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Mientras el PSC desaparece, la política aprende tarde: A los evangélicos hay que interpretarlos, no administrarlos
Foto: Agencia Uno

Mientras el PSC desaparece, la política aprende tarde: A los evangélicos hay que interpretarlos, no administrarlos

Por: Wido Contreras Yévenes | 22.11.2025
Mientras el PSC se disuelve y algunos sectores conservadores siguen creyendo que la fe garantiza fidelidades automáticas, la evidencia apunta en la dirección contraria: comprender al mundo evangélico exige observar sus condiciones materiales, sus afectos, sus miedos y sus redes comunitarias, no solo sus creencias religiosas. Quien logre leer esa complejidad -sin caricaturas ni apropiaciones- tendrá alguna posibilidad de establecer un vínculo político real.

Durante años se asumió que el voto evangélico pertenecía, casi por naturaleza, a la derecha. Los datos del análisis de FARO UDD parecen sostener esa intuición inicial: José Antonio Kast obtiene 32,76% en comunas con alta presencia evangélica, mientras Jeannette Jara bordea el 18.44% en esos mismos territorios. Pero reducir esa realidad a una lectura moral es quedarse en la superficie. La relación entre fe y comportamiento electoral es mucho más ambigua y contradictoria de lo que suele imaginar la política institucional.

Incluso en esas comunas marcadas por la presencia evangélica, la uniformidad es un mito. Franco Parisi, por ejemplo, alcanza un 25,95% en este grupo, un rendimiento mayor que en territorios con menor presencia religiosa. Ese dato revela algo que la política ha preferido no mirar: una parte del mundo evangélico comparte precariedades y frustraciones económicas que lo acercan más al votante “underground” que describe Ángela Erpel Jara en CIPER que al votante conservador clásico. No votan solo desde la moral: votan desde la deuda, la inseguridad, la incertidumbre y la desconfianza profunda hacia todas las élites.

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El contraste entre Jara y Parisi en estas zonas no requiere interpretaciones rebuscadas. Donde la identidad evangélica pesa más, la candidatura de Jara encuentra dificultades para afirmarse. No porque su propuesta sea rechazada en términos ideológicos, sino porque no existe un vínculo cultural, emocional ni territorial construido.

En cambio, Parisi sí logra instalarse porque su discurso conecta con experiencias concretas de malestar, especialmente en comunas donde abundan trabajos inestables, ingresos bajos, alto endeudamiento y un clima emocional marcado por la sospecha hacia la política tradicional. Su desempeño en zonas evangélicas no es un “voto religioso”: es un voto precarizado y sin lealtades partidarias. Y este contexto hace aún más evidente el derrumbe del Partido Social Cristiano (PSC).

El problema no fue solo interpretar mal al electorado: fue no entender el tipo de evangélico que existe hoy en Chile. Porque es cierto, en los territorios más evangélicos votaron mayoritariamente por Kast y Parisi, no por el PSC. Y eso justamente revela el error del partido. Aunque Kast haya sido el candidato presidencial apoyado por el PSC, ese rendimiento no fue del partido, sino del clima político y social de esos territorios, que el PSC nunca alcanzó a representar.

El golpe final fue simple: el PSC ni siquiera logró reunir los votos mínimos para mantenerse vigente, confirmando que la representación que proclamaba no existía en la práctica.

La fe ya no se traduce automáticamente en lealtad política, y menos en lealtad partidaria. El PSC leyó al mundo evangélico como si fuera cohesionado, disciplinado y conservador en bloque, cuando en realidad conviven ahí sectores altamente precarizados, jóvenes desconfiados, mujeres jefas de hogar, trabajadores informales y comunidades que hacen del trabajo social su verdadero eje identitario.

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Ahí es donde el análisis sobre Parisi se vuelve fundamental. Su votación crece en los segmentos que la política ignora: comunas con baja escolaridad, alto endeudamiento, presencia juvenil significativa y -clave- comunas con fuerte presencia evangélica. Lo que logra conectar no es la fe, sino el malestar: la sensación de abandono, la desconfianza acumulada y una necesidad urgente de soluciones concretas.

La columna de Ángela Erpel Jara en CIPER lo resume bien: un electorado cansado, desconfiado, pragmático y difícil de detectar incluso para las encuestas. Y muchos evangélicos viven exactamente esas contradicciones.

En este escenario, hablar de “voto evangélico” como si fuera un bloque conservador es un error conceptual. La izquierda no está excluida de este electorado, pero tampoco le pertenece ni le corresponde por afinidad discursiva. Su problema no es ideológico, sino interpretativo, la distancia cultural entre su lenguaje y las experiencias cotidianas de amplios sectores evangélicos. No se trata de conquistarlos ni adoctrinarlos: se trata de entender que ahí opera una diversidad enorme de trayectorias económicas, emocionales y comunitarias que no caben en las categorías clásicas.

Los datos muestran que este voto se mueve, cruza, premia y castiga sin lealtades fijas. Puede dar 32% a Kast, 26% a Parisi o 25% a Jara según el territorio y el clima social. Esa plasticidad es justamente lo que hace imposible administrarlo desde arriba o convertirlo en un botín electoral.

Mientras el PSC se disuelve y algunos sectores conservadores siguen creyendo que la fe garantiza fidelidades automáticas, la evidencia apunta en la dirección contraria: comprender al mundo evangélico exige observar sus condiciones materiales, sus afectos, sus miedos y sus redes comunitarias, no solo sus creencias religiosas. Quien logre leer esa complejidad -sin caricaturas ni apropiaciones- tendrá alguna posibilidad de establecer un vínculo político real.

Quien no, seguirá viendo cómo los votos (como la fe) se escapan por donde nadie estaba mirando.

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