¿Celebrar el Día del Hombre? Hablemos de masculinidad
Cada 19 de noviembre surge la pregunta: ¿tiene sentido un Día del Hombre? La respuesta más asertiva no está en la celebración, sino en la reflexión profunda sobre lo que significa ser hombre hoy, en nuestras casas, en nuestras relaciones y también en nuestras organizaciones.
Durante siglos, la masculinidad fue definida por mandatos rígidos: ser fuerte, proveedor, exitoso, racional, invulnerable. Mandatos que, lejos de empoderar, han terminado encarcelando emocionalmente a los hombres, afectando sus vínculos, su salud y su bienestar.
La evidencia es clara: según la OPS, en América 1 de cada 5 hombres no llega a cumplir los 50 años debido a causas prevenibles como violencia, adicciones, accidentes y enfermedades no tratadas. Las tasas de suicidio son entre 3 y 6 veces mayores en hombres; los homicidios afectan desproporcionadamente a hombres jóvenes; y la mortalidad por accidentes de tránsito refleja patrones de riesgo asociados a demostrar osadía o invulnerabilidad.
La OPS ha sido enfática: ciertos modelos tradicionales de masculinidad funcionan como un determinante social de la salud masculina. En otras palabras, hablamos de un problema epidemiológico. Los hombres consultamos menos, pedimos menos ayuda, normalizamos el malestar (porque esto es ¡sin llorar!), y solemos llegar tarde a los sistemas de salud. Incluso cuando la evidencia señala que el cáncer de próstata es una de las principales causas de muerte masculina, seguimos postergando los controles preventivos por miedo, vergüenza o simples mandatos culturales.
Los costos no son solo individuales. Se proyectan en la vida de nuestras familias, donde muchos niños aprenden desde pequeños que ser hombre es competir o dominar. No es casual que uno de cada tres niños sufra bullying, fenómeno que reproduce estas lógicas tempranas de jerarquía y agresión. Estos modelos se replican luego en la vida adulta y, por supuesto, en los entornos laborales.
Por eso este día puede -y debe- tener sentido si lo convertimos en una oportunidad de concienciación y cambio cultural. Repensar la masculinidad -y reconectar con nuestra masculinidad- no desplaza el foco sobre las mujeres ni relativiza las desigualdades: lo complementa. Y permite que los hombres también se sumen al trabajo por la equidad desde un lugar de responsabilidad, no de amenaza. Es un llamado a revisar cómo los viejos mandatos nos alejan del bienestar, del afecto y de relaciones basadas en la cooperación, el cuidado y el respeto mutuo.
Las organizaciones tienen un rol decisivo. La igualdad de género no se sostiene solo con políticas, sino con nuevas formas de liderazgo inclusivo: hombres que expresan emociones, que se responsabilizan del cuidado, que escuchan, que piden ayuda, que se atreven a rectificar, que promueven ambientes de trabajo seguros y respetuosos. Hombres capaces de liderar desde la sensibilidad, la conciencia y la ética del cuidado.
Por ejemplo, propongo estas acciones organizacionales necesarias:
Promover espacios de conversación y sensibilización sobre masculinidades.
Implementar programas de autocuidado masculino y salud mental.
Romper el “pacto de caballeros” y cuestionar comentarios o prácticas machistas en reuniones, pasillos y redes sociales.
Fomentar la corresponsabilidad doméstica en el hogar y la responsabilidad parental.
Promover el respeto y la empatía entre compañeros/as de trabajo y ser proactivos en crear y mantener ambientes laborales seguros y libres de violencia.
Visibilizar y valorar liderazgos inclusivos, empáticos y colaborativos.
Pero el cambio no se agota en el plano institucional. También requiere compromisos personales. Algunas acciones que pueden marcar una diferencia real incluyen:
Autocuidado: ir al médico, hacerse exámenes, asistir a terapia.
Hacer consciente sesgos y estereotipos de género; y trabajar los micromachismos.
Pedir perdón, dar autoridad a otros, aceptar no tener siempre la razón.
Erradicar prácticas homofóbicas y cualquier forma de discriminar a otros hombres basado en estereotipos de masculinidad tradicional.
Honrar y respetar a la pareja.
Expresar emociones con asertividad y favorecer conversaciones honestas.
Planificar coordinaciones y tareas domésticas y no conformarse con “ayudar”, porque eso no es hacerse cargo.
Dedicar tiempo diario a los hijos/as y promover la responsabilidad parental en otros hombres.
Los hombres que se atreven a mirarse y transformarse no pierden fuerza: ganan conexión, cohesión y potencian su presencia y liderazgo. Y cuando eso ocurre, cambian también las organizaciones, las relaciones y la sociedad entera.