Gestión del agua y los suelos: De cara a las catástrofes naturales y climáticas
Hace unas semanas los medios nacionales e internacionales anunciaban al unísono que el centro sur de Chile se vivían las peores lluvias de los últimos 30 años, forzando la declaración de estado de catástrofe entre las Regiones de Valparaíso y Biobío; dejando a cientos de personas, animales, plantas y casas con graves y cuantiosos daños. Muertes, desaparecidos, pérdidas de viviendas, ganado y producción frutícola, afectación a infraestructura y la constante amenaza de dejar a la capital del país sin agua para el consumo humano y saneamiento, son algunos de los problemas que trajo el llamado fenómeno “El Niño”, otro evento climático extremo que forma parte de la nueva normalidad.
Sin embargo, por sí solas, las lluvias extremas no son las “culpables” de la catástrofe que vivió y vive parte importante del país. Confluyen con ellas la total ausencia de gestión sostenible de los suelos; la sobreexplotación de las fuentes naturales de agua; la sequía y la desertificación; así como una regulación e institucionalidad fragmentada, que no reconoce el funcionamiento y tratamiento sistémico que debemos dar a los ecosistemas.
La ausencia de gestión integrada del agua y el suelo en una unidad básica como la cuenca, afecta de forma significativa la capacidad de poder adaptarse y mitigar los impactos de los eventos climáticos extremos, lo que impide enfrentar de mejor manera esta nueva realidad, que con el paso de los años se hará cada vez más frecuente y más intensa.
Al no existir una planificación previa y coordinada, que permita enfrentar y prepararse para estos eventos, se nos condena a tener una respuesta simplemente reactiva, en que no se gestiona el riesgo potencial para poder prevenir daños, sino que una catástrofe que ya ocurrió, con las consecuencias económicas, sociales y ambientales que ello tiene.
El suelo y el agua están naturalmente vinculados, son partes del órgano tierra: el primero cumple una función importante en la regulación del ciclo hidrogeológico, y la segunda, un rol fundamental en la movilización de nutrientes, por ejemplo. En su conjunto, nos entregan diversos servicios ecosistémicos esenciales para la vida. Por ello, la planificación del uso del suelo y la gestión de cuencas fluviales, entre otros, deben formar parte de las estrategias integrales de reducción de riesgos (CEPAL, 2020).
Considerando la actual crisis climática y las proyecciones para Chile, parece temerario por parte de las autoridades no avanzar a paso veloz, con sentido de real urgencia, hacia la adopción de las medidas y regulaciones que permitan contar con herramientas adecuadas y entregar respuestas apropiadas de cara a esta nueva realidad.
Si bien, en materia de la gestión del agua existen avances regulatorios en la línea que se comenta, estos siguen siendo insuficientes y demasiado lentos en su implementación, lo que por sí ya supone un problema porque la gestión a nivel de cuencas es compleja y requiere tiempo para evaluar resultados y mejorarla.
Por ejemplo, sabemos que los Planes Estratégicos de Recursos Hídricos en Cuencas ordenados en el Código de Aguas y en la Ley Marco de Cambio Climático deben conversar entre sí, y ser implementados en el corto plazo. Sin embargo, estos instrumentos por sí solos, son insuficientes para gestionar la cuenca, habida consideración de la fragmentación existente en nuestra regulación.
En cuanto a los suelos -el hermano olvidado en materia ambiental-, duerme en el Congreso Nacional el Proyecto de Ley Marco de Suelos (boletín 14.714-01) que fue ingresado a tramitación a fines de noviembre del año 2021, y que aún espera que el Ejecutivo cumpla con su compromiso de ingresar las indicaciones ya trabajadas, y tramitar el Proyecto de Ley.
Este Proyecto impulsa, por primera vez en el país, una regulación de la gestión sostenible de los suelos, en que parte importante de su contenido se refiere a la necesidad de contar con un catastro de este ecosistema. Porque si del agua no se cuenta con toda la información necesaria, en relación con el suelo la falta es mucho peor. ¿Cómo podemos gestionar, prevenir desastres, avanzar en adaptación y resiliencia, entre otras tantas necesidades, si no conocemos los suelos del territorio?
La gestión sostenible e integrada del agua y de los suelos, es un paso urgente y necesario de cara a las catástrofes que ya conocemos y a los crecientes riesgos que se proyectan para el país. Avanzar rápidamente y con base en el conocimiento científico y saberes locales, nos permitirá estar mejor preparados para la nueva normalidad ambiental y climática que ya hemos comenzado a vivir.
Dentro de los pasos más urgentes está implementar, lo antes posible, las herramientas legales vigentes que nos permitirán tener una gestión del agua a nivel de cuencas, la que sin duda tendrá que ser mejorada con el paso de los años y la experiencia. Pero además, es urgente que se tramite el Proyecto de Ley Marco de Suelos, que se abra a discusión y se apruebe, porque este nos permitirá conocer más y mejor nuestros suelos, sentando las bases necesarias para una mejor gestión del territorio y de los riesgos que enfrentan.
*Ambos autores de la columna pertenecen a la Fundación Newenko