De política, cervezas y revueltas
Domingo en la tarde comienza el conteo de las mesas, un canal de televisión enciende mi alarma corporal: gana el rival 40 votos contra 10. Es irracional que 50 votos pueden ser representativo del resultado final, lo sé, pero qué importa saber, es una ilusión que lo racional gobierne al sin sentido de la mente.
Me siento en la cama con el cuerpo rígido, los pies colgando hacia un abismo se mueven al compás de una angustiosa danza estomacal. La verdad, siempre he sido malo para esperar, aunque ésta no es cualquiera ya que está en juego una causa común. Parado al borde del precipicio de la incoherencia, repetición y crueldad de la historia, recuerdo a un profesor diciendo “lo único que se ha aprendido de la historia es que el ser humano no ha aprendido nada de ella”; me calmo con las letras de los muros de la revuelta Eliminaron el ramo de Historia, así que tuvimos que escribir la historia de nuevo. Me siento morir, el calor lo hace todo más insoportable, a pesar de la persistencia del ventilador. Se mantiene la diferencia por 30 votos. Asociación libre: No fueron 30 pesos, fueron 30 años. No puede ser que la violencia inhumana o la indiferencia de algunos se imponga.
En las cosas de la humanidad, la mayoría de las veces se produce “el eterno retorno de lo mismo”, pero no siempre, sobre todo cuando hay un “estallido” que funciona como un cuchillo que tranca las aspas giratorias de la historia que vuelve siempre al mismo lugar. Esta generación ha vivido contaminada por la cólera de los abusos, injusticias, mutilados y muertos de compañerxs de marchas (que para algunos son cercanos amados): mochilazo del 2001, pingüinazo del 2006, movimiento estudiantil del 2011, movimientos ambientalistas y regionalistas del 2012, el no +AFP del 2016, movimiento feminista del 2018 y, cómo no, el 18-O del 2019. Alivio, esperanza y festividad también hemos encontrado en estos 20 años de movimientos sociales que han sedimentado indignación colectiva con deseos de cambios. 20 votos de diferencia. Existe le violencia divina, pero ¿existe la justicia divina?
¿Habré abierto la válvula del fermentador? Tras el proceso de elaboración de cerveza artesanal, luego de arduas fases se llega a obtener un líquido que va a fermentar en un estanque (tal como lo tengo desde el jueves). En ese momento se le agregan las levaduras (las hay de distinto tipo), éstas transforman el azúcar que hay en aquel líquido a alcohol y un gas, el dióxido de carbono (Co2). Arriba del fermentador se pone una especie de válvula que tiene una doble función: no dejar de entrar oxígeno sino la cerveza se pone rancia, ácida (algo parecido a cuando “se pica” el vino) y dejar que el Co2 salga. Si fuera herméticamente cerrado o si esa válvula se cierra, el gas acumulado haría estallar el estanque de fermentación.
¿Acaso la levadura estilo concertacionista produce el efecto de alcoholización dominguera pasada a siesta despolitizada? ¿Es posible que el gas presione las paredes como lo hace la rabia y malestar con la ciudad movilizado por cuerpos hastiados? ¿No será que la válvula de escape a la presión de ese gas encarnado en el consumo idiotizante, la economía individualista y el placer de la inmediatez, se cerró, dejó de ser suficiente y eso hizo estallar toda mi cerveza? Delirios de ansiedad. Pego un salto en la cama imaginándome el estallido, bajo raudo, Salva ladra, la válvula está bien; sube y baja.
Baja la diferencia también en la diferencia de votos, prácticamente hay un empate. Tranquilidad, no se pueden cometer los mismos errores, como, por ejemplo, el apresurado y equívoco diagnóstico de que el 18-O era de izquierda. El “costalazo” no tardó en llegar en primera vuelta. El estallido del estanque en 2019 no fue solamente por la indignación hacia el modelo neoliberal en sí, sino a ese sistema político clásico que no permitió el ingreso real de las demandas de los movimientos sociales por achacárselas a la inconformidad ácida y rancia de un grupo de desadaptados al “jaguar”, “oasis” de Latinoamérica.
El primer reporte del Servel no alivia, ya que considera los votos en el extranjero, donde Gabriel gana. Peleo con el Servel diciéndole a mi compañera que el porcentaje del extranjero no debería ser incluido en los primeros reportes. Peleo en mi cabeza con una frase bien típica que me dijo hace unos días una persona cercana: “Son todos iguales… el Boric no va hacer nada nuevo y después te vas a arrepentir de apoyarlo”. El enojo le gana a la ansiedad, qué rabia me da cuando no hay toma de posición, sino decisiones hiper-racionales y seguras, ¡cuánta cobardía en asumir la derrota! No quiero seguir hablando de política con algunos, aunque, como dice el escritor Alejandro Zambra en una hermosa columna, “es imposible no hablar de política: se parece demasiado a no hablar”. Lo político, el poder, está en todo, aunque no se quiera, aunque no se vea. Y sí, la política separa porque es la manera de comprender la horizontalidad/verticalidad en el lazo amistoso, es el deseo encauzado hacia cóleras colectivas que no buscan sólo la queja. La política hace arder el corazón de la vida, es decir, la relación con el otro. El amor a lo desconocido.
Por lo demás, la nueva generación no está exenta de errores o conflictos propios de la política: egos, disputas, dimes y diretes, alianzas y quiebres, cambios de gabinete, baja popularidad, protestas, amor, odio, serán parte también probablemente de la pareja PC y FA. Más aun considerando un aire que ya tiene toxicidades: la crisis económica mundial post-pandemia, la crisis institucional de confianza que no se soluciona con esta generación de por sí, el Congreso con mayoría opositora, la brutalidad de una derecha conservadora fragmentada.
El primer paso, de maceración, requiere mucha paciencia. Se revuelven en la gran olla dos ingredientes básicos: el agua sin cloro y el grano molido de cebada, a distintos tiempos y temperaturas para que suelten los azúcares que van a ser arrastrados hacia la salida inferior de la olla por una ducha caliente (80° C) al final de este proceso. Cae sólo lo líquido llevándose el contenido sólido que se requiere para más adelante, el resto es comida para los chanchos (¡también se pueden hacer galletas!). La acuosa pareja política debe limpiarse de lo viejo dentro de cada uno (Camila y Karol tienen una función protagónica dentro del PC), buscar un nuevo engranaje entre sí y arrastrar consigo aquello sólido que no debe “desvanecerse en el aire”. El “raspao de olla”, el financiamiento político de grandes empresarios ya se sabe…a los chanchos.
Con el 50% de las mesas escrutadas la celebración es inminente. Con la mitad del fuego encendido debajo de una segunda olla, se hacer hervir el triunfal “mosto” por una hora mientras se le va agregando la flor del lúpulo a distintos tiempos lo que le da el sabor, el olor y el amargor típico de la cerveza. Esto le da la característica sensorial, lo propio, lo singular, es el corazón de cada estilo. Hay algo distinto con los otros presidentes y que no tiene que ver con la edad de Gabriel (porque también estaba en Pepe Mujica). Hay otra sensibilidad, otra forma de interesarse y dejarse afectar por el otro, un saludo humilde, una apertura frente a lo espontáneamente nuevo o distinto, una preocupación a la historia y, por lo tanto, a la infancia. Otra forma de mover el cuerpo quizás con ingenuidad, pero buscando simetría. Hay palabras sin pautas. ¿Acaso no escuchan un dejo de titubeo que sugiere que es un sujeto en reflexión y no sólo un apretar el “play” de un discurso aprendido?
Confío en alguien que lee y escribe. Existe algo novedoso y genuino en la subjetividad de Gabriel; “es más cercano a la gente”, dice alguien en la tele. No se trata de idealizar (como lo dijo hace unos días) o creerse la “luna de miel” que siempre encubre un segundo tiempo agresivo feroz. Hay un potencial político novedoso en esto, si es bien asesorado, aunque a la vuelta de la esquina está el uso destructivo basado en el discurso conservador.
Finalmente se enfría lo más rápidamente que se pueda para evitar contaminación de las levaduras salvajes del ambiente pasándose a su vez al estanque de fermentación. Todos los cerveceros lo saben: la contaminación es el peor enemigo de la cerveza. No hay que contagiarse con la ultraderecha yendo al choque, el combate debe ser con políticas antineoliberales (de verdad) progresivas: caerán aferrados a su banalidad simbólica y su verticalidad rivalizada y amenazante del lazo con el otro.
La historia nos enseña que el neoliberalismo y el fascismo hacen el amor en Chile. Hace algún tiempo el segundo produjo un shock de miedo para instalar con sangre al primero. Hoy en día, después de casi 50 años del primero, en su agonía, le devuelve la mano al fascismo, “le hace sillita” para que se asome y se suba al muro (o la zanja) y ejerza la violencia desde el rechazo a lo diferente. Si Lenin pensaba a principios del siglo XX que el imperialismo era la fase superior del capitalismo, hoy día podríamos decir: el neofascismo es la fase superior del neoliberalismo, su último bastión a nivel mundial para seguir respirando.
Cuando se descubre algo no deseado al catar la cerveza, uno de los lemas es no hacer el mismo procedimiento. La no repetición del error. Esto, dirá el viejo y querido Freud, es posible en la medida que se haga un trabajo arduo de rebelarse contra lo instituido y de escuchar (palabra muy presente en la campaña) los desechos, lo que (supuestamente) no sirve y retorna por otras vías: los escombros del estallido, la literatura de la ciudad, la cólera de los segregados, los territorios y regiones que gritan más independencia. Gabriel no es Patricio, no es una transición; es función de corte, con semblantes claro.
Gabriel tiene la suerte de contar con una Convención ya fermentada correctamente, para producir un lazo social con orientación equitativa, feminista y verde que mantenga la válvula nueva andando. Sólo debe de preocuparse de darle la temperatura necesaria. Sí, Chile despertó. Que no vengan a acallarnos el temerario que no cree en nada, ni siquiera en los 12 puntos de diferencia que ya estamos festejando con una cerveza artesanal helada libre de la contaminación de las levaduras salvajes, lejos del goce de la insatisfacción de los puristas y celebrando cómo se bota y vota por el alcantarillado la cerveza rancia de la intolerancia.