¿Están las escuelas chilenas preparadas para la era de la Inteligencia Artificial?
Miles de profesores chilenos, tarde por la noche, con cientos de pruebas por revisar y decenas de clases por preparar, abren su computador, donde innumerables herramientas de IA podrían apoyarles en su trabajo, pero muchos de ellos todavía no saben bien cómo usarlas pedagógicamente.
Un estudio reciente del CIAE de la Universidad de Chile así lo confirma. Los profesores manifiestan tener un alto interés por aprender a utilizar IA, pero la falta de infraestructura y conectividad digital, la sobrecarga laboral y la ausencia de formación pedagógica especializada son factores que dificultan su incorporación efectiva en el aula.
Mientras tanto, la IA ya llegó a nuestras escuelas. Los estudiantes la usan a diario, y la mayoría de los profesores, una vez más, dadas las pésimas condiciones estructurales que contextualizan su ejercicio profesional, ven dificultado el uso efectivo y eficaz de la IA al interior de la sala de clases.
Aunque el discurso mediático insiste en la idea de que el uso de la IA podría ayudar a los profesores a ahorrar tiempo en sus labores pedagógicas, como generar materiales o corregir cientos de pruebas de manera más ágil, lo cierto es que, hoy en día, el uso de la IA por parte de los docentes depende del esfuerzo individual que cada uno pueda dedicar en sus escasos tiempos libres.
A su vez, un punto central del estudio del CIAE que explica esta problemática es la ausencia de lineamientos institucionales claros sobre el uso pedagógico de la IA.
Se sabe que la realidad del ejercicio profesional del profesorado chileno es muy desigual, con un Estado cuyas acciones resultan insuficientes y excesivamente burocráticas para lograr un acompañamiento efectivo para que los profesores puedan integrar el uso de herramientas de IA en su quehacer docente diario.
De esta manera, la IA está amplificando las desigualdades socioeducativas existentes. Escuelas con mayores recursos pueden experimentar su uso, mientras que otras apenas pueden garantizar una conexión digital básica, generando lo que los expertos denominan “brecha digital 2.0”, donde, si bien se superó en gran parte el acceso a internet y a dispositivos, hoy el drama educativo de las escuelas pasa por la capacidad real de integrar la IA con sentido pedagógico en las aulas.
A pesar de este complejo escenario, se agradece lo que Estado está realizando en la formación en IA para futuros profesores, donde ya este año se demostró la importancia de dotar de competencias digitales y pedagógicas desde la formación inicial.
Ese trabajo previo, implementado con apoyo del Ministerio de Ciencia, CENIA y fundaciones en instituciones como la UMCE, sentó las bases para el convenio nacional “Futuros Docentes 2026–2029”, que busca escalar la formación de inteligencia artificial en carreras de pedagogía a nivel de todo el país.
Ahora bien, ese positivo avance debe replicarse con urgencia como parte de una política nacional dirigida también a los profesores de escuela en ejercicio, combinando formación continua, recursos e infraestructura y lineamientos claros para el uso educativo de la IA, de modo que los docentes no queden relegados ante la velocidad del cambio tecnológico y puedan incorporar estas herramientas con sentido pedagógico en sus aulas.
Si logramos hacerlo bien, las autoridades, los estudiantes y sus familias estarán frente a un profesorado capaz de liberar tiempo de tareas rutinarias, no solo para su uso personal, sino también para reflexionar sobre su ejercicio pedagógico diario, por ejemplo, personalizando las actividades de enseñanza-aprendizaje para apoyar a los estudiantes en sus distintos ritmos y necesidades pedagógicas.
Ahora bien, este proceso de adaptación de la IA en el aula, también conlleva desafíos pedagógicos y éticos importantes, puesto que si la IA solo se usa de forma pasiva puede debilitar las habilidades lectoras y de pensamiento crítico, las cuales ya son deficientes en el país. En el plano ético, debe destacarse con fuerza la necesidad de enseñar a los estudiantes a cuestionar la IA, que todavía tiene sesgos y alucinaciones, pero también que puede ser utilizada para hacer daño a otros.
La tríada pedagógica profesor-estudiante-IA llegó para quedarse. Es una realidad hoy, no para el futuro. Entonces, ante la pregunta de si la escuela chilena está hoy preparada para la IA, la respuesta es, claramente, no.
Necesitamos entonces cambiar rápidamente ese no por un sí, y para eso deberían establecerse acuerdos nacionales con políticas públicas claras sobre la IA escolar, que no pasan por respuestas simplistas como prohibir los celulares en las escuelas, sino por respuestas profundas que enfrenten el problema de fondo, por ejemplo, a partir de nuevos lineamientos curriculares, actualizados didácticamente al ritmo de la IA, considerando criterios de uso, evaluación ética y protección de datos.
A su vez, ello implica incluir formación continua en IA con incentivos reales para los profesores y, finalmente, disponer de mayores recursos e infraestructura lo más igualitariamente distribuidos posible entre establecimientos rurales y de alta vulnerabilidad.
De no actuar ahora, entre Estado, universidades, centros de investigación y sector privado, me temo que la IA ampliará la brecha digital y, por ende, social del Chile neoliberal. Con ella incorporada en la educación, en cambio, tenemos la oportunidad de convertirla en una herramienta que fortalezca la alicaída escuela pública y colabore en superar el actual agobiante ejercicio docente de los profesores chilenos.