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El arte intragable de la performance
Foto: José Alcapán

El arte intragable de la performance

Por: Elisa Montesinos | 07.11.2025
El pasado 25 y 26 de octubre, la plataforma de investigación y difusión de arte CUBO SOMA presentó, en la más reciente versión de Puertas Abiertas Artistas Yungay, la séptima edición del festival de performance Uneatable / Intragable, una de las pocas iniciativas continuas e ininterrumpidas dedicadas a este género en Chile. El evento, realizado en el Centro Cultural Casa Rota, volvió a situar la performance en el cuerpo, el barrio y el territorio.

Más que un evento, Uneatable / Intragable es una práctica viva, un ejercicio de resistencia frente a las lógicas de domesticación cultural y la estética de lo consumible. Como sugiere su nombre, este festival no busca ser digerido fácilmente: se afirma en el malestar, la incomodidad y la potencia crítica de lo que no encaja.

Monstruosidad y política del cuerpo

La curaduría de este año propuso pensar la monstruosidad como estrategia de resistencia frente al control que atraviesan tanto el arte como la vida cotidiana. En palabras de Leonardo Salazar, director del festival y cofundador junto a Samuel Ibarra, “se trata de encender un cuerpo refractario y disidente, que dice NO a la clasificación, al control y al desbaratamiento de las rugosidades críticas”.

Durante dos intensas jornadas, el Centro Cultural Casa Rota —una vivienda patrimonial del barrio Yungay que sobrevivió a incendios y hoy funciona como espacio cultural— se transformó en un laboratorio de cuerpos, sonidos y afectos. El escenario, una casa en ruinas, fue propicio para vivir una experiencia en que lo habitual se interrumpe, lejos de las salas blancas y pulcras del arte institucional. Participaron artistas de distintas generaciones y territorios —Murta Azul y Luis Almendra (Concepción), Teresa Ricco (Brasil), Samuel Ibarra, entre otros— junto a propuestas sonoras como Dadalú y Relámpagos. 

Desde su primera edición, Intragable ha buscado erigirse como un espacio de acción para las artes del cuerpo fuera del circuito oficial, construyendo una comunidad artística que valora la experimentación y la colaboración frente a formas hegemónicas del arte contemporáneo. Este año, las acciones se desplegaron como pequeñas ficciones corporales que dialogaron con los espacios domésticos y patrimoniales de Yungay, interactuando con su arquitectura, sus habitantes y su historia.

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Tres gestos de lo intragable

Murta Azul se sumergió en una fuente grande de aluminio e inyectó líquido rojo en manzanas envueltas en gasa. Las colgó de su cuerpo con cadenas y caminó, dejando huellas de tinta en el suelo. Después, trazó líneas blancas sobre los cuerpos de espectadores dispuestos a participar y dibujó un gran círculo de sal antes de cubrirse con una falda blanca desde cuya altura comenzaron a caer plumas. 

Desde Brasil, Teresa Ricco presentó una performance que conjugó violencia y delicadeza, poniendo en escena la opresión inscrita en los códigos de lo femenino. Llegó cojeando —en un pie llevaba taco alto y en el otro no—, con una tela que envolvía objetos. Al desplegarla, aparecieron zapatos de tacón de distintos colores que fue disponiendo en el espacio.
Extrajo ropa interior y otras prendas femeninas, acentuando su cojera. De su boca cerrada, comenzó a sacar lentamente un hilo rojo, símbolo de una palabra contenida o una herida que no cesa. Luego se envolvió con cinta adhesiva del mismo color, cubriendo su rostro hasta casi asfixiarse. Cuando logró liberarse, se calzó dos zapatos y caminó sin cojear. El público aplaudió largamente.

El cierre de Samuel Ibarra, junto a Minerva González, fue una procesión hacia la desaparición. Vestidos completamente de azul, pidieron a los asistentes que intervinieran tablillas del mismo color. Ibarra mordió fragmentos de espejo, se cubrió el rostro con una bolsa azul y comenzó a alejarse lentamente, arrastrando los objetos hasta perderse entre las calles del barrio, mientras González declamaba una letanía poética en torno a la palabra “azul”. El público, en silencio, lo vio desaparecer. La acción condensó la tensión entre arte y ausencia, entre cuerpo y desaparición, aludiendo a una memoria política que atraviesa el paisaje urbano.

Desde el barrio Yungay —territorio patrimonial, obrero y artístico—, el festival se articula como una comunidad en movimiento. Su inserción en Puertas Abiertas Artistas Yungay —proyecto liderado por la pintora Violenta Chiang— permite que las acciones se expandan entre talleres, pasajes y casas, integrando a vecinas, vecinos y visitantes. Este año, más de treinta espacios abrieron sus puertas, transformando el barrio en un laboratorio de arte contemporáneo.

Como explica Leonardo Salazar, “este año convocamos a artistas a que pensaran posibles maneras de accionar desde una estrategia de incomodidad para intentar escapar del ojo vigilante del sistema clasificatorio que promueve el arte en Chile, siempre interesado en dividir, taxonomizar y clasificar.”

Uneatable / Intragable se sostiene en esa apuesta: la de un arte que no busca agradar, sino incomodar; que no se muestra como producto, sino como proceso; que no se consume, sino que se experimenta. Un arte que, desde el riesgo, propone reflexionar sobre la fragilidad de nuestras estructuras culturales y políticas. 

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