Vacaciones escolares extendidas: un acierto
El primer semestre de este año en el sistema escolar fue extremadamente complejo. El retorno masivo a la presencialidad dejó al descubierto las consecuencias de la pandemia en el mundo escolar, tanto en los vacíos y rezagos de aprendizajes curriculares como en los problemas derivados de la salud mental de niños, niñas y adultos en las escuelas. Entre marzo y junio del presente año se multiplicaron (o se visibilizaron) los conflictos de convivencia entre estudiantes, las dificultades de socialización después del periodo de encierro y los trastornos emocionales o de salud mental, tanto de niñas y niños como de adultos.
Adicionalmente, se constató una baja considerable de la asistencia de estudiantes a nivel nacional, producto, según recientes datos de un informe de la Universidad de Chile, de los problemas de salud que subsisten en muchas familias y del temor a contagiarse de Covid en las escuelas.
En este escenario difícil, es muy importante destacar que, a pesar de la controversia inicial, la decisión de adelantar y extender el periodo de vacaciones de invierno fue acertada. Según datos del Ministerio de Salud, el uso de camas UCI pediátricas disminuyó casi un 20% en las semanas de vacaciones invernales, revirtiendo con ello la crisis de salud infantil derivada de las enfermedades virales. Estos datos ofrecen un panorama más tranquilizador para muchas familias que temen enviar a sus hijos a las escuelas por el riesgo de contagios. Además, es posible conjeturar que estas vacaciones extendidas también tuvieron un impacto favorable en docentes y directivos de establecimientos, que sin lugar a dudas requerían tiempo de descanso y de reorganización del trabajo pedagógico en un escenario adverso.
Este segundo semestre, por tanto, requiere un gran esfuerzo comunicacional y organizativo de las autoridades educativas para seguir transmitiendo a las escuelas, a sus docentes, directivos y familias, que niñas y niños son la prioridad. Primero, para ofrecerles entornos seguros, con condiciones sanitarias robustas; y, segundo, para materializar una promesa del programa de gobierno, como es apuntar al aprendizaje integral de la infancia y la adolescencia.
El aprendizaje del primer semestre debería servirnos para colocar los temas de educación socioafectiva y ciudadana en el centro de los esfuerzos pedagógicos. La persistencia del SIMCE, ratificada por el Consejo Nacional de Educación (CNED), ayuda poco al respecto, pues perpetúa una cultura del estrés, la competencia y la ansiedad por cubrir contenidos.
La realidad educativa nos indica que los tiempos escolares deben reorganizarse para potenciar las actividades que permitan que niñas y niños se expresen, aprendan a dialogar y a convivir en paz. Ello no significa dejar de aprender “la materia” sino, por el contrario, colocar los contenidos al servicio del desarrollo integral de la infancia.