Salmoneras en Chile: la defensa de la Reserva Nacional Kawésqar
Este reportaje original del medio de noticias ambientales Mongabay Latam fue escrito por Michelle Carrere y es parte de una alianza con Bienes Comunes de El Desconcierto.
Cuando un kawésqar muere, su alma, su Jeksólok, no va al cielo ni al infierno, va al mar. A veces, ese Jeksólok puede aparecer frente a un kawésqar mientras este navega. Si así lo hace, toma la forma de un animal atípico. “Por ejemplo, un lobo marino blanco o un martín pescador que viene y se posa al lado de nosotros, pero no tiene miedo”, explica Leticia Caro, representante de la comunidad indígena Grupos Familiares Nómades del Mar.
Los canales que serpentean el territorio desmigajado de la región de Magallanes, al extremo sur de Chile, no se navegan todos de la misma manera, dicen los kawésqar. A algunos se llega para pescar o recolectar cholgas y erizos, pero hay otros donde habitan los espíritus y si estos son molestados, se levantan fuerte vientos y marejadas terribles. Por eso, cuando se navega por esos canales, hay que hacerlo en silencio y los niños no deben mirar el mar porque ellos “son inquietos, curiosos y ruidosos”, dice Leticia.
También hay lugares donde los kawésqar no pueden ir nunca. Son tabú. En muchos de ellos descansan los cuerpos de los antiguos, de cuando este pueblo indígena fue prácticamente exterminado en el afán colonizador y sus miembros fueron expuestos en museos de Europa como piezas raras e inhumanas. Entonces, los muertos eran momificados y dejados en cuevas “o en espacio altos que siempre están secos”, explica Leticia y luego repite para que quede claro: “los kawésqar no pueden volver nunca más a esos lugares. Son tabú. Imperturbables”.
Pero de nada de eso se enteró la industria salmonera cuando, en 2010, se expandió hasta estos recónditos canales para cultivar el segundo producto más exportado en el país después del cobre.
Hoy suman 127 las concesiones acuícolas otorgadas en la región. De ellas, 57 están al interior de la reserva Nacional que lleva por nombre Kawésqar y 16 más se están tramitando aunque, según sostienen distintas organizaciones ambientales, vía procesos ilegales, desoyendo la consulta indígena e incumpliendo tanto la ley chilena como los acuerdos internacionales.
Consulta indígena o trámite
El pasado 7 de julio, la empresa Nova Austral fue condenada por la justicia chilena a pagar una multa de unos 190 mil dólares luego de que se comprobara que la compañía había entregado información falsa al Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca). La compañía había mentido sobre la mortalidad de sus peces para ocultar que en sus centros de cultivo morían más salmones que el 15 % permitido por ley. Además, también le había ocultado a la autoridad fiscalizadora que el fondo marino donde cultivaba los salmones estaba técnicamente muerto ya que la acumulación de sedimentos, producto de la actividad acuícola, había acabado con el oxígeno en el agua. Lo que es peor, la empresa también había ocultado la solución ilegal que encontró para resolver ese problema: sepultar el fondo marino con rocas y arena.
Para cumplir con la norma que prohíbe las actividades acuícolas al interior de parques nacionales, la empresa anunció a inicios de 2019 que reubicaría 22 centros de cultivo. El lugar elegido para nueve de ellos fue la Reserva Nacional Kawésqar. “Lo que se está haciendo es llevar concesiones que están dentro de un parque hacia otra área protegida, lo que no tiene sentido”, dice Ignacio Martínez, abogado de la Fundación Terram. La diferencia está en que la ley chilena sí permite la acuicultura al interior de las reservas.
Ese fue el pase para que 16 concesiones —incluidas las relocalizaciones de Nova Austral— iniciaran su tramitación para obtener el permiso ambiental y operar al interior de la Reserva Nacional Kawésqar. También fue el argumento para que otras cuatro concesiones, que habían iniciado su tramitación antes de la declaración del área protegida, fueran otorgadas.
Canales de la Reserva Nacional Kawésqar. Foto: Terram.
