas. Sus contribuciones son vastas, pero se le atribuye con mucha razón una de las profundizaciones más acabadas sobre la esencia humana. Su texto capital fue El puesto del hombre en el cosmos, donde destaca la visión integral de la existencia humana y su dimensión emocional y espiritual que trasciende las consideraciones materiales o físicas de su presencia.
Bajo sus postulados, el ser humano no sólo puede ser comprendido como un objeto para el observador, puesto que posee un “ser para sí, un ser íntimo”, esa unidad de conciencia no sólo le permite la posibilidad de individuación respecto de la especie, sino que también una “comunicación ontológica” con otros fenómenos de la naturaleza. Al igual que los grandes filósofos clásicos, Scheler sostiene que la existencia humana tiene sin duda un rasgo ontológico que sobrepasa los límites de lo físico, y más aún, define su lugar dentro del cosmos.
Es llamativo que ya su postura nos anticipa que las plantas ostentan un incipiente estado psíquico pero que de hecho sería menor que el que posee el humano, a lo que Scheler denomina “impulso afectivo”, por cuanto carecerían de conciencia y sensación (órganos sensoriales). En los animales se añadiría el aspecto locomotriz, mientras que en los humanos el aparato psíquico adquiere singularidades especiales asociadas a las emociones y los pensamientos.
Este pensador debiese ser releído puesto que sus investigaciones filosóficas acerca de los valores son una de las más completas y principales. La axiología es la rama de la filosofía que estudia los valores. Scheler consideraba que era importante reflexionar sobre el estatuto de los valores, puesto que, de acuerdo con su perspectiva, no se reducen a ser una mera propiedad de las cosas o un simple estado mental.
Los valores tendrían un carácter esencial en la constitución del ser humano y su aprehensión nutre la formación y educación humana. Su contribución más conocida se asocia a los principios de polarización y de jerarquización que definen el funcionamiento de los valores y sus contrarios, la forma en que se interconectan y externalizan desde la experiencia humana.
Los valores a diferencia de los bienes o las cosas tendrían un carácter perenne, estos sólo ocuparían el rol de ser sus portadores circunstanciales. Los grandes valores son considerados bajo su perspectiva como los espirituales, las tres categorías que trabaja son: los estéticos (bello-feo), los jurídicos (justo-injusto) y los intelectuales (verdadero-falso). Y sostiene que las personas son “valores en sí mismos”.
Para este autor el amor es el elemento clave dentro de su propuesta antropológica. Así, el ser humano visto de manera scheleriana es mucho más que un ser pensante o volitivo, un ser que ama (ens cogitans o ens volens, el hombre es un ens amans). El amor sería el movimiento que nos permite la búsqueda de valores superiores.