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Navidad, mercado y el despertar tardío de la economía plateada

Navidad, mercado y el despertar tardío de la economía plateada

Por: Paula Forttes | 24.12.2025
Hay que recordar que las personas mayores tienen derecho a información clara, atención respetuosa y a no ser discriminadas por su edad revela una paradoja inquietante: en un país que comienza a hablar de economía plateada, todavía necesitamos insistir en lo básico. El buen trato no es un beneficio adicional; es el piso mínimo de una economía que aspire a ser inclusiva.

La Navidad suele ser el momento en que el mercado chileno se observa a sí mismo con mayor complacencia: cifras de ventas, proyecciones de consumo, campañas que celebran la abundancia y la promesa de bienestar. Sin embargo, bajo ese relato optimista persiste una omisión estructural: uno de los segmentos más relevantes del país —las personas mayores— ha sido históricamente invisibilizado como actor económico pleno, a pesar de su peso real en el consumo, la estabilidad financiera y la vida social.

En los últimos años, esa omisión comienza lentamente a resquebrajarse. Iniciativas impulsadas desde el mundo empresarial y académico dan cuenta de que el envejecimiento, ya no puede ser leído solo como un desafío social, sino también como una transformación profunda del mercado.

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La Mesa de Economía Plateada de ICARE, junto a organizaciones como Sello Mayor, han instalado una conversación inédita en el sector privado: cómo adaptar productos, servicios, experiencias y modelos de atención a una población que envejece, no desde la lógica asistencial, sino desde el reconocimiento de su valor económico, autonomía y capacidad de decisión.

Este giro es relevante no solo por lo que dice, sino por desde dónde se dice. Que el debate emerja desde espacios como ICARE marca un punto de inflexión: el envejecimiento deja de ser una externalidad del sistema y comienza a ser entendido como una variable estratégica. No se trata de “un nicho”, sino de un segmento transversal que impacta finanzas, comercio, turismo, tecnología, salud y servicios.

En un segundo plano —pero no menos importante— el mundo académico y de la innovación, también ha comenzado a movilizarse. Experiencias como SeniorLab UC, así como la realización de la Cumbre de Economía Plateada, han contribuido a visibilizar el potencial de este campo, conectando investigación, emprendimiento y diseño de soluciones orientadas a personas mayores. Aunque todavía incipientes, estas iniciativas muestran que el ecosistema empieza a articularse más allá del diagnóstico.

A nivel regional, este cambio no es aislado. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha señalado de manera consistente que la economía plateada constituye una de las principales oportunidades de crecimiento inclusivo para América Latina y el Caribe. Su enfoque es claro: el envejecimiento no debe ser abordado únicamente desde el gasto social, sino desde la productividad, la innovación y la participación económica activa de las personas mayores. Que este tema esté en la agenda del BID confirma que no se trata de una moda, sino de una transformación estructural en curso.

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Sin embargo, entre estas discusiones estratégicas y la experiencia cotidiana de las personas mayores persiste una brecha evidente. En diciembre, esa brecha se hace especialmente visible. Las prácticas de consumo navideño siguen estando diseñadas, en gran medida, para públicos jóvenes, rápidos, digitales, sin considerar barreras de información, tiempos de atención ni trato adecuado. En ese contexto, el reciente llamado del SERNAC y el SENAMA a garantizar un trato digno hacia las personas mayores en el comercio no es un gesto menor ni meramente pedagógico: es una señal de alerta.

Hay que recordar que las personas mayores tienen derecho a información clara, atención respetuosa y a no ser discriminadas por su edad revela una paradoja inquietante: en un país que comienza a hablar de economía plateada, todavía necesitamos insistir en lo básico. El buen trato no es un beneficio adicional; es el piso mínimo de una economía que aspire a ser inclusiva.

Quizás por eso la Navidad resulta un buen momento para esta reflexión. Porque el consumo, más allá de su dimensión económica, es también un acto de reconocimiento social. Cómo compramos, cómo atendemos y a quiénes consideramos en nuestras estrategias comerciales dice mucho de la sociedad que estamos construyendo.

Chile parece estar despertando —tarde, pero no demasiado— a la realidad de su envejecimiento. Las iniciativas existen, las conversaciones se abren y las instituciones comienzan a moverse. El desafío ahora es que ese despertar no se quede en mesas de trabajo o cumbres especializadas, sino que se traduzca en prácticas concretas, mercados más justos y una cultura de consumo que, especialmente en Navidad, sea capaz de reconocer a las personas mayores no como un problema a gestionar, sino como un actor central de la economía y de la comunidad.

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