Pero la historia no es tan simple. En la consulta indígena que se realizó para que las comunidades kawésqar compartieran su posición respecto de la creación de la Reserva, se acordó que en el área no se podrían realizar actividades de acuicultura a gran escala ni de especies exóticas. Los acuerdos de esa consulta, por norma, son vinculantes, es decir, que deben considerarse a la hora de decidir sobre el asunto para el cual las comunidades indígenas fueron consultadas. “El no cumplimiento de estos acuerdos es ilegal”, asegura Victoria Belemmi, abogada de Fiscalía de Medio Ambiente (FIMA), la ONG que lleva el caso de la defensa del territorio de las comunidades Kawésqar.
Por encima de las reglas
Según explica Martínez, el abogado de Terram, en 2016 la Contraloría de la República emitió un dictamen en el que señala que los proyectos acuícolas al interior de reservas nacionales “deben desarrollarse de acuerdo a los objetos de conservación del área y que para atender a eso hay que ver qué dice el plan de manejo”. El problema es que la Reserva Nacional Kawésqar aún no tiene dicho plan, es decir, no cuenta con el instrumento que establece cuáles son los objetivos de conservación. “Si yo no conozco esos objetivos, no podría autorizar, en principio, proyectos salmoneros”, dice Martínez.
Además, por ley, los proyectos que se realicen dentro de un área protegida deben ser evaluados por el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) mediante un Estudio de Impacto Ambiental (EIA). Sin embargo, los 16 proyectos que actualmente están en evaluación ingresaron vía Declaración de Impacto Ambiental (DIA). “La diferencia es que la declaración es una evaluación más laxa que el estudio y una de las consecuencias más importantes es que no tiene participación ciudadana obligatoria”, explica Martínez.
El área marítima del Parque Nacional Kawésqar están protegidos en la categoría de Reserva Nacional. Foto: Antonio Vizcaíno.
Mongabay Latam se puso en contacto con el SEA para saber por qué los proyectos ingresaron al sistema vía DIA y cómo el organismo está evaluándolos si es que no existe un documento que establezca cuáles son los objetivos de conservación de la reserva. Sin embargo, hasta la publicación de este artículo, el organismo no entregó respuestas.
Pero eso no es todo. Quien se encuentra elaborando el plan de manejo de la Reserva Nacional Kawésqar es la Corporación Nacional Forestal (CONAF). Esta institución, a cargo de la gestión de las áreas protegidas del Estado, afirmó en una carta enviada al abogado de la Contraloría, Luis Baeza, que “a la luz de la normativa aplicable resulta improcedente admitir la introducción y explotación de especies exóticas dentro o en las inmediaciones de una Reserva Nacional”, y que, además, hacerlo contradecía lo dispuesto en la Convención de Washington, un tratado internacional del cual Chile es firmante.
Los Kawésqar continúan haciendo uso de su territorio, por ejemplo, recolectando cholgas. Foto: Leticia Caro.
Según menciona la CONAF, la Convención establece que los únicos dos objetivos fundamentales de las Reservas Nacionales son la conservación de las riquezas naturales y la utilización de ellas. “En tal sentido, las actividades de acuicultura no apuntan a la utilización de riqueza natural alguna, pues consisten en centros de cultivo de salmones y puntos de engorda de especies alóctonas”, dice el documento.
La ley no aplicada
Otra manera que encontraron las comunidades kawésqar Atap, Grupos Familiares Nómades del Mar y Residentes Río Primero para proteger su territorio fue solicitar, el 22 de febrero del 2018, un Espacio Costero Marino Protegido de Pueblos Originarios (ECMPO). Esta herramienta le entrega a las comunidades indígenas la administración de esos territorios marítimos y la decisión final sobre qué se hace y qué no se hace en ellos.
Según la ley, además, desde el momento en que un ECMPO es solicitado, cualquier otro trámite que se esté llevando a cabo sobre ese territorio —por ejemplo una concesión— queda suspendido hasta que se decida si se otorga dicho espacio. Sin embargo, cuatro meses después de que éste fuera solicitado, el Estado le otorgó dos concesiones acuícolas a la empresa BluRiver dentro del mismo ECMPO solicitado.
Haydee Aguila en la embarcación en la que recorre los canales. Foto: Haydee Aguila.
