¡Corre, conejo, corre!: El obrero de Bajos de Mena que murió protestando en la Primera Línea

¡Corre, conejo, corre!: El obrero de Bajos de Mena que murió protestando en la Primera Línea

Por: Josefa Barraza | 10.03.2020
El pasado viernes 6 de marzo, Cristián Valdebenito (48), “el conejo”, fue alcanzado por una bomba lacrimógena que lo dejó con muerte cerebral, falleciendo al día siguiente en la Posta Central. Aún no hay responsables y su familia exige justicia. Aquí la historia del obrero que salió a protestar y que no volvió nunca más a casa.

Por primera vez, Cristián y Alejandro, se dirigen por caminos distintos a una nueva manifestación en el centro de Santiago, quebrando por completo la costumbre que habían instaurado desde el 18 de octubre: Ir siempre juntos a Plaza de la Dignidad.

Cristián acaba de llegar directo del trabajo y espera el arribo de su primo que viene de Puente Alto. Los ánimos se caldean lentamente y comienzan las primeras escaramuzas. La gente se dispersa. Arranca por las calles. El humo de las lacrimógenas torna gris el aire.

En ese ambiente irrespirable, en medio de la batahola, Alejandro llega a la zona cero. Son cerca de las 20 horas y, por más que intenta, no logra encontrar a Cristián. Decide enviarle un Mensajes de WhatsApp.

– Primo, ¿dónde estay? – le escribe.

Pasan los minutos y no obtiene respuesta. Sigue intentando y nada. A pocos metros de distancia un grupo de brigadistas intenta reanimar a un hombre caído en el piso. Horas más tarde se enteraría que el sujeto era su primo y que estaba en estado grave en la posta central.

– Y pensar que estaba al lado mío y nunca supe – se lamenta.

[caption id="attachment_349413" align="alignnone" width="1000"] Foto: Juan Pablo Barrientos[/caption]

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En tiempos de escasez, había que rebuscárselas. Alejandro Hildalgo recuerda que eran tan pobres, que no tenían ni un vaso de agua para beber. “Nada de nada”, dice. Su primo Cristián, a quien apodaban "el Conejo" –por esa capacidad innata de driblear en terrenos inhóspitos– era el encargado de traer el alimento a la mesa. Un día llegó a la casa con un caja llena de pan que sacó de un camión repartidor sin que se dieran cuenta.

– Nos regaló a todos, nunca se dejaba nada– recuerda Alejandro.

Cristián del Tránsito Valdebenito Valdebenito nació el 4 de junio de 1971. El doble apellido de su madre fue una muestra inequívoca del abandono paterno. Sin ley de filiación, Cristián era lo que entonces se conocía como un niño huacho. Vivió su infancia en la Villa O’higgins, en la comuna de La Florida, y como era el mayor de seis hermanos tuvo que asumir el cuidado de ellos.

Alejandro vivió parte de su infancia junto a su primo y recuerda los difíciles años ochenta, periodo de recesión económica durante la dictadura. “Muchas veces no tuvimos que comer y teníamos que engañar el estómago con el pan frío de varios días atrás”, recuerda. En la casa se cocinaba a leña y ni siquiera existía cocina. De techo funcionaba una inmensa bandera chilena de unos 10 metros de largo. Cristián tuvo que empezar a trabajar de niño.

[caption id="attachment_349414" align="aligncenter" width="786"] Alejandro Hidalgo, "El Zanahoria".[/caption]

–Me venía a buscar para que fuéramos a trabajar en los carretones de la feria. Hacíamos fletes. Me enseñó cómo uno se tenía que mover para no irse para atrás, por el peso– recuerda Alejandro, también conocido como “El zanahoria”.

A pesar de su corta edad, Cristián sintió el peso de la injusticia y el abandono social. Siendo todavía un niño participó en las jornadas de protesta en contra de la dictadura. Era choro, según su familia, y luchaba por lo que creía justo. Por eso se ganó el apodo de “choreteado”.

En la década del 90, llegó a vivir con su familia a un departamento en la Villa Cerro Morado, ubicado en el sector Bajos de Mena, cuyas viviendas fueron construidas sobre un basural –la cañamera- y terminaron siendo cubiertas de nylon por los vecinos tras unas lluvias intensas. Se trataba de una solución habitacional de 42 metros cuadrados, donde se repartieron 122 mil personas, en un terreno de 600 hectáreas, similar a toda la población de Curicó.

El niño rebelde obligado a alimentar a sus hermanos ya era un hombre. Terminó sus estudios en un 2x1 y luego se dedicó a trabajar como obrero en la construcción. Por primera vez sintió que podía dejar atrás la pobreza.

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–Mi papá veía gente pidiendo en la calle y los metía a la casa a comer. Él siempre fue generoso-, afirma Cristián Valdebenito (27), su hijo mayor, quien lleva el mismo nombre de su padre.

Cristián era fanático de la música salsa y ritmos tropicales. Aunque le gustaba comer, nunca le faltaba su tecito o agüita de hierbas. No fumaba ni bebía y, desde muy joven, comenzó a jugar fútbol en distintos equipos. Dicen que era ágil con el balón en los pies, y que se las ingeniaba para jugar de delantero o defensa. Jugaba en dos equipos: Union Nocedal y Olimpia. Pero el club de sus amores era Colo Colo, equipo que le generó más de una frustración en las últimas semanas. “Mi papá los veía jugar y decía malos culiaos”, recuerda Cristián entre risas.

