
Crítica de cine| La Ola de Lelio: El musical que vacía las luchas sociales
El cine musical ha sido, en gran medida, un producto cultural diseñado por y para el público estadounidense. Las características de este tipo de producciones tienden a carecer de profundidad, enfocándose de manera recurrente en los sueños de los protagonistas y el romanticismo, rasgos que reflejan la visión idealizada de la sociedad norteamericana (como La la land 2016, Singin' in the Rain 1952, The artist 2011, Grease 1978, Moulin Rouge 2001). Si bien es una línea cinematográfica que no tiene parangón en Chile, Sebastián Lelio eligió una tarea compleja: trivializar la lucha feminista chilena de 2018.
La productora Fábula tiene la particularidad de apropiarse de complejas e importantes temáticas para Chile, le quita la dimensión política y lo convierte en caricatura. Por ejemplo, en la película No (2012) la premisa es que la publicidad fue el factor clave para derrocar al dictador y no la movilización popular durante la década del ochenta que costo vidas. Y en El Conde (2023), el detestable dictador chileno es representado como un vampiro y el “sugar daddy” de una joven monja.
Bajo esta premisa, el director Sebastián Lelio (Una mujer fantástica 2017, y la mejor aún, Prodigio 2022) se arriesga con La Ola (2025). La historia se centra en Julia (Daniela López), quien sufre acoso por parte de Max (Lucas Sáez Collins), el ayudante de canto, tanto en la universidad como fuera de ella. En su inicio observamos un encuentro casual a las puertas del departamento de él, pero el abuso no se visualizará. Ella intentará sacar la voz, pero algo la retiene. Sin embargo, a raíz de las experiencias de mujeres y disidencias, lo irá logrando gradualmente, y dicho atropello saldrá a la luz en el testimonio de la protagonista. Esto derivará, mediante la coreografía y la música, en la toma de la principal universidad del país, en el marco del movimiento feminista chileno de 2018, y las causales serán la incapacidad de la administración por canalizar estas denuncias hacia la justicia.
Hay una serie de temáticas que se abordan superficialmente como la intersección de género, el nulo apoyo familiar al activismo, la clase social y permanente costo que significa alzar la voz en Chile. También, el feminismo burgués es retratado de forma negativa, ya que se muestra complaciente con las autoridades y poco representativo. Se deja en evidencia el liderazgo consciente y el curso de atención plena (mindfullnes) como recurso fuera de lugar para estas demandas. Además, se critica con dureza el enfoque de los medios de comunicación les dan a las denuncias, sin el cuidado que la profesión exige.
El universo técnico intensifica la idea de estar ante una “realidad falsa” del feminismo, no hay cuestionamiento entre lo verdadero y lo falso, porque se diluye la experiencia del abuso en pos del entretenimiento. Esto se nota cuando resuelven el caso de forma repentina, con la policía y autoridades bailando de forma delirante, o cuando un personaje femenino utiliza la palabra “sororidad” tan forzada que el espectador la percibe como un meme. Esto convierte a la película en una fórmula marketera sobre el feminismo.
Después de haber visionado en el Cine Arte Normandie, el mayor desacierto de La Ola (2025) de Sebastián Lelio es haber convertido una movilización política en un musical. Este género está diseñado para el espectáculo y el consumo comercial, la cinta desvía el mismo discurso de rebeldía que pretende mostrar: la brutalidad de las denuncias y la difícil batalla por modificar las leyes. Con esto, la película no solo falla en plasmar el movimiento feminista, sino que lo debilita políticamente, ofreciendo una versión que prioriza el simulacro y lo artificial por sobre la reflexión, y que se expresa más como una mercancía que un reflejo de la vivencia real.