Al percatarse de ello, las comunidades fueron hasta la justicia y le pidieron a tribunales una orden de no innovar, es decir “se le pidió al tribunal que ordenara que no se aprobaran más concesiones mientras se tramitaba el juicio”, explica Belemmi. El tribunal acogió la petición y “la Subsecretaría de Pesca informó que había una tercera concesión, pero que ellos no iban a seguirla tramitando…”, cuenta la abogada de FIMA. Sin embargo, el 16 de agosto de 2018, esa tercera concesión fue otorgada a Salmones Froward Limitada y publicada en el diario oficial.
La historia terminó bien para los Kawésqar en el caso de las dos concesiones de BluRiver, pues la Corte Suprema le ordenó en julio del año pasado a la Subsecretaría de Pesca suspenderlas hasta que se decida el futuro de la ECMPO. Pero no pasó lo mismo con la tercera concesión, la que está en manos de Salmones Froward, la misma que sigue en juego a pesar de que “nunca debió haber sido aprobada”, asegura Belemmi. “En el documento corregido de sobreposición [de concesiones acuícolas sobre el ECMPO] desaparecieron las dos que estaban con orden de salida por la Corte Suprema, pero una, la que corresponde salmones Froward, no salió. Esa concesión está en trámite”, dice Leticia.
Mongabay Latam le preguntó a la Subsecretaría de Pesca por qué la tramitación de esta tercera concesión no fue frenada, pero hasta la publicación de este artículo dicho organismo tampoco entregó respuesta.
Lo último que queda
“A nosotros nos han quitado todo y cuando digo todo me refiero incluso al nombre”, dice Haydee Águila, representante de la comunidad Atap.
Durante el siglo XIX, los kawésqar fueron rebautizados por los navegantes europeos como Alacalufes y ese fue el nombre, que hasta hace menos de una década, utilizaba el resto de la población chilena para referirse a este pueblo que, según el censo de 2017, está integrado por 3448 personas.
Pero no es esa la pérdida más grande. En otros tiempos, la vida entera se hacía navegando. Todos tenían una embarcación y un niño kawésqar de siete u ocho años de edad ya salía a recorrer los canales. Pero hoy, “nuestros niños no podemos subirlos a una lancha, porque nos sacan parte [los multan], porque como estamos en otra cultura ahora necesitamos un montón de permisos”, dice Haydee.
Para los kawésqar, es como si las reglas que establecen las leyes de navegación, los registros de embarcaciones o los permisos de pesca, los desarraigara un poco del mar y “un kawésqar sin mar es como nada, una simple palabra”, dice Haydee.
Cuando su hijo era pequeño, ella lo llevaba a navegar siempre que podía, pero la suma de esas veces nunca fue suficiente como para que el pequeño conociera las mareas, los lugares tabú, o aquellos donde la energía que brota del fondo del mar pueda hacer aparecer a un Jeksólok convertido en animal. El asunto es que “esos canales hay que vivirlos, porque no es lo mismo andar que vivir”, dice Haydee. “Entonces ¿qué le enseñas realmente a tus críos? andar arriba de una lancha, pero no la cultura”, agrega.
Son numerosos los eventos y circunstancias que desde hace tres siglos han ido desgastando el rostro de la cultura Kawésqar, pero todavía queda algo. Los sobrinos y hermanos de Haydee aún navegan los canales, pescan, recolectan, cambian el rumbo para no entrar donde no deben y como ellos hay otros. Los niños siguen sin mirar el mar cuando hay espíritus y los adultos intentan dibujar así, cuando tienen la ocasión, los contornos de su cultura.
Haydee no habla la lengua, pero sabe que Atap quiere decir como una estrella de mar diferente. A Haydee ese significado le causa gracia porque, al final de cuentas, es lo que ha estado intentando explicar al teléfono para definir lo que es pertenecer a este pueblo originario. “Tú miras el bosque, los árboles, las flores, ves todo lo que hay sobre la tierra. Yo, como kawésqar, miro debajo de la tierra. Miro debajo del mar, miro el bosque del mar. Ahí tengo huiros, cholgas, tengo vida. Esas cosas, esta gente, las empresas, no las ven”.
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