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Movimiento y salud mental: El desafío de una articulación integral
Foto: Agencia Uno

Movimiento y salud mental: El desafío de una articulación integral

Por: Belén Fierro Saldaña | 16.10.2025
La salud mental no se construye solo en los consultorios, sino también en los parques, las calles, las escuelas y los espacios donde las personas vuelven a sentirse parte de algo. Caminar, moverse o simplemente estar acompañados son gestos que, en conjunto con la atención profesional, ayudan a restaurar lo que las crisis -personales o sociales- intentan fragmentar.

Recientemente (el 10 de octubre) el mundo conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que busca visibilizar el derecho universal al bienestar psíquico y emocional. En 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha puesto el foco en las personas que viven en contextos de emergencia y crisis humanitarias, recordando que la salud mental es un bien público que requiere protección, acompañamiento y recursos sostenidos.

El principio que guía esta jornada es claro: no hay salud sin salud mental. Sin embargo, esta afirmación sigue siendo más un ideal que una realidad, especialmente en sociedades donde el acceso a la atención psicológica es limitado, los servicios públicos son insuficientes y el cuidado emocional sigue percibiéndose como un asunto individual, casi privado.

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La evidencia científica es contundente. Diversas investigaciones demuestran que la actividad física regular contribuye a reducir síntomas de depresión y ansiedad, mejora la regulación emocional, favorece la calidad del sueño y mejora la autoestima. La OMS ha reconocido en múltiples informes que el movimiento corporal no solo es beneficioso para la salud física, sino que constituye una herramienta preventiva y terapéutica para el bienestar mental.

Caminar, bailar, trotar o simplemente estirarse en un entorno seguro puede representar una forma de volver al presente, de reconectar con la respiración y el cuerpo. No se trata de reemplazar la psicoterapia o el tratamiento especializado, sino de reconocer que el movimiento humano y la atención psicológica se potencian mutuamente. La mente y el cuerpo dialogan: ambos necesitan espacios de cuidado y acompañamiento.

A nivel global, cerca de un 31% de los adultos y un 80% de los adolescentes no cumplen con los niveles mínimos de actividad física recomendados. Esta inactividad se cruza, además, con una preocupante falta de acceso a atención psicológica. En muchos países, incluido Chile, la brecha entre la necesidad y la disponibilidad de servicios profesionales es alarmante: la atención oportuna depende muchas veces del nivel socioeconómico, del lugar de residencia o del tipo de cobertura sanitaria.

Esa desigualdad se traduce en sufrimiento invisible. Las listas de espera en salud mental pública, la falta de psicólogos en atención primaria, la sobrecarga del personal sanitario y el estigma que aún persiste en torno a “pedir ayuda” profundizan el malestar. Mientras tanto, las políticas públicas tienden a abordar la salud mental y la promoción de la actividad física como ámbitos separados, cuando en realidad son dimensiones que deberían articularse de manera integral.

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El Plan de Acción Integral sobre Salud Mental 2013–2030 de la OMS llama a los Estados a garantizar servicios psicológicos accesibles, fortalecer la prevención y promover entornos saludables. En ese marco, la promoción del movimiento físico -ya sea a través de la escuela, los municipios o las organizaciones comunitarias- debe entenderse como parte del mismo objetivo: cuidar el bienestar emocional y social de las personas.

Integrar la atención psicológica con programas de actividad física adaptados y accesibles podría transformar radicalmente la manera en que las comunidades enfrentan el estrés, la soledad y los síntomas de salud mental más comunes. Espacios donde las personas puedan moverse, conversar y recibir orientación profesional son, a la vez, terapéuticos y protectores. Promover este tipo de iniciativas requiere decisión política, financiamiento estable y equipos de salud interdisciplinarios. Requiere también un cambio cultural: asumir que el cuidado emocional no es debilidad, sino una forma de inteligencia colectiva.

Recordar la importancia del movimiento es también recordar que nadie debería enfrentar solo su propio dolor. El acceso a la atención psicológica es un derecho humano que debe garantizarse en cada etapa de la vida, y la actividad física puede ser una aliada poderosa en ese proceso de cuidado.

La salud mental no se construye solo en los consultorios, sino también en los parques, las calles, las escuelas y los espacios donde las personas vuelven a sentirse parte de algo. Caminar, moverse o simplemente estar acompañados son gestos que, en conjunto con la atención profesional, ayudan a restaurar lo que las crisis -personales o sociales- intentan fragmentar.

En tiempos de incertidumbre, cuidar la mente es cuidar la vida. Y moverse, aunque sea un poco, puede ser el primer paso para hacerlo posible.

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