
Transformar realidades desde el aula: Educación y salud mental de la mano
Cada 10 de septiembre conmemoramos el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, una fecha que nos confronta con una verdad dolorosa: estamos ante una de las grandes problemáticas de la salud pública global y, al mismo tiempo, frente a un desafío urgente y aun insuficientemente abordado en materia de salud mental. Se trata de un fenómeno rodeado de estigmas, mitos y silencios que dificultan su prevención.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 720.000 personas mueren cada año por suicidio, lo que lo convierte en la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años.
En Chile, el Termómetro de la Salud Mental Achs-UC advierte que un 16,8% de las personas mayores de 18 años presenta algún problema de salud mental, siendo la depresión más frecuente en quienes viven situaciones de soledad y carecen de redes de apoyo. Estas cifras no son meros números: son estudiantes, madres, padres, colegas y amigos que muchas veces no encuentran la contención necesaria en su entorno.
Frente a esta realidad, resulta evidente que la prevención requiere de una acción colectiva e intersectorial. La articulación entre salud, educación, bienestar social, empleo y justicia no es una alternativa, sino una obligación. Más aún si consideramos que la mayoría de los suicidios ocurre en contextos donde los servicios de salud mental son insuficientes y los recursos asignados a esta área no superan el 2% del gasto sanitario total, lo que limita la disponibilidad de profesionales y la implementación de políticas públicas sólidas.
En este escenario, las instituciones de educación superior tenemos una responsabilidad ineludible. Nuestro rol va mucho más allá de la transmisión de conocimientos disciplinares: implica acompañar a los estudiantes en su desarrollo humano, velar por su bienestar integral y generar entornos protectores.
En el Instituto Profesional San Sebastián, hemos entendido que la salud mental debe formar parte de la conversación educativa. Por ello, hemos impulsado talleres de autocuidado, espacios de escucha activa y la prevención como eje transversal de la formación técnica profesional.
Pero el compromiso no puede quedar restringido a las instituciones, también debe ser personal y colectivo. La prevención del suicidio se fortalece cuando cultivamos un tejido social basado en la empatía, la solidaridad y la capacidad de no ser indiferentes. Un docente que escucha, un compañero que pregunta cómo estás, un familiar que acompaña: todos podemos ser un puente hacia la ayuda oportuna.
La educación, en particular la técnico-profesional, tiene el deber de formar profesionales competentes capaces de valorar la vida en toda su dignidad. La salud mental no distingue edad, género ni condición social; por lo tanto, la prevención debe asumirse como una responsabilidad compartida. Recordemos que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino un acto de esperanza y de fortaleza.