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¿Chile como potencia energética y alimentaria?: Lo que obvian los programas presidenciales
Foto: Agencia Uno

¿Chile como potencia energética y alimentaria?: Lo que obvian los programas presidenciales

Por: Patricio Segura Ortiz | 21.09.2025
¿Qué opción tenemos, entonces? No sólo enfocarnos en la exportación, sino reforzar la autoproducción de alimento y energía, a nivel familiar y comunitario. Que no suplirá todo lo que consumamos a nivel doméstico, pero que dará una vuelta de tuerca al modelo imperante dirigiéndolo hacia el interés público y la calidad de vida de la población.

El “efecto packing”, un concepto que, aunque no aparece en literatura científica alguna, se vive en múltiples lugares tanto del país como del mundo. Es lo que se me aparece, como fantasma recurrente, cada vez que escucho lo de “Chile, potencia alimentaria”.  O “Chile, potencia energética”.  O su hermana heroica y narcisa: “Chile puede ser protagonista de la transición energética limpia global”.

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Lo dice Kast en su programa: “Impulsaremos a Chile como potencia agroalimentaria”.  Jara no se queda atrás, nos habla del país como “potencia alimentaria global” así como de ser “potencia energética mundial”, de la mano del hidrógeno mal llamado “verde”. 

Matthei tampoco lo hace mal: con ella seremos “potencia mundial en energías renovables”.  Y aunque no usan el concepto, Kaiser nos convoca a recuperar la senda de nuestro sitial en tanto “nación líder, nación ganadora”, lo mismo que Mayne-Nichols llamando a que seamos “líder mundial en desarrollo sostenible”.

Pero en esta ocasión no me centraré en la idea de competencia sin colaboración tras estos mensajes. Hablemos de energía.

Esta semana recrudecieron en Aysén las críticas por el alza de las tarifas eléctricas, que estrangulan una economía familiar aún bastante vapuleada por la pandemia. El aumento constante ha significado un costo residencial superior en hasta un 75 %

A esto se suman los sistemáticos cortes que viven distintos sectores de la región y el país.  Algo que no tiene necesariamente relación con la falta de alternativas específicas de generación, como quieren dar a entender algunos. Es la carencia de una planificación prospectiva, que considere múltiples escenarios y variables, y que se aborde desde la óptica del interés común no sólo del mercado.

Ahora pongamos ojo en la alimentación.

Hace ya siete años, bajo el título “Pangasius en la Patagonia: el ‘pez rata’ en el menú de los jardines infantiles”, daba cuenta de cómo en Aysén, donde abundan merluzas, pejerreyes, congrios y robalos, la dieta de los niños que asisten a los jardines infantiles no los incluía.  Lo que sí ofrecía era el pangasius, pez que se cultiva en un río vietnamita receptor de aguas servidas y residuos industriales.

Y hace poco se difundió la noticia de que, según datos de la UNICEF, Chile está entre los países con mayor obesidad infantil.  Somos el primero de Sudamérica, con un 75% de las personas con sobrepeso. Si no hacemos nada seremos los primeros del mundo al 2050.

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En el ámbito de la energía y la alimentación una opción es que nos centremos en Chile como potencia mundial. El comercio y el mercado global lo permiten. Pero también está el otro camino, el de la soberanía. Soberanía que involucra tener autonomía, pero también seguridad y calidad para sus habitantes.

Aunque se crea que ser paladín en exportación, y acceder a bienes y servicios de calidad en determinado ámbito van de la mano, no necesariamente ocurre tal. Se puede liderar el mercado global, pero en la propia casa vivir la precariedad. Tal opción, la de pensar en lo local, comunitario, es tímidamente planteada en los programas de gobierno, cuyo foco es fundamentalmente la mega producción.

Es el “efecto packing”.

Ese que nos relata que previo al “exitoso” modelo exportador agroalimentario, las comunidades del centro sur de Chile accedían a frutas de gran calidad. Antes del glifosato, antes del déficit hídrico, antes de los gigantescos paños dedicados a uvas de mesa, duraznos, nectarines, peras. Llegó el boom de los 70 y 80, y muchos herederos de las familias acostumbradas al alimento de excelente nivel terminaron trabajando en los packing que exportaban las manzanas de primera selección, con acceso sólo a la que no pasaba el filtro de los países compradores.

Y en energía andamos parecido. A fines de los 2000, en la comuna de Alto Bío Bío, en las nacientes del río homónimo, pagaban -al igual que los sistemas de Aysén- las tarifas eléctricas más caras de Chile. Esto, a pesar de estar en su jurisdicción las represas Pangue y Ralco, de Endesa.

Esto sin obviar otra fundamental discusión. Allá afuera cohabitan 8 mil millones de personas.  Cualquier intento del país por alimentar o energizar al mundo -aunque no en forma literal sí como horizonte hacia el cual caminar- significará exprimir sus elementos naturales al máximo, transformando sus ecosistemas en virtuales máquinas de producción y sus comunidades en territorio de sacrificio, lo cual ya sabemos en qué termina.

Experiencias existen en Cataluña, el País Vasco y Francia, con la recientemente publicada Ley Marco de Soberanía Alimentaria y Relevo Generacional en el Agro. Y en el caso de la energía, en Alemania con sus políticas que incentivan la generación domiciliaria, eximiendo a los ciudadanos de ciertos cargos y tarifas, como el uso de la red eléctrica para inyección en modelos de autoconsumo.

En días de festividades patrias es loable izar la bandera, pero también abordar los temas que redundan en mejorar la calidad de vida de quienes habitamos este territorio llamado Chile.

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