
Historia aymara: ¿Sin lugar en la imaginación política nacional?
El 13 de octubre de 1992, un día después de la conmemoración del Quinto Centenario, aparecía una nota en El Mercurio titulada “Aymaras rechazaron celebraciones”. En ella se requería públicamente, como compensación por los daños causados, que se modificara la enseñanza con el fin de que las nuevas generaciones conocieran: “La verdadera historia de los 500 años de la colonización y (…) aceptación por parte de la sociedad hacia su raza, terminando con la discriminación que existe por siglos”.
Lo interesante de aquella noticia no era solo la impugnación del hito, sino la forma en que se imaginaba la reparación: un lugar en las narrativas que construyen la comunidad política nacional.
Treinta años después, aquella demanda puede seguir siendo sostenida. No se puede desconocer el trabajo desarrollado por activistas, académicos, académicas y otros actores sociales para reconstruir la historia aymara y la historia indígena en Chile. Ahora sabemos mucho más de la lengua, de las formas consuetudinarias de autoridad, las expresiones de arte y de la cultura.
También se han hecho esfuerzos para comprender las dimensiones de conflictos que exceden los simbólico y se enraízan en cuestiones económicas y políticas. Sin embargo, sigue siendo insuficiente, porque la lógica que predomina es que estos asuntos son una cuestión de indígenas, para indígenas. A lo sumo, para quienes empatizan con estas sensibilidades. ¿Cómo se construye una convivencia democrática que abrace la heterogeneidad étnica, nacional y cultural?
En la década de 1990, el clima político y social de estaba copado por los debates sobre la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, que fue resistida y cuestionada por los pueblos indígenas del país y del resto del continente. En Chile, mapuches y aymaras se habían manifestado por distintos medios para mostrar su descontento.
Aunque es posible asumir que también hubo expresiones de otros pueblos indígenas, la prensa nacional solo hacía referencia a ellos, lo que muestra, a su vez, la precariedad de la discusión de ese momento sobre la sociedad pluriétnica que habita este territorio.
Sin embargo, la valoración positiva de la conquista aún era visible y amplia, pues las sensibilidades hispanistas en ese periodo tenían garantizado un espacio en los medios de prensa, sobre todo en los hegemónicos. Algunas intentaban suavizar el impacto de la violencia por medio de la idealización de la cultura, pero también las había abiertamente racistas.
La prensa del momento muestra que había liderazgos aymaras que tenían bastante claridad al respecto. Dirigiéndose a la sociedad en general, pero también a las instituciones, exigían reparación por los daños causados durante cinco siglos, en los que no solo España era responsable, sino también el Estado de Chile. La estrategia de reparación no era tierra, agua y territorio, como es más frecuente escuchar en el presente, sino algo más voluble: “la verdadera historia de los 500 años de colonización”. ¿Es posible hablar de algo como la verdadera historia?
Este debate coincidía con las discusiones sobre el estatuto de los pueblos indígenas en la Comisión Especial de Pueblos Indígenas (1990), CEPI, que asesoró a Patricio Aylwin apenas asumido el gobierno de transición. Después de amplias discusiones en los territorios de todo el país, se arribó, por medio de acuerdos entre distintos sectores, a la Ley Indígena N° 19.253, que, entre otras cosas, creó la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, CONADI.
Una política especialmente enfocada en el desarrollo fue bienvenida, pero con matices, pues no se lograron dos de las reivindicaciones que habían circulado desde el inicio del proceso, el reconocimiento constitucional y la ratificación del Convenio 169 de la OIT.
Una década después se volvió al tema con la creación de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas (2001), con la misma función que en 1990, asesorar a Ricardo Lagos. Aunque el Informe de 2003 estableció una verdad institucional (más allá de las recomendaciones de política pública), se constataba, una vez más, la falta de insumos y circulación de la historia aymara.
Con el paso del tiempo se hace evidente existen historias superpuestas: la historia de Chile, como artefacto poroso y frágil, esta atravesada por otras historias en desarrollo, que acumulan fuentes, interpretaciones y narrativas en disputa. Cada mes de octubre, año a año, se discutirá sobre el tema. Se publicarán columnas y se entrevistará a especialistas y liderazgos.
Se debatirá si es correcto hablar de descubrimiento, conquista o resistencia, pero lo que suele olvidarse es que las narrativas sobre la historia son disputas, que están abiertas y vivas. En esa lógica, no existe una historia verdadera, sino múltiples relatos que pugnan por articularse en experiencias contingentes, que responden a las posiciones que los actores ocupan y a las sensibilidades movilizadas en el momento.
El desafío, hoy, es construir relaciones interétnicas e interculturales democráticas. Para ello es imprescindible aceptar que existen mundos más allá de la historia del estado-nacional, y que esos mundos no son otras historias: son parte constitutiva de la experiencia temporal y social de todas y todos. Mientras que las narrativas aymara e indígenas no sean parte de las reflexiones compartidas, la clausura política y cultural seguirá definiendo los límites de la imaginación común.
*Proyecto Fondecyt N°112302923 "Relatos políticos aymara: región transfronteriza chileno - boliviana e interculturalidad, 1994-2005"