Padre de cuatros hijos y abuelo de dos nietas, el departamento de Bajos de Mena comenzó a quedarles chico. Cristián finalmente se cambió a una villa aledaña, Santa Teresa de Calcuta, hace un par de años atrás. Le gustaba tanto viajar en familia, que tenía planificado recorrer con ellos el sur o  la playa, especialmente con su pareja de toda la vida, Evelyn.

Una de las gigantografías que hoy cuelga en su velorio, fue un hermoso viaje que hizo a Valparaíso con dos de sus hijos –Cristián y Fernanda (14)– donde se lee: “Siempre te recordaremos papito”.

Otro viaje que marcó su vida fue una invitación que le hizo su hermana para visitar Los Ángeles, California, hace un par de años atrás. Era primera vez que viajaba fuera de Chile y se le veía tan contento en su paseo por Hollywood, que su familia decidió agrandar la imagen para que lo acompañara en su despedida.

[caption id="attachment_349419" align="aligncenter" width="612"] El viaje de "El Conejo" a Los Ángeles[/caption]

Una vez de regreso volvió al trabajo, a sus eternos viajes en micro desde Bajos de Mena, hasta que lo pilló el estallido social. A sus 48 años sintió que volvía a ser joven. Que la protesta era legítima y que debía aportar. Volver a protestar, como lo hizo en dictadura, fue como retroceder en el tiempo. La desigualdad social que siempre sintió desde niño jamás desapareció. De ahí que su consigna favorita durante la revuelta haya sido la misma que se enarboló durante los primeros días: “No eran 30 pesos, sino 30 años”.

Cristián Valdebenito nunca militó en un partido político. Su lucha, reconoce su primo, estaba en la calle. Por eso, cuando empezaron las protestas, el “conejo” le preguntó si lo quería acompañar.
– Me dijo vamos primo y yo le dije al tiro que bueno. Al principio me dijo que iba a ir a mirar no más, pero no fue así, porque pasó rápido al frente de ataque.

Fue así como Cristián Valdebenito se convirtió en un Primera Línea.

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Durante los últimos meses, Cristián y Alejandro, el Conejo y el Zanahoria, comenzaron a viajar frecuentemente a Plaza de la Dignidad. Al comienzo casi todos los días y en el último tiempo sólo los viernes. “Mi papá iba con casco y máscara antigases”, comenta Cristián, quien también los apañaba en las protestas.

– Él siempre se descolgaba de mí. Me decía “voy y vuelvo” y después regresaba todo mojado. Incluso recibió dos perdigones, uno de metal y otro de goma. Pero eran tanta su rabia con la represión del Estado,  con esa carga que tenía desde los 15 años, que siempre estaba ahí al frente luchando – explica Alejandro.

En las protestas Valdebenito se ubicaba en La Primera Línea y luego regresaba donde sus familiares que estaban más a la retaguardia. Iba y volvía, siempre conejeando de un lugar a otro, rindiendo honor a su apodo.

Ese viernes 6 de marzo, Cristián llegó sólo a Plaza de la Dignidad. Su primo quedó en llegar después, para juntarse en Ramón Corvalán con Carabineros de Chile. Pero aquello nunca sucedió.

Alejandro no paró de enviarle mensajes. Incluso lo llamó por teléfono sin sospechar que al hombre que reanimaban a su espalda era su primo.

– Cuando veo que pasa una ambulancia y que no me respondía, ahí caché al tiro que era él – dice.

Cristián, quien es padre de dos niñas y al igual que su progenitor vive en Puente Alto, cuenta que esa misma noche llegaron funcionarios de la PDI  a su casa. “Ahí supe que algo pasaba”, cuenta.

Los familiares de Cristián llegaron a la Posta Central lo más rápido que pudieron para saber sobre su estado de salud. Según Brooklyn, sobrino de Valdebenito, la información que posee es que su tío fue impactado por una bomba lacrimógena en la nuca, y que sufrió dos paros cardiorrespiratorios mientras era atendido por brigadistas de la zona cero.

[caption id="attachment_349416" align="alignnone" width="1000"] Foto: Juan Pablo Barrientos[/caption]

– Nos dijeron que sólo un milagro lo podía salvar. Mi papá estaba con muerte cerebral y durante toda la noche esperamos para ver si mejoraba. Hasta que al otro día (sábado), una enfermera me preguntó si era donante de órganos. Mi papá murió con el impacto, sólo lo mantuvieron con vida por los órganos, ¿para qué nos dieron esperanzas? – se lamenta Cristián.

Valdebenito fue desconectado el sábado 7 de marzo y murió a las 13:06 horas. Según su certificado de defunción, su causa de muerte fue por una “laceración de arteria comunicante anterior derecha y traumatismo cérvico cráneo encefálico por impacto con objeto”.

Su velorio se realizó en la Villa Santa Teresa de Calcuta, en Puente Alto. Al lugar asistieron manifestantes y amigos de la Primera Línea. Alejandro, el Zanahoria, le fabricó un improvisado memorial en la calle Ramón Corvalán.

Hasta el cierre de esta publicación, aún no había responsables por la muerte de Cristián Valdebenito.

–Al Conejo lo asesinaron– vocifera Alejandro.

Luego agrega: “No puede ser que a un ministro le importe más un guanaco quemado que la muerte de una persona".  "Tiene que haber justicia”, dice.

Hoy serán los funerales de Cristián Valdebenito en Parque Lo Prado de Puente Alto, el mismo lugar donde hace menos de dos meses enterraron a Mauricio Fredes, otro obrero de la construcción.