El triunfo del orden como relato político
El triunfo electoral de José Antonio Kast en las recientes elecciones presidenciales chilenas configura un escenario político que, a partir de marzo, inaugurará un nuevo ciclo gubernamental encabezado por la derecha radical.
Dicho resultado no solo consagra una victoria personal, sino que pone de manifiesto la adhesión social a un repertorio narrativo específico, estructurado en torno a nociones de orden, estabilidad macroeconómica, crecimiento concebido como valor casi litúrgico, y una promesa de control frente a la expansión del crimen organizado y de la migración irregular.
No resulta casual, en consecuencia, que el respaldo electoral haya sido particularmente significativo en las regiones del norte del país, donde la percepción de deterioro del espacio público, la informalidad y la presión migratoria se experimentan como fenómenos cotidianos y tangibles.
Desde esta perspectiva, la elección puede leerse como un doble movimiento: por una parte, la afirmación de una derecha que ha logrado articular pragmáticamente una agenda reconocible y eficaz; por otra, la expresión de un severo reproche a una izquierda que, durante el último ciclo gubernamental, no consiguió construir hegemonía cultural ni disputar con solvencia el sentido común dominante.
El Partido Republicano, heredero en varios aspectos del imaginario chicago-gremialista de los años noventa, propone un relato donde la economía ocupa el lugar axial, subordinando -y en ocasiones deslegitimando- cualquier impugnación al orden institucional heredado de la dictadura cívico-militar.
A ello se suma un anticomunismo reiterativo que opera como cemento identitario frente al progresismo contemporáneo, al cual amplios sectores sociales ya no perciben como una promesa de mejora material inmediata.
El desafío que se abre es considerable. Kast deberá traducir un programa de alta carga simbólica en capacidades efectivas de gestión estatal, tarea compleja para un conglomerado cuyos cuadros provienen mayoritariamente del mundo empresarial, donde la administración del riesgo no es lo mismo que la conducción de lo público.
Como en una ironía histórica recurrente -que ya conocimos en administraciones anteriores-, la eficiencia privada no siempre rima con la complejidad burocrática del Estado. Al mismo tiempo, la izquierda enfrenta la urgencia de revisar sus estrategias: el abandono de los territorios populares, la fragmentación personalista y la confianza excesiva en supuestos electorales ya caducos explican, en parte, el actual desfonde político.
En suma, este resultado confirma una tendencia más amplia: el siglo XXI parece estar marcado por la expansión de derechas radicales que acceden al poder por vías democráticas y, una vez allí, tensionan progresivamente el campo de las libertades. No obstante, conviene evitar diagnósticos caricaturescos.
Kast no es un arquetipo fascista ni una anomalía histórica, sino la expresión situada de una derecha que combina conservadurismo moral, pragmatismo económico y sensibilidad autoritaria. El desenlace de este experimento político dependerá, en última instancia, de su capacidad -o incapacidad- para satisfacer expectativas elevadas en un contexto estructuralmente restrictivo.