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Evelyn Matthei: La eterna casi-presidenta
Foto: Agencia Uno

Evelyn Matthei: La eterna casi-presidenta

Por: Capitán Cianuro | 28.10.2025
De favorita indiscutida a candidata en picada: la historia de cómo una campaña que prometía gloria terminó convertida en un manual de autogoles políticos… con banda presidencial incluida, pero solo en los memes.

A pocas semanas del cierre de la campaña electoral, todo indica que Evelyn Matthei será la gran perdedora de esta contienda. Y no porque el país haya cambiado tanto, sino porque ella no cambió nada. La candidata que alguna vez parecía destinada a llegar a La Moneda hoy se arrastra entre declaraciones desatinadas, fichajes tóxicos y apoyos que más parecen una excavación arqueológica que un gesto político.

El derrumbe comenzó con una frase que ni los asesores más creativos pudieron maquillar: las “muertes necesarias” del golpe militar. Un sincericidio digno de museo. Bastó eso para recordarle al país que, detrás de la sonrisa ensayada y el discurso tecnocrático, seguía ahí la Evelyn de siempre: la hija del general golpista, la heredera del orden, la que todavía cree que el país se arregla con disciplina y muertes. En una época donde la empatía se mide en gestos y no en decretos, ella insistió en hablar como si diera una charla en un cuartel, aunque después recule, lo dicho, dicho está.

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Luego vino la jugada maestra: sumar a Juan Sutil, el hombre que cree que “conversar con el pueblo” significa invitar a un sindicato a un cóctel. La incorporación del gran patrón del empresariado fue la prueba definitiva de que la derecha aún confunde “apertura social” con cambiar el tipo de champaña. Lo que pretendía ser un gesto de amplitud se transformó en una postal de distancia: una candidata rodeada de empresarios que no saben cuánto cuesta el pan, pero sí cuánto sube el dólar.

El siguiente tropiezo llegó con José Antonio Kast. Frente a su ofensiva de ataques, memes y desinformación, Matthei amagó con responder, con denunciar, con marcar límites… pero terminó haciendo lo que la vieja elite mejor sabe: negociar con el matón. Donde se esperaba carácter, hubo cálculo; donde se pedía convicción, hubo silencio. Y en política, la debilidad disfrazada de prudencia siempre huele igual: a derrota anticipada. Esa cesión ante Kast fue el momento en que su candidatura dejó de parecer liderazgo y empezó a parecer administración de daños.

Y cuando parecía que no quedaba espacio para más autogoles, llegó el golpe que huele a gladiolos: la adhesión de los “100 ex-concertacionistas”. No hubo acto, ni foto, ni discurso; solo la solemne enumeración de nombres que alguna vez fueron algo. Una procesión de exministros, exsenadores y exalgo más, anunciando su apoyo a Matthei como quien firma el libro de visitas de la historia. Lo presentaron como una señal de amplitud, pero fue más bien una misa por la nostalgia: los arquitectos del “en la medida de lo posible” bendiciendo a la candidata del “orden ante todo”.

Esa adhesión no trajo aire fresco, sino olor a archivo. Una demostración de que, cuando la política se queda sin ideas, siempre hay una lista de ex para rellenar el vacío. Los viejos próceres del auto denominado centro creyeron que podían devolverle épica al establishment, pero terminaron confirmando que lo suyo ya no es conducción, sino conservación. Ni Eduardo Frei, Sebastián Edwards, Rincón, ni ninguno de los firmantes logró mover algo más que el recuerdo de los noventa, son 100 votos que a lo mucho suman un número, pero no logran mover la estadística.

La derecha lo vendió como transversalidad; el resto del país lo entendió como lo que era: la desesperación del Titanic llamando a los náufragos del consenso. Un intento tardío por barnizar con respetabilidad una candidatura que ya mostraba grietas por todos lados.

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Lo que alguna vez se presentó como la opción moderna de la derecha terminó siendo un collage de símbolos marchitos: empresarios nostálgicos, ex-concertacionistas fuera de tiempo y un discurso que promete futuro mientras respira pasado. El resultado es un híbrido político que solo entusiasma a quienes aún revisan encuestas impresas en papel couché.

Matthei quiso representar el orden, pero encarna el desgaste. En un país que ya no tolera sermones ni tutelas, su figura se siente como una clase de educación cívica dictada por Zoom: lenta, desconectada y un poco autoritaria. Su eventual derrota no es solo personal, sino también generacional: el final de una clase dirigente que, tras décadas de autocomplacencia, descubrió que el país cambió sin pedirles permiso.

Los ex-concertacionistas creyeron que podían reinventarse como “los adultos responsables” y terminaron pareciendo “los tíos del recuerdo”. Matthei, por su parte, pensó que podía modernizar la derecha rodeándose de quienes ya fracasaron en modernizar el país. En ese espejo retrovisor se perdió su candidatura.

Si algo quedará de esta elección es la confirmación de que la historia no repite sus protagonistas, pero sí sus caricaturas. Evelyn Matthei, la eterna presidenciable, se despide con honores de meme y aplausos de museo. Su legado será recordado como la campaña que quiso ser puente entre generaciones y terminó siendo puente colgante sobre un vacío político.

En un Chile que pide autenticidad, ella ofreció nostalgia; en un tiempo que exige cambios, ella trajo recuerdos. Por eso, más que candidata, Matthei se transformó en símbolo: el retrato perfecto de una élite que sigue bailando al ritmo de un país que corean el baile de estos que si sobran.

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