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El ocaso de la autenticidad: Cuando el algoritmo reemplaza la identidad
Foto: Freepick

El ocaso de la autenticidad: Cuando el algoritmo reemplaza la identidad

Por: Martina Alarcón Salvatierra | 27.11.2025
Presenciamos la crisis de la cultura, el ocaso de la autenticidad, el miedo a ser diferente. En lugar de sentirnos parte de algo, nos fragmentamos aún más, sin lograr un espacio que realmente resuene con nuestro interior ¿Qué podemos ofrecer al mundo, cuando todo lo que somos cambia tan rápidamente?

Cuando uno observa personalidades destacadas hay algo que los une más allá de su genialidad: todos tienen una voz propia. No hace falta recorrer muy lejos, nuestro país nos ha dejado referentes inconfundibles como Pedro Lemebel, Isabel Allende, Jorge González, Nicanor Parra, Gabriela Mistral, solo por mencionar algunos.

Cada uno de ellos, y de todos los que marcaron nuestra cultura, desde sus trincheras artísticas, se atrevieron a ser distintos en tiempos donde serlo tenía sus costos.

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Junto a mi generación -los centennials-, nos vemos atrapados en un ciclo infinito de tendencias virales, bailes sincronizados, frases repetidas hasta el agotamiento. Todos hablamos igual, vestimos igual, actuamos de manera similar. No juzgo la necesidad de pertenecer -es algo profundamente humano- pero sí es preocupante el precio que estamos pagando por ello: el abandono sistemático de la identidad propia.

La moda y las tendencias no son, por sí mismas, el problema. Siempre han existido, siempre existirán. El problema surge cuando la moda deja de ser una elección y se convierte en un imperativo, cuando seguir la corriente no es una opción entre otras sino la única manera de ser visible, de ser válido, de existir en el radar social.

Perseguimos con tanto ahínco el sentido de pertenencia que nos diluimos en el espacio virtual, olvidándonos que existen personalidades inspiradoras como las mencionadas, con obras que trascienden a sus autores, pero autores que a la vez tuvieron vidas tan particulares. En nuestro caso, las tendencias en que nos refugiamos se crean y borran, en un ciclo agotador, con ello la identidad que apenas estaba formándose.

Esta crisis de autenticidad nos deja en una posición precaria, sin nuevos referentes culturales que nos representen y, peor aún, incapaces de entender a los que nos antecedieron. ¿Cómo vamos a generar un Pedro Lemebel para estos tiempos si castigamos lo disruptivo? ¿Cómo vamos a tener una nueva Violeta Parra si premiamos la repetición por sobre la originalidad?

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Nos quedamos aislados como generación, atrapados en un presente perpetuo donde todo es inmediato, viral, desechable. No hay puentes hacia el pasado porque no entendemos el valor de la coherencia en la voz; no hay puentes hacia el futuro porque no estamos construyendo nada que trascienda el próximo scroll.

Presenciamos la crisis de la cultura, el ocaso de la autenticidad, el miedo a ser diferente. En lugar de sentirnos parte de algo, nos fragmentamos aún más, sin lograr un espacio que realmente resuene con nuestro interior ¿Qué podemos ofrecer al mundo, cuando todo lo que somos cambia tan rápidamente?

No propongo un rechazo absoluto a lo contemporáneo ni un refugio nostálgico en el pasado. Propongo algo más radical, atrevernos a cultivar una voz propia, aunque esa voz tarde más en encontrar eco, aunque no sea inmediatamente viral, aunque incomode.

Los grandes referentes culturales que mencioné al principio no buscaban complacer; buscaban expresar algo auténtico, aunque eso significara ser marginales, incomprendidos o rechazados. Y precisamente por eso, sus voces todavía resuenan.

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