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Museo, medicina y vida, una combinación virtuosa en educación
Foto: Agencia Uno

Museo, medicina y vida, una combinación virtuosa en educación

Por: Pamela Jofré Pavez | 18.12.2025
incorporar el museo como espacio educativo en la formación médica no es un lujo ni menos una excentricidad: es una necesidad ética y pedagógica. En tiempos en que la técnica y la velocidad parecen dominar la práctica clínica, abrir un espacio para la contemplación, las preguntas y la sensibilidad es apostar por profesionales más completos, capaces de cuidar sin olvidar que ellos mismos son personas. Quizás, en el silencio del museo, interpelados por las obras de arte, se inicien caminos hacia una medicina consciente y compasiva.

Los estudiantes de medicina -y de carreras de salud en general- deben dominar conocimientos en constante expansión mientras enfrentan las exigencias propias de los campos clínicos: demanda asistencial muchas veces desbordada, tutores que con buena intención de traspasar lo aprendido con años de experiencia, ven en sus pupilos sujetos capaces de absorber, y digerir sin límites el conocimiento en tiempos limitados.

Este modelo, como he mencionado en otras columnas, no termina de cerrar bien: impacta la salud mental, reduce la capacidad de disfrutar el aprendizaje y compromete la calidad atención que se brinda, incluso cuando se aprende junto a los pacientes.

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Al acercamos a fin de año esta tensión se vuelve más evidente. Algunos estudiantes, tras siete o más años de formación, se preparan para encarar exámenes que definirán su ruta profesional, probablemente para toda la vida. La competencia, la necesidad de valoración y el deseo de encontrar un espacio en el grupo complican expectativas recreacionales y de justos y merecidos descansos luego de arduos años de entrega al estudio y a las prácticas clínicas.

Otros están a punto de iniciar la parte final de sus estudios, denominados internados, una etapa decisiva donde se encara frontalmente el carácter profesional y se pone a prueba más profundamente lo aprendido. Se asumen responsabilidades mayores, turnos y exigencias que dejan poco margen a la reflexión personal.

Conocer la medicina desde adentro garantiza la formación de un buen médico desde el punto de vista valórico. No permitir la reflexión y la valoración de la humanidad propia puede ser un despropósito si es que no se intenta procurar la valoración de esta en los otros.

Por eso, el desafío es enorme: abrir la mente a nuevos objetivos y asumir lo que declaramos cuando hablamos de excelencia. Necesitamos metodologías que permitan a los estudiantes no sólo sobrevivir a su formación, sino desarrollarse plenamente como personas resilientes y empáticas.

Ese desarrollo pleno -lo que muchos llaman en algunos contextos el “florecimiento” estudiantil- implica logros en distintos aspectos de la vida de una persona y no sólo en lo académico. Al respecto, metodologías basadas en arte cuentan actualmente con respaldo científico y son reconocidas como fuentes poderosas para reflexionar, evocar y reconocer emociones, así como favorecer el bienestar estudiantil.

Una de ellas, la educación médica basada en museos, es una opción innovadora para cultivar competencias esenciales que los futuros profesionales necesitarán al afrontar los cuidados de otros en condiciones donde la vulnerabilidad se extrema producto de enfermedades o sufrimientos específicos. Incluso, técnicas pedagógicas específicas aplicadas durante visitas a museos pueden animar la exploración de grandes preguntas como: ¿qué significa ser médico? ¿cómo reconocemos la humanidad de los otros y la propia?

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Otro aspecto que vale la pena destacar cuando decidimos aplicar estas nuevas metodologías es que, al cambiar el aula tradicional por museos públicos, otorgamos a los estudiantes una herramienta para reflexionar sobre el valor que tienen estos edificios para la sociedad. En general, un museo permite a los ciudadanos interactuar con la historia, el arte, la cultura y, a veces la ciencia. Todo ello estimula la curiosidad, el pensamiento crítico y las reflexiones morales que facilitan valorar la pertenencia a una comunidad, una institución, un país.  

Este aspecto ha sido estudiado y, aunque no abundan los datos en nuestro medio, se ha demostrado que los museos constituyen un factor destacado para la educación de los futuros profesionales de la salud. No sólo se trata de su propio desarrollo y bienestar, sino que, al entender que los museos son parte de la vida y desarrollo ciudadano, los estudiantes resignifican el valor de la cohesión social.

Para aclarar lo mencionado comparto una reflexión de un estudiante al exponerse a estas prácticas:

Como futuro profesional de la salud percibo la necesidad de considerar nuestra propia humanidad cómo elemento esencial al prepararme para cuidar de otros. Las actividades memorísticas se llevan nuestro tiempo en estos años de juventud. Bailar, ir al cine, leer, son lujos que no podemos permitirnos habitualmente y cuando lo hacemos, nos sentimos culposos por no estar estudiando algo considerado útil. Las clases en el museo son experiencias diferentes donde la apreciación de la belleza del museo mismo y sus obras de arte, el recorrido previo para llegar allí a través del parque, el trabajo con mis compañeros y todo lo que allí se genera tiene sentido.

Detenemos el tiempo, hay silencios a interpretar y nos permitimos valorar la subjetividad y perspectivas de cada uno. Atender los pacientes en el futuro va a necesitar que no se nos olvide la humanidad. Las prácticas clínicas nos van cambiando el foco hacia la valoración de las personas exclusivamente a través de los números de sus exámenes, las imágenes que se logran en los estudios radiológicos, etc. Necesitamos recordar que, así como nosotros estudiantes somos personas que sentimos, reímos, jugamos, exploramos, tememos, etc., ellos, nuestros pacientes del futuro también lo hacen y merecen que los observemos con curiosidad, como personas con todas sus variables y expectativas, con una apertura compasiva.

En suma, incorporar el museo como espacio educativo en la formación médica no es un lujo ni menos una excentricidad: es una necesidad ética y pedagógica. En tiempos en que la técnica y la velocidad parecen dominar la práctica clínica, abrir un espacio para la contemplación, las preguntas y la sensibilidad es apostar por profesionales más completos, capaces de cuidar sin olvidar que ellos mismos son personas. Quizás, en el silencio del museo, interpelados por las obras de arte, se inicien caminos hacia una medicina consciente y compasiva.

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