El culto al gurú digital: La nueva obediencia de masas
Las redes sociales han convertido la conversación pública en un escenario donde la forma pesa más que el fondo. La erudición se imita, la seguridad se actúa y la profundidad se finge. Y en esa mezcla peligrosa han florecido personajes que se presentan como “expertos”, “pensadores” o “analistas”, cuando en realidad solo replican la estética del intelecto sin su rigor.
El fenómeno no es nuevo, pero sí más evidente: hemos creado un verdadero culto al gurú digital. Su autoridad no proviene de la experiencia ni del estudio serio, sino del algoritmo y del cansancio social. En un país emocionalmente agotado, donde la frustración y la desconfianza pesan más que la esperanza, cualquier voz firme parece una brújula. No porque ilumine, sino porque simplifica.
El cansancio colectivo se ha vuelto el terreno fértil perfecto. La gente, vacía de certezas, agotada de conflictos y saturada de desinformación, termina obedeciendo a quienes hablan con tono de profesor y citan autores como quien agita un amuleto. Parecen profundos, pero su discurso se sostiene más en performance que en pensamiento.
Lo preocupante no es que estas figuras existan -siempre han existido- sino que su influencia crezca sin resistencia. Alguien cita a Weber sin comprenderlo, menciona a Marx para parecer crítico, mezcla nombres, teorías y países sin relación alguna, pero lo hace con aplomo. Y en una sociedad agotada, la seguridad escénica pesa más que la precisión. Repetir deja de ser pereza: se convierte en supervivencia emocional.
La subordinación, al contrario de lo que creemos, no desapareció. Simplemente cambió de forma. Ya no obedecemos al poder institucional, sino al poder simbólico del algoritmo. No seguimos a quienes piensan mejor, sino a quienes parecen saber. Confundimos complejidad con sabiduría, tecnicismo con profundidad, velocidad con inteligencia.
Y mientras tanto, perdemos algo más grave que un argumento: perdemos identidad. Consumimos ideas en exceso y sin criterio, y cuando uno incorpora todo sin filtrar, termina sin sostener nada propio. Se puede leer mucho y pensar poco. Se puede estudiar mucho y concluir nada. Y en esa confusión, el gurú digital aparece como la voz que ordena, aunque su orden sea ilusorio.
La verdadera amenaza no es la ignorancia declarada, sino la ignorancia performática: aquella que se disfraza de análisis y se pronuncia con tono de cátedra. Frente a eso, pensar se vuelve un acto de rebeldía. Exigir rigor se vuelve un acto político. Y negarse a obedecer por cansancio se vuelve un acto de dignidad.
Porque en tiempos donde los gurús proliferan, la libertad empieza en algo tremendamente simple: volver a distinguir entre quien piensa y quien solo interpreta un papel.