Cuando el trabajo se quema a lo bonzo
Mucho se ha escrito sobre Marco Cuadra, el contexto de acoso sindical, de pésimas condiciones laborales, asociadas a sobre tiempo, horas extras no pagadas, seguridad e higienes deficitarias y humillantes, rencillas al interior de los trabajadores, etc. Pero este caso no ha sido el único; en 1983 Sebastián Acevedo se quemó a lo bonzo para protestar por la desaparición de su hijos a manos de la CNI. Luego, en 2001, Eduardo Miño protestaba por los efectos del Asbesto en los trabajadores de la Industria Pizarreño y dejó marcada a fuego la frase: “Mi alma que desborda humanidad ya no aguanta tanta injusticia”.
El 2 de junio en el terminal Huechuraba, Marco Cuadra, antes de quemarse gritó: “esto lo hago por ustedes”. En tres momentos diferentes de la historia de este país, uno en Dictadura, otro en el período refundacionista de Lagos y otro en pleno segundo gobierno de Bachelet (en este supuesto “nuevo ciclo” político y social), surgieron como llamados de atención radicales, trágicos y por sobre todo, desesperados. Estos tres momentos, dirán algunos, indican llamados de atención muy distintos: uno asociado a los crímenes de la dictadura, otro a problemas ambientales de una empresa en particular y otro a abusos laborales con un componente de conflictos sindicales.
Sin embargo, en términos sociales no son tan diferentes porque son acciones desesperadas de un sector específico de la sociedad. O acaso ¿se ha visto quema a lo bonzo de empresarios? ¿Alguien creería que sus trabajos, con todo el dinamismo de la actividad, no son “estresantes”? No hay duda de ello e incluso, ellos mismos defenderían que sin su “riesgo” y “estrés” este país no crecería. En el sector empresarial, no hay quema a lo bonzo. Los tres quemados eran obreros: Sebastián Acevedo, obrero de la construcción; Eduardo Miño, obrero desempleado de industria Pizarreño; Marco Antonio Cuadra, obrero de Red Bus del Transantiago. Acevedo y Miño eran militantes del Partido Comunista y Marco Cuadra no tenía militancia.
A partir de aquí es posible interpretar tanto lo ocurrido en 1983, como en 2001 y 2014 como acciones mediadas por la imposibilidad de una acción colectiva que permitiera mitigar o resistir la dominación político-militar (Acevedo), económico-ambiental y de salud (Miño) y económico-laboral (M. Cuadra). Más claramente: es imposible desligar estos acontecimientos de la discusión sobre los Derechos Colectivos del Trabajo y aún más general, la correlación de fuerza entre el mundo popular y la élite gobernante tanto política como económicamente.
En este contexto el reportaje aparecido en la Revista Sábado de El Mercurio, titulado “¿Quién mató a Marco Cuadra?”, representa un material que es necesario someter a una mirada crítica, dado que desvía el análisis y comprensión de los hechos. Porque el punto central no es el suicidio como tal.
En la bajada del reportaje dice así: “Con antecedentes de depresión y adicciones, no soportó verse en medio de conflictos laborales que ni él entendía. Esta es la verdadera trama detrás de la noticia”. El título del texto apela a una motivación exógena al suicidio (alguien lo mató), y además, a una inconsciencia del contexto por parte del trabajador, señalando que habían “conflictos laborales que ni él entendía”. Por lo tanto, se sentencia aquí que ‘no es un héroe’, no es alguien como Miño que no soportó los niveles de injusticia, tampoco como Acevedo que tuvo una motivación clara de su actuar.
A su vez, da a entender al mostrar su infancia, que tenía problemas por ser no deseado y tener una vida errante y compleja. En definitiva, los problemas de muchas personas comunes y corrientes del pueblo, trabajadores, pobladores, estudiantes que día a día los enfrentan. Sin embargo, el reportaje lo amplifica para hacerlo parecer como un factor preponderante en la explicación de sus acciones, con fuertes motivaciones psicológicas: “Con antecedentes de depresión y adicciones”, consigna el texto. El reportaje además apunta a la posterior utilización por parte de dirigentes sindicales, que lo llevará a tomar la decisión que tomó: “era un chofer normal, solo hacía su pega. No tenía ningún interés en cosas sindicales”. El involucramiento sindical, según el reportaje, fue fortuito y por influencia de dirigentes sindicales de viejo cuño, pues “Marco no tenía idea, lo metieron (como dirigente sindical) sin saber cómo mandar un documento a la Dirección del Trabajo”.
A pesar de ello, no fue un simple intento de suicidio (nunca es simple, claro está), pues fue a lo bonzo y fue comunicado de forma dramática a “la sociedad” y sus “compañeros”. Tuvo un carácter que, lejos de ser resultado de complejidades psicológicas y sindicales, fue la consecuencia de la desesperación de no poder contar con herramientas de solidaridad entre sus pares frente a un conflicto que le permitieran, incluso, poder amortiguar el difícil desarrollo infantil, laboral y sindical.
Es sin duda un tema muy delicado y personal, pero es posible relevar aspectos estructurales en los casos expuestos. Los tres desplegaron su condición vital de obreros en su máxima expresión en virtud de un conflicto y es vital, porque esto no se reduce a “condiciones laborales”, se refiere al despliegue existencial, cotidiano y emotivo del ser trabajador en conflicto.
Sebastián Acevedo, en su condición de padre, abogó por la búsqueda de sus hijos, sin duda su motivación más profunda para tomar las acciones que tomó. A partir de su caso, se generó el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, organizado por el jesuita José Aldunate, la dictadura tuvo que reconocer que tenía a sus hijos y los liberó. Eduardo Miño quien pertenecía al Partido Comunista y eramiembro de la Asociación Chilena de Víctimas del Asbesto, le dio un nuevo impulso a la agrupación y visibilizó la destrucción que producía el Asbesto, declarándose ilegal posteriormente. Por último, Marco Cuadra, a pesar de que El Mercurio quiera apocar el conflicto estructural asociándolo a un problema dirigencial y psicológico, es el mismo reportaje el que releva dicho conflicto, señalando que cuando otro trabajador le pregunta a Cuadra por qué lo hizo, éste responde: “por nuestros compañeros. Como abusan: no nos pagan la quincena, nos echan los sindicalistas, nadie reclama. Hasta cuando compañeros”. Queda en evidencia la existencia de un conflicto en relación a la empresa.
A pesar de ello, la reflexión no debe claudicar en un simple llamado para tildarlos de héroes o de desesperados; justamente de lo que se trata es de intentar interpretar cómo socialmente, en un momento específico un individuo en particular actúa de una determinada forma, incluso más allá de si fue consciente o no – cuestión por lo demás del todo delicada y compleja de indagar. Es necesario poner en la mesa las desequilibrantes condiciones de vida de la mayoría de los trabajadores, en sus diversos aspectos materiales y simbólicos, frente a la acumulación de unos pocos. Cuando se habla de las grandes reformas y los grandes discursos, nunca hay que olvidar que todo lo grande está compuesto de millones de pequeñas vidas cotidianas que a diario luchan por existir de la forma más digna y con el mayor bienestar posible.
Todos cometemos errores y todos somos presionados, pero no todos nos quemamos a lo bonzo. En los tres casos el trabajo se quemó a lo bonzo, las manos vivas de la riqueza de este país tomaron la decisión de alumbrar y dejar ver las profundas desigualdades y conflictos latentes y manifiestos. Solo una de las partes en conflicto debió acudir a extinguirse para ser escuchado, aunque fueran mayoría, aunque fueran más del 75% de los hogares.
¿Qué tipo de país es uno en el que el 1% acumula el 31% de la riqueza y la gran mayoría trabajadora tiene como expectativas radicales y trágicas quemarse a lo bonzo?