68 años de la Población La Victoria: Ser Victoriano es un honor
Este 30 de octubre la Población La Victoria cumple 68 años. Para quienes nacimos, crecimos y aprendimos a mirar el mundo desde sus calles, este aniversario no es sólo una fecha: es la confirmación de que la primera toma de terrenos de América Latina sigue viva en la memoria y en la historia popular. Aunque hoy me toca mirar la población desde fuera, lejos de su cotidianidad, la sigo llevando conmigo como un sello imborrable: porque ser chileno es un orgullo, pero ser Victoriano es un honor.
Lo que alguna vez nos sostuvo como comunidad fue un profundo sentido de pertenencia. El vecino era parte de la familia, las luchas eran colectivas, la dignidad era un horizonte compartido. Hoy, sin embargo, percibo con tristeza que ese espíritu enfrenta nuevas amenazas.
El neoliberalismo ha penetrado en los hogares, fragmentando los vínculos y priorizando la sobrevivencia individual por sobre la fuerza comunitaria. La consecuencia es clara: se van erosionando las fórmulas de relación entre los pobladores y con ello, el tejido social que hizo grande a La Victoria.
No se puede hablar de la historia victoriana sin reconocer que gran parte de ella ha sido protagonizada por mujeres. Fueron ellas quienes levantaron casas con sus propias manos, quienes sostuvieron las ollas comunes en tiempos de hambre y dictadura, quienes organizaron comités y talleres para mantener viva la comunidad.
Y son ellas, todavía hoy, quienes luchan por mantener abiertos los espacios de organización, las sedes vecinales, los centros culturales y las memorias colectivas que pueden servir de sustento para el futuro de la población. La Victoria respira gracias al coraje femenino que nunca se rindió.
No se trata sólo de nostalgia. Es urgente que Victorianas y Victorianos recuperen ese sentido de pertenencia, no para encerrarse en un pasado glorioso, sino para alimentar a quienes llegan a habitar la población. El desafío es transmitir la memoria de que aquí no hubo dádiva estatal ni beneficencia: hubo organización, coraje y decisión política de quienes, en 1957, dijeron basta y ocuparon la tierra para convertirla en barrio y comunidad. Ese legado no puede perderse.
Lo que pasa en La Victoria no es ajeno a nuestra región. En Villa El Salvador, en Lima, lo que nació como ocupación organizada en los años setenta hoy enfrenta los embates de la urbanización desigual y la mercantilización de la vida. En las Villas de Buenos Aires, muchos barrios populares con historia de lucha ven cómo las nuevas generaciones son arrastradas por el consumo y la fragmentación social. La lección es la misma: sin memoria y sin identidad colectiva, el neoliberalismo avanza y desarraiga.
Por eso, en este aniversario, el llamado no es solo a la conmemoración, sino a la acción. Urge generar planes comunitarios y culturales que vuelvan a poner la pertenencia en el centro, con talleres barriales, espacios de memoria viva, iniciativas que fortalezcan la solidaridad como práctica cotidiana.
Porque la Población La Victoria no es solo un barrio, es un referente latinoamericano de dignidad y lucha, la primera toma de terrenos en todo el continente, ejemplo de que los pobres también pueden construir ciudad con sus propias manos.
A mí me tocó salir, como a tantos otros. Pero como bien sabemos, aunque los kilómetros nos separen, La Victoria no se olvida. Se lleva en la piel y en la palabra. Y se hereda. Porque ser chileno es un orgullo, sí. Pero ser Victoriano es, y seguirá siendo siempre, un